"Haz el amor y no la guerra". El mayo francés se encargó de amplificar esa consigna hippy con efectos insospechados. La revuelta contestataria del 68, contra la burguesía y el capitalismo o los totalitarismos, permitió blandir la bandera de la libertad, empezando por la del propio cuerpo. La sexualidad debía ser libre o no ser, aunque para ello hubiera que abrazar la promiscuidad, tragarse los celos con quinina o participar en orgías con más o menos estupefacción. ¿Lo disfrutaron? Seguro. Pero cuarenta años después de aquella primavera del amor libre - "una locura", recuerdan algunos-, las relaciones de pareja siguen marcadas por las formas tradicionales, los celos se cobran víctimas, la juventud basa las relaciones en la posesión y el sexo de pago está en su mayor apogeo. ¿Qué fracasó en aquella revolución sexual más allá de la irrupción del sida?
La Vanguardia.es"Estaba mal planteada de entrada, porque lo único que sabíamos era lo que no queríamos. No queríamos ser como nuestras madres. Nos parecía que ellas no tenían vida sexual, que se entregaban desde la sumisión o el desinterés. Pero no teníamos ni idea del deseo. Y era lo fundamental. Había que liberarse de la represión y esto trajo mucho sexo pero poco erotismo". Quien así habla es la escritora y crítica Laura Freixas, cuya adolescencia coincidió con la muerte de Franco, en una España que heredaba entonces la energía del mayo francés.
"Sólo teníamos claro no casarnos vírgenes ni con alguien que fuera de putas. Discutíamos sobre si orgasmo vaginal o clitoriano, pero nos faltaba la afirmación del propio deseo. Porque la mujer que sentía deseo estaba mal vista. O eras mojigata o eras puta, de modo que adoptamos el papel prohibido, sin saber cómo funcionaba el placer", explica.
Curiosamente, muchas voces masculinas convienen en que, en aquel fragor de la batalla, las mujeres seguían siendo las que escogían, mientras que el recuerdo de muchas de ellas es de un sexo ignorante basado en el deseo del hombre. "Si te negabas te soltaban ´tía, tú no estás liberada, tanto da con quién te acuestes´, y acababas en la cama con todos. Fueron años de experimentación necesaria - añade Freixas-, pero el modelo que seguimos era el masculino, el de la promiscuidad y lo intercambiable. Sentíamos rabia contra el modelo de mujer romántica y vulnerable. No era una relación igualitaria".
La imposición, no obstante, también la sufría el sexo masculino. El catedrático de Historia Medieval José Enrique Ruiz-Domènec recuerda que no se le perdonó no participar en una orgía. "Se unían dos aspiraciones difícilmente conjugables: el ansia de renovación y emancipación de los valores antiguos y ñoños y, al mismo tiempo, una especie de imposición de tono revolucionario casi maoísta, totalitario. Pero la libertad es decir no".
Los estragos del espíritu del 68 fueron una realidad en no pocas comunas. El amor quedaba diluido en la entrega militante; se seducía con las ideas, se iba a la cama con ellas. En España, la revolución tenía un 80% de cultural, y la sexualidad estaba incluida. Teatro, cine, música. No se temía a las enfermedades sino a la censura. El sexo era un acto de libertad. En este sentido, se fragilizaron mucho las parejas. El amor estaba en manos de la masa, con los consecuentes daños colaterales: desequilibrios mentales, suicidios, devaneos con las drogas..., la heroína se coló, muy tramposa. "Había principios sesentayochistas criminales - dice Ruiz-Domènec-: uno era considerar los celos un mal cultural burgués, lo que significaba que tu pareja podía tontear a tu lado o practicar el sexo y tú tenías que quedarte tan feliz.
Y dos, la apertura de conciencia: había que compartir secretos, tu pareja te contaba la experiencia que había tenido con tu amigo mientras te decía que te quería..., te quedabas con cara extraña pensando ´somos modernos, es lo normal´. Algunas veces, la gente no era ni consciente, estaba fumada. A mí me pareció un error político, que no moral". Un anticipo de Mayo del 68 lo protagonizó en Barcelona la que aterrizó en aquel mayo de agitación parisina huyendo de los tanques de Praga, afirma que el amor era entonces "una historia mental, de ideas y buen rollo".
"Y se practicaba; nunca como entonces. El sexo no surgía del aura de enamoramiento, no eran necesarios esos pasos retóricos. Y era poco barricadero, dice el catedrático. "De hecho, despistaba del objetivo principal - indica- y entraba en contradicción con él: se trataba de reubicar el cuerpo y darle salud para durar en condiciones hasta los 70 años, pero la con la religión y entendimos que la fidelidad era otra cosa. El 68 era fruto de todo eso".
Tampoco el actor Jordi Dauder, quien evoca con pasión los hechos del mayo francés, considera el fenómeno del amor libre más que una anécdota en aquel contexto. "La revolución sexual estaba integrada en la transformación que se venía gestando. Fue una revolución sin armas y sin toma de poder, una transformación de las relaciones entre seres humanos. Y triunfó, sí. Aquella sociedad no daba más de sí".
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