1 de marzo de 2008

LOS MITOS DE UNA GENERACION: EL MAPU Y EL PODER

por Cristina Moyano Barahona

¿De qué hablamos cuando nos referimos al MAPU? De tantas nominaciones, publicaciones y referencias parece que todos hemos olvidado que esta colectividad dejó de existir hace ya 17 años. Así, mientras algunos la declararon muerta un 11 de septiembre de 2005, semanas más tarde otros se encargaron de resucitarla. ¿Puede morir o resucitar un partido extinguido? ¿Es que en realidad estamos hablando del MAPU como colectividad; o detrás de esta nominación existen otras estelas de significaciones paralelas y no especificadas cuando realizamos la referencia? Me inclino a pensar en la segunda de las opciones.

Detrás del “MAPU” se han ido tejiendo una serie de referencias y especulaciones que no han hecho más que constituir uno de los mitos más interesantes de nuestra transición a la democracia. Detrás de esta sigla de cuatro letras, que por el año 1969 significaba Movimiento de Acción Popular Unitaria, hoy se articulan dos caras de una misma moneda mitologizada y mistificada. Una cara nos muestra quienes ven en el MAPU a los artífices de la transición, los que ven en él a una generación que hizo de puente entre la Democracia Cristiana y el mundo de la izquierda socialista, permitiendo la configuración de la propia Concertación. Por cierto, del MAPU eran o habían sido personajes tan importantes en este proceso como Enrique Correa, Eugenio Tironi, Víctor Barrueto, Jaime Gazmuri, José Antonio Viera Gallo, Oscar Guillermo Garretón, Manuel Antonio Garretón, José Joaquín Brunner y José Miguel Insulza, entre otros. Las redes, las amistades, las experiencias de vida que muchos de ellos compartieron con el mundo socialista y con la Democracia Cristiana, partido del que se escindieron en 1969, posibilitaba un flujo basado en la individuales, en las confianzas que el propio sistema político desgajado y deslegitimado no poseía en momentos previos a su rearticulación pública. Las legitimidades tuvieron que constituirse en redes de confiabilidad interna, subjetivas, cuando las estructuras institucionales no existían o carecían de la legitimidad básica como para avanzar en el proceso de transición.

Así, resultaba importante que cuando alguien quisiera hacer una llamada hubiera otro al lado del teléfono que quisiera contestar. Si dos mundos que se habían visto discursivamente como enemigos durante al menos 30 años debían comenzar a dialogar, podíamos partir con los amigos, con los que alguna vez conocimos, con los parientes, con los ex compañeros de aulas, con los colegas de trabajo. Una vez fracasada la salida insurreccional en la medianía de la década de los 80, la vía negociada desde la política se transformó en hegemónica. La reconstrucción de la institucionalidad política en los años 80 partió desde la elite y, por ende, elitizadamente.

La segunda cara del mito configura al MAPU como una secta de poder, a decir del historiador Alfredo Jocelyn Holt, la mejor expresión del gatopardismo, del camaleonismo político de un sector de la izquierda chilena, que hicieron el camino completo desde el cristianismo radicalizado al neoliberalismo, pasando previamente por el marxismo. Estos Mapus serían la mejor expresión del político acomodaticio, capaz de transar unos principios ideológicos poco canónicos por un buen puesto en el poder. Esta segunda cara tiende a enfatizar los lugares visibles que han ocupado algunos miembros del MAPU durante el retorno a la democracia, como si el ejercicio del poder fuera en si mismo una conducta inmoral frente a un pasado revolucionario, como si la práctica política encomiable fuera permanecer fuera del poder. El MAPU encarnaría para esta interpretación lo peor de nuestra transición, la negociación, la frustración de la alegría y también, al igual que la otra cara del mito, la elitización de la transición a la democracia.

Dos significaciones de una generación, de una nominación que ya nada tiene que ver con la colectividad escindida de la Democracia Cristiana un 19 de mayo de 1969 y que se fracturó en marzo de 1973, de la que emergió una colectividad paria para la propia izquierda como lo fue el Lautaro y que más tarde ingresó reunificado al Partido Socialista.

No, definitivamente no estamos hablando de ese MAPU. ¿De qué hablamos entonces? Estamos hablando de un imaginario, de una cultura política, de unos sujetos y sus prácticas. ¿Qué puede decirnos la historia de esto? Bastante, porque detrás de esta discusión un poco ilógica, estamos dando cuenta de los traumas y deseos de una transición que tuvimos y que ha terminado.

Detrás del MAPU, con sus dos caras se esconden dos visiones de nuestra transición, con sus respectivas evaluaciones. Sin embargo, la historia puede despejar varios antecedentes que nos ayuden a comprender el por qué se ha constituido este mito. El MAPU, su travesía fundacional, sus sujetos, sus redes, la construcción de sus imaginarios, están construidos históricamente en tres periodos claves de nuestra historia reciente. En primer lugar, se articulan como colectividad en la convulsa década de los 60; son hijos del cristianismo radicalizado que vio en conjunto con el marxismo una oportunidad de transformación racional y moderna de nuestra sociedad. Dar cuenta de las particularidades de ese período es central para comprender la constitución del MAPU como una cultura política, cuestión que no sólo da cuenta del partido como estructura, sino que de las prácticas políticas de un sector de la elite chilena y de la clase media ilustrada, en particular.

En segundo lugar, el camino recorrido en el exilio y en clandestinidad es otro de los hitos procesuales históricos que ayudan a comprender los aparentemente contradictorios caminos de la colectividad. En ese proceso es fundamental analizar y comprender el fecundo proceso de renovación socialista que articuló en esta comunidad de actores un imaginario social que sirvió de componente ideológico y afectivo para configurar una acción que posibilitó la conformación de la Concertación. En el MAPU la renovación socialista generó un imaginario colectivo que sirvió de base para el sueño y el proyecto concertacionista. Dotó de sentido una acción coyuntural, entregándole proyección de futuro, cuestión que era fundamental para rearticular a la propia elite política de los polos cristianos y socialistas.

En tercer lugar, es necesario analizar el comportamiento histórico y copamiento de espacios que algunos ex Mapus en particular realizaron durante los distintos gobiernos de la Concertación. Si su estrategia del transversalismo político fue efectiva está aún por evaluarse al igual que si su imaginario renovado traspasó a las bases militantes históricas de la DC y del PS. Estos son sin duda dos de los componentes del mito menos estudiados y los que sustentan retóricamente la discusión presente.


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Cristina Moyano Barahona. Licenciada en Educación en Historia y Geografía. Magíster en Historia. Doctora en Historia. Académica Departamento de Historia, Facultad de Humanidades, USACH.

28 de Abril del 2004

http://www.elmostrador.cl/modulos/noticias/constructor/detalle_noticia.asp?id_noticia=216369

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