8 de junio de 2008

¿Cómo interpretar y mejorar los resultados del Simce?, por M. Román (CIDE)

Los resultados del Simce, una vez más, se entregan con frases ambiguas y eufemismos que no permiten identificar y comprender lo que en verdad importa: qué saben; qué no han aprendido y por qué los niños y niñas asisten a las escuelas en Chile.

La Nación.cl

Limitarse a comentar que los resultados muestran que el rendimiento "es estable" o que 40% de los alumnos de cuarto básico se ubica en el "nivel inicial" es esconder la gravedad de los hechos. Se trata de aproximadamente 100 mil estudiantes que no se han apropiado de los aprendizajes esperados según su grado y escolaridad previa. Ellos no son capaces de entender ni encontrar información explícita en un texto sencillo; ordenar números de mayor a menor; manejar operaciones matemáticas simples; reconocer figuras y cuerpos geométricos de su entorno cotidiano; resolver problemas matemáticos sencillos y evidentes en su resolución o interpretar información científica elemental y simple.

Para estos niños y niñas el acceso al conocimiento y al desarrollo de habilidades que les permitan tomar decisiones, interpretar la realidad y comunicarse en forma adecuada es algo aún muy lejano. Y lo es todavía más alcanzar la autonomía necesaria para aprender y seguir aprendiendo, así como para acceder de manera igualitaria a las oportunidades disponibles en la sociedad.

La información entregada vuelve a ratificar la porfiada y dolorosa asociación entre resultados escolares y el nivel socioeconómico de los estudiantes. Este gran porcentaje de estudiantes que no alcanzan niveles satisfactorios en su desempeño, se concentra en su mayoría en los sectores más pobres y vulnerables. En nuestro país, la principal fuente de desigualdad en educación es la desigualdad económica y sociocultural de las familias de origen de los estudiantes, y el sistema educativo, sus políticas y acciones no logran revertir esta brutal inequidad social que nos atraviesa.

Sin embargo, análisis más finos nos entregan algo de esperanza y pistas urgentes de considerar: la escuela donde se estudia y principalmente la calidad de los docentes establecen diferencias en lo que los estudiantes aprenden y rinden. Lo más importante, esto ocurre igualmente en escuelas que atienden a los sectores más carentes. No debiera sorprender la constatación de que los estudiantes que cuentan con profesionales bien evaluados, rinden y avanzan más.

¿O es que a las autoridades ministeriales, los investigadores o expertos en educación les parece extraño que los alumnos aprendan y logren buenos resultados cuando sus profesores manejan el currículo, planifican y preparan la enseñanza y el trabajo en el aula considerando la heterogeneidad de su curso, el tiempo y recursos disponibles? ¿Debieran sorprenderse si al analizar estos resultados con el desempeño directo descubren que a las escuelas que les va mejor cuentan con directores conocedores y preocupados de la calidad de sus docentes, atentos a generar y gestionar recursos y condiciones para que ocurran procesos de enseñanza-aprendizaje eficaces y responsables de promover y gestionar un buen clima y una convivencia democrática al interior de sus establecimientos y las aulas?

Parece que ya es tiempo de que hagamos caso a los resultados de investigaciones que además de identificar los factores que afectan de manera positiva los aprendizajes y el logro escolar, señalan que la clave está en la interdependencia de éstos. Es cierto que contar con una enseñanza de calidad en el aula, requiere de profesores motivados y competentes, pero esto no ocurre por azar o sólo debido a la inspiración o la buena voluntad de profesionales aislados; es necesario que ellos a su vez cuenten con directivos líderes y referentes en lo pedagógico y lo administrativo, que de modo permanente les recuerden que el rol y misión de la escuela es que todos los niños aprendan y establezcan mecanismos de supervisión y apoyo al trabajo docente para alcanzar con éxito tal misión. Y así podríamos seguir. La buena gestión y conducción institucional aparecen con fuerza asociados a sostenedores conocedores de la realidad y desafíos que debe enfrentar la escuela y su comunidad, atentos a sus necesidades y requerimientos y que, a su vez, han aprendido que la gestión se potencia y se irradian las buenas prácticas cuando se trabaja en red y se asume la escuela como parte de un contexto y una sociedad.

Estos pobres resultados que nos trae el Simce vuelven a poner la atención en la necesidad de implementar políticas educativas que aseguren que cada escuela del país se constituya en un espacio de aprendizaje de alta exigencia para todos los estudiantes que concurren a ella con la esperanza de desarrollar al máximo sus potenciales, capacidades y destrezas que les permitirán comunicarse, interactuar y funcionar plena y adecuadamente en la vida cotidiana, la escuela y la sociedad. Urge, al mismo tiempo, generar incentivos para que docentes de excelencia vayan a enseñar a estudiantes y a otros docentes en escuelas más deficitarias, con magros resultados y claras inequidades sociales.

También es tiempo de usar la potencia de la evaluación no sólo para diagnosticar los resultados y avances de los estudiantes. Es tiempo de utilizarla prioritariamente para evaluar a las escuelas en su complejidad pedagógica, social y cultural; para mirar y evaluar los aprendizajes escolares en relación a la práctica y trabajo de sus maestros y a éstos como parte de un equipo de profesionales y de una cultura escolar y comunidad educativa. Evaluar así aprendizajes y desempeños en tanto consecuencia de procesos, de prácticas, de interacciones y diálogo entre la escuela, el contexto, las familias y el país, a fin de visibilizar y dimensionar los desafíos que el contexto y sus características ponen al logro de resultados educativos de igual calidad para todos.

Marcela Román, antropóloga e investigadora del Centro de Investigación de la Educación (CIDE)

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