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7 de agosto de 2008

HOMENAJE A JUAN BUSTOS, DIPUTADO SOCIALISTA Y GRAN DEFENSOR DE DERECHOS HUMANOS EN CHILE


GRAN HOMENAJE NACIONAL

Políticos de todos los espectros resaltaron la figura del diputado Juan Bustos, el abogado de Derechos Humanos fallecido a las 10:46 horas en la Clínica Alemana tras una larga agonía de dos semanas en dicho recinto .

Tras poner fin a la sesión de la Corporación para informar a sus pares la trágica noticia, el primer vicepresidente de la Cámara, Guillermo Ceroni (PPD), destacó a Bustos como una figura de “grandes cualidades humanas” y lo definió como un político que “honró el cargo” de presidente de los diputados. La presidenta de la DC, Soledad Alvear, lo destacó como “un gran socialista, un gran concertacionista”, mientras el timonel del Partido Socialista, Camilo Escalona, declaró que “nos ha dejado el jurista más eminente que ha dado el PS al país, nos ha dejado un sabio”.

El senador calificó a Bustos como una “persona honesta, buena, honrada. Una figura que enaltece la política nacional en momentos en que, a veces, en la juventud no se ven símbolos, la verdad es que Juan Bustos con su austeridad, por su dedicación al estudio, por su espíritu de diálogo, por su vocación social, es una figura que vale la pena que, sobre todo los jóvenes, puedan conocer, puedan tomar en cuenta”. Mientras, el senador Juan Pablo Letelier, a nombre de la bancada de Senadores del PS, lo catalogó como “un gran e incansable luchador por los derechos humanos, la justicia y la verdad en nuestro país” y dijo que es “un imprescindible como diría Bertolt Brecht”.

Al referirse a su detención en Argentina en el marco de la Operación Cóndor, Letelier destacó que “Juan Bustos enfrentó la vida con mucha alegría, fue un excelente profesor, un amigo, un jurista excepcional, un gran legislador. Enfrentó momentos muy adversos en los que su vida estuvo en peligro y siempre tenía una palabra de aliento y esperanza para los demás”. Por su parte, el militante comunista Hugo Gutiérrez, también abogado de Derechos Humanos, valoró el trabajo de Bustos en tribunales. “Si Augusto Pinochet fue desaforado creo que se debe en gran medida que toda la inteligencia que Juan Bustos le puso a esa causa”, dijo el candidato PC a alcalde por Estación Central.

Al otro lado del arco político, también hubo palabras de reconocimiento. Hernán Larraín, ex presidente de la UDI, destacó el trabajo de Bustos como legislador y su disponibilidad para la búsqueda de entendimientos “Pude apreciar a un hombre muy convencido de sus ideas, muy fuerte en sus convicciones, pero muy caballero, muy razonable, serio”, dijo el senador. En Renovación Nacional, el senador Sergio Romero, aseguró que "Juan Bustos tenía, respecto del mundo y de los derechos humanos, una óptica y cercanía trascendente. Aún cuando pudiésemos tener visiones no compartidas, en ciertos aspectos, esto no es menor”.

Romero argumentó que siempre tuvo una profunda relación de amistad con Juan Bustos, "porque era un hombre afable, sin dobleces ni mezquindades. Frecuentemente, nos encontrábamos en actividades desarrolladas en su distrito, que es parte de mi circunscripción, y ello no eran óbice para establecer un intercambio de ideas muy fecundo”.

BANCADAS

Un arreglo floral pusieron los diputados más cercanos en el escaño que correspondía a Juan Bustos, como un homenaje a la labor desarrollada, en tanto que los reconocimientos provinieron de parte de todas las bancadas. Desde su bancada, la socialista, el diputado Carlos Montes destacó el “gran talento” de Bustos tanto como constitucionalista, abogado, profesor y político, recalcando que “se jugó por el tema de derechos humanos durante años y ha sido un constructor, un creador del marco jurídico”.

La bancada falangista habló del “innegable aporte en materia de Derechos Humanos y su calidad como político, legislador y amigo”, de Juan Bustos. Eduardo Saffirio y Gonzalo Duarte, jefes de bancada, dijeron que del fallecido timonel de la Cámara Baja “nos quedan gratificantes recuerdos y la convicción de haber conocido a un hombre íntegro, sensible, luchador y consecuente”, y resaltaron que “su compromiso por las causas de violaciones a los Derechos Humanos fue clave en numerosas investigaciones, lo mismo podemos afirmar de su consecuencia y de su enorme calidad humana”.

En el PRSD, la bancada de diputados también se sumó a las muestras de pesar. Alejandro Sule señaló que el país pierde a un gran ser humano y “a un gran hombre preocupado toda su vida por las causas de los más desposeídos, de los más débiles y de los perseguidos”. Sule señaló que además de esta característica humanitaria del diputado del Partido Socialista, “también nos deja un destacado jurista y un especialista en el derecho penal”, agregando que sus libros sobre estas materias, “son leídos en distintas y prestigiosas universidades del mundo”

Recordó su rol como abogado querellante en los primeros procesos contra el ex general Augusto Pinochet, pero también destacó que “tuvo una importante participación en el proceso de investigación del asesinato del ex canciller Orlando Letelier en donde representó a la familia del ex ministro del Gobierno de Salvador Allende que terminó con las primeras condenas de los altos ex jefes de la DINA, Manuel Contreras y Pedro Espinoza”. Por su parte, la bancada PPD, encabezada por el diputado Jaime Quintana, resaltó su importante trayectoria política, y su recordada carrera como abogado de derechos humanos. “Su fortaleza y coraje lo llevó a llevar la defensa de la familia Letelier en el proceso en contra de Manuel Contreras y Pedro Espinoza por el asesinato del ex-canciller Orlando Letelier”, indicaron.

También enfatizaron en que a pesar de su enfermedad siempre se mantuvo activo, y nunca dejó de lado sus causas y su férrea búsqueda de la verdad en materia de derechos humanos. “Hemos perdido a un gran hombre, un gran presidente de la Cámara, que poseía un gran conocimiento jurídico, y que era un ejemplo de cómo se debe actuar en política, teniendo en claro la importancia de los acuerdos”, aseguró Quintana.

El jefe de la bancada UDI, Claudio Alvarado, lo calificó como “un contradictor noble, leal, que siempre a través de las ideas expuso sus argumentos y propició por sobre todo el diálogo y el encuentro”, destacando el acuerdo alcanzado entre oficialismo y derecha precisamente para posibilitar la elección de Bustos como presidente de la Cámara. Ese mismo acuerdo es el que obligaría a que sea el Partido Socialista el que proponga un nuevo nombre para reemplazar a Bustos como presidente de la Cámara. Ceroni apuntó que “lo lógico y normal sería que se respeten los acuerdos políticos, en esa línea yo tengo que convocar en un tiempo prudencial a una nueva elección de presidente y obviamente que esa elección tendría que recaer en base a esos acuerdos políticos”.

También el presidente del Partido Regionalista Independiente, diputado Jaime Mulet, expresó sus condolencias por el fallecimiento de Bustos, señalando que “murió un hombre que con su actitud se ganó el respeto de todo Chile” y dijo que su muerte representa “una gran pérdida de alguien que prestigió realmente la política”. El ex DC subrayó que “nadie puede negar su incansable trabajo por los derechos humanos y su actitud conciliatoria ante los problemas políticos, para salvar la unidad de la Concertación y de su propio partido y, eso causó la admiración sin exclusiones de todos los sectores políticos del país”.

Lanacion.cl

20 de julio de 2008

UNA DERROTA DE LA IZQUIERDA ITALIANA: LECCIONES POSIBLES PARA IZQUIERDAS DE AMERICA LATINA, por Mario Tronti

¿Proteo o Anteo? 11 tesis sobre la izquierda italiana después del Tsunami de abril
Mario Tronti · et alteri · · · ·

15/06/08

"La crisis de la política comienza, no cuando la política no sabe ya escuchar, sino cuando la política ya no sabe hablar". Mario Tronti y otros colegas suyos del Centro para la Reforma del estado en Roma ofrecen una importante reflexión sobre la izquierda italiana y su futuro para el inminente Congreso de Rifondazione Comunista. Agradecemos a Rossana Rossanda que nos llamara la atención sobre este texto. SP

1. Paso cambiado. "Por qué no se percibieron los indicios"

Abril 2008: llega un trecho de discontinuidad, acaso de salto. No se puede retomar el discurso del como decíamos ayer. Precisa un cambio de paso; en la indagación, en la iniciativa. No estaba escrito que la transición se cerrara por la derecha. Pero así ha sido. Y sin embargo, el de sorpresa no es el sentimiento dominante: indicios, los había, en el país y también en Roma. Por qué no se percibieron, éste es el problema. Por otra parte, no es el miedo el sentimiento que debe dominarnos. No está Aníbal en puertas; no habrá un cambio de régimen. Es una nueva derecha, de gobierno y de administración; una derecha a la que hay que analizar y cuyas decisiones hay que contrastar, de la mano el pensamiento y la acción.

2. Tras el fracaso. "No se puede ser durante mucho tiempo anticaptalistas, y a la par, débiles".

Se confirma el dato, que viene de lejos, de una mayoría de centro-derecha en el país real. En los últimos quince años, la opinión de centro se ha acercado a la opinión de derecha. Si la DC era un centro que miraba a la izquierda, Forza Italia es un centro que mira a la derecha. Eso ha generado la ilusión de que había un residuo del centro conquistable por la izquierda. Lo había, pero menos consistente de lo que se pensaba. Los movimientos, no registrados, de la sociedad, a escala territorial, han sido más fuertes que la iniciativa política. Dos han sido las respuestas a esas alteraciones del estado de opinión: una, de vocación mayoritaria, la otra, de vocación minoritaria. La primera, una respuesta, dígase así, expansiva: competir por el centro, para arrebatar al centroderecha una porción de consenso. Así los Progresistas, luego, el Olivo, luego, La Unión, luego, el Partido Democrático. Que este último pudiera cumplir esa función por sí sólo y como un todo, se ha demostrado un proyecto, a decir poco, no realista. La segunda, una respuesta, dígase así, defensiva: marcar una posición alternativa, con una gran ambición y una fuerza minúscula. No se puede ser durante demasiado tiempo anticapitalistas y débiles, antagonistas y pocos. Abril, el más cruel de los meses: dos fracasos, del centroizquierda y de la izquierda, del gran partido de centroizquierda y del pequeño agregado de izquierda.

3. Política mutada. "No puedes producir la antipolítica y luego proponerte representarla"

Aquí, un punto teórico-político que hay que afrontar. Se podría llamar el equívoco de la representación. O mejor, la relación entre el equívoco de la representación y lo que se llama la crisis de la política. ¿Qué viene antes, una crisis de la representación social o una crisis de la propuesta política. Tratemos de derrochar sentido común. Y digámoslo así: la crisis de la política comienza, no cuando la política no sabe ya escuchar, sino cuando la política ya no sabe hablar. Es verdad que es necesario escuchar: la representación es esencial, comprender la sociedad, conocerla, pero no es tanto la falta de eso lo que está en el fondo de la crisis de la política. El fondo de la crisis de la política está en el desplome de la subjetividad política, en la caída, relativamente reciente, de la propuesta subjetiva. La política ya no sabe hablar precisamente porque ya no sabe leer, porque ya no sabe interpretar. Y por ende, no sabe orientar, no sabe dirigir. El equívoco de la representación es el hecho de asumir el dato tal como es, también el dato de la sociedad, también el dato de la mayoría de centroderecha de este país. Si lo asumes tal como es, y tratas entonces de corregirlo, en vez de procurarte una propuesta política fuerte, lo que haces es encender la mecha de un proceso que tiene que terminar en la crisis de la política. Primero produces la antipolítica, y luego te propones representarla.

4. Descifrar y traducir. "La tarea de la política consiste en hacer preguntas, más que en dar respuestas".

Cuando la política ya no sabe hablar, entonces sale una clase política, y una clase administrativa, autorreferencial, que habla para sí misma y de sí misma, porque ya no sabe hablar al país, a la sociedad. Esta clase política, empeñada en ocuparse de sí misma, entra en la lógica de cualquier otra clase. Para asegurarse el consenso, secunda las pulsiones de la masa. Cuanto más las representa, más gana. La política no es escuchada por la sociedad civil, está apegada a sí misma. Si la sociedad civil es el campo de los intereses particulares y de los egoísmos corporativos, entonces la política de nuestros días no es que la represente poco, sino que, antes bien, se asemeja demasiado a ella. Esta política es un pedazo de esta sociedad, subalterna a las leyes de los movimientos, nacionales y supranacionales, a través de los cuales se autogobierna. De aquí la crisis de sentido de la acción política, un hecho genuinamente característico de nuestro tiempo. Porque la tarea principal de la política no consiste en dar respuestas; consiste en hacer preguntas. La política tiene que interrogar a la sociedad; y el dato existente, debe, precisamente, saberlo leer, descifrar, traducir, y sólo después de interpretarlo, puede representarlo; pero nunca representarlo como reflejo pasivo, nunca reflejarlo especularmente según se presenta objetivamente, en su juego incontrolado de fuerzas.

5. Construir lo social. "Hacer sociedad, pero con la política"

¿Cuál es, en este punto, la diferencia entre ahora y ayer? En el pasado estaban las grandes clases, que tenían una voz, que hablaban, que expresaban, sí, intereses, pero grandes intereses, reconocibles al pronto. Entonces la política tenía las cosas más fáciles a la hora de representar, de reunir, porque la voz venía de potentes agregados ya autónomamente, en uno u otro grado, organizados. Era menos importante entonces leer e interpretar; la representación directa tenía la vía más expedita. Pero disgregadas las grandes clases, cuando te encuentras ante una sociedad fragmentada, pluralista, corporativizada, estratificada, anárquicamente individualizada, cuando, por lo mismo, no hay ya voz social, se hace más imperiosa la obligación de la voz política. Hablar a esta fragmentación quiere decir elaborar una propuesta reunificadora. Lo social, ahora, en el capitalismo posterior a las grandes clases, se construye, no se describe. Producir vínculos sociales, y producirlos a través del conflicto, o mejor dicho, a través de los conflictos: he aquí el rostro nuevo de la izquierda, después del Movimiento Obrero. La derecha, y no digamos la nueva derecha, puede y sabe hacerlo. La diferencia radica aquí. Hacer sociedad, pero con la política: si tiene la Nueva Izquierda tiene una misión encomendada, es ésta.

6. Malestar y miedo. "La derecha triunfa porque no hay izquierda"

Hay una oleada de derecha que llega a Europa, con el acostumbrado retraso, de la Norteamérica de Bush, cuando allí parece ir de caída. Es una fiebre de revolución conservadora en tono menor, que ataca los maltrechos cuerpos de nuestros sistemas políticos. El esquema es el tradicional: el miedo como respuesta al malestar. Porque el miedo no es la causa desencadenante; la causa desencadenante es el malestar, de sociedad, de humanidad, y por ende, de civilidad. El miedo es un remedio movilizador para quien, sabiéndose sin defensas, las busca, para quien, careciendo de seguridad en el futuro, se afana en tenerla al menos en el presente. La derecha responde más y mejor al lado obscuro del ánimo humano, y la izquierda tiene las Luces, pero, desde hace harto tiempo, apagadas. Una tesis política que, a contracorriente, puede sostenerse con buenas razones podría rezar así: la derecha triunfa porque no hay izquierda. Es una tesis demostrable empíricamente, con los últimos datos electorales en mano, en el país Italia y, sobretodo, en aquel acontecimiento simbólico que es la caída de Roma: no ha arrasado el centroderecha, se ha derrumbado el centroizquierda. La verdad que hay que empezar a decir es que el centroizquierda no tiene futuro, si no se reorganiza en torno a una Gran Izquierda.

7. El convidado de piedra. "Más Anteo y menos Proteo"

Hay un transfondo de este discurso que hace un poco las veces de convidado de piedra de todos nuestros pensamientos. Dice así: la derecha gana porque el capitalismo está fuerte. Lo está aun agotándose el ciclo neoliberal, lo está aun cuando recupera espacio el papel de las políticas públicas, y queda por comprender hacia dónde se decantarán las cosas, si del lado de la crisis o del lado de la reestructuración. El desafío es a escala global, y sería buena cosa no dejar a la derecha toda la denuncia de los efectos perversos de la globalización de mercado. El capitalismo está fuerte porque consigue mantener todavía unidos la innovación del sistema, la democracia política y la hegemonía cultural. Un bloque potente que ha permitido hasta ahora, y a su favor, dos, y sólo dos, soluciones de gobierno: o un centroderecha fuerte o un centroizquierda débil. La virtuosa alternancia en los sistemas bipolares o bipartidistas à la Westminster, tiene ese pequeño vicio de fondo. En esas condiciones, no hay margen ni para una política de pura gestión ni para una política de pura contestación. Sólo hay lugar para una guerra de posiciones, de duración media. La difícil situación económica estallará bajo el gobierno político de la derecha. Y la emergencia, que parecía tener que ser institucional, será, además, social. La historia-mundo, por lo demás, es un campo de acontecimientos impredecibles, si no se la mira con la papila del corazón, sino que se la mira con el almíbar del corazón, sino que se la agarra con la lúcida inteligencia de una política-mundo. Hay aquí un terreno favorable para la izquierda, si acierta ser menos Proteo y más Anteo, si acierta a aparecer menos con múltiples formas y a reencontrar más la única tierra de la que saca la propia fuerza.

8. Izquierda, ¿quién eres?. "Fundar un pueblo".

Hay que decirlo: el pueblo de la izquierda tiene derecho a disponer de una fuerza política. Y luego decir: para estar en Europa y en el mundo, Italia precisa de una izquierda. No de una izquierda pequeña, residual, testimonial, enrocada en los símbolos del pasado y en las viejas identidades, sino de una Gran Izquierda, moderna, crítica, autónoma, autorizada, popular. No es admisible que la anomalía italiana se presente hoy como la excepción de un país sin una gran fuerza política que reivindique con orgullo esta función, en el nombre, en los hechos, en los valores. El problema de hoy no es: qué es la izquierda, sino quién es la izquierda. Más que de conocerlo, de lo que se trata es de ir a reconocer al pueblo de la izquierda. Mas, también aquí, reconocer no quiere decir representar, quiere decir construir, o mejor, reconstruir un campo de fuerzas capaz de sostener un proyecto de transformación estratégicamente pensado y tácticamente actuado. Fundar un pueblo: tal es el Beruf –vocación/profesión— de la política cuando no es cháchara, sino discurso, no imagen, sino idea, no fabulación, sino organización.

9. Trabajo y saber. "Aquí la izquierda se juega su dignidad".

La nueva y la vieja centralidad: dar forma política al pluriverso del trabajo. Se quiere una idea política del trabajo, mejor, del trabajador. Tras la experiencia histórica del movimiento obrero, ¿de qué modo la persona que trabaja, hombre y mujer de manera diferente, puede tener en cuanto tal, no sólo como ciudadano, una función política? ¿Cómo pueden contar políticamente los trabajadores asociados? ¿De qué modo, por qué vías, con qué formas, pueden expresar un proyecto de modelo social, de sistema político, de hegemonía cultural? Y, también aquí, ¿quiénes son hoy los trabajadores? Es esa clase media aculturada de masa, que se ha convertido un poco en la caricatura del bloque histórico para el centroizquierda: porque está aislada y está lejos del resto de la sociedad real. Tiene una parte alta, que tira a las profesiones, una parte baja, que tiende al precariado, y a veces se conjugan las dos cosas. Es trabajo precioso del conocimiento, un trozo decisivo de trabajo inmaterial que tiene en sus manos el futuro de desarrollo del país. Va de consuno con el trabajo material, con el trabajo manual, que se da también cuando se opera con las máquinas, con el trabajo obrero, asalariado. El trabajo sans phrase, diría Marx. Pero aquí la izquierda se juega su dignidad: hay que hacerse cargo de y poner remedio a esa desesperada soledad obrera, que se expresa, como hemos visto, de tantas maneras, a veces desconcertantes, a las que hay que reconocer antes de juzgar. Sólo asumiendo políticamente esta tarea se puede reiniciar el discurso sobre el "nuevo mundo del trabajo". Trabajo y saber, se dice hoy. Más la diferencia de trabajo femenino. El trabajo autónomo, de primera y segunda generación, amalgamado al trabajo dependiente, garantizado o precarizado. Como el centro urbano se amalgama a las periferias metropolitanas. No es posible aceptar como un destino el vuelco de consenso que se ha verificado entre estos espacios de territorio y en estos lugares de lo social. No es posible. Si no, ser de izquierda carecería ya de sentido político. He aquí la verdadera misión de una partido de izquierda fuerte: recuperar el sentido de la propia función en el "hacer pueblo" como "sujeto político". Reaproximar, reanudar y apretar el nudo entre campo social y fuerza política.

10. Lo viejo que avanza. "Lo nuevo a toda costa restaura lo viejo que avanza"

Decía Brecht: "en el muro está escrito 'viva la guerra' / quien lo escribió, ya cayó. Ahora se dice: no se puede volver atrás. Quien lo ha dicho, ya tiene un pie en el vacío. Lo nuevo a toda costa restaura lo viejo que avanza. Hemos recibido en nuestro país, aquí y ahora, y a expensas nuestras, una lección de manual. Calculemos bien los movimientos, tomémonos el tiempo necesario. Pero no excluyamos a priori el hecho de que a veces es necesario dar un paso atrás para dar el salto hacia adelante.

11. Trazas de civilidad. "Que lo viejo quede siempre del lado del adversario".

Aclarémonos sobre esto. No se trata de conjuntar los trozos restantes de la vieja izquierda. Sería una operación fuera de tiempo y sin espacio. Es preciso que lo viejo quede siempre del lado del adversario, nunca del nuestro. Las dos tradiciones, la socialdemócrata y la comunista, están agotadas. Pero no se crea que está viva, para la izquierda, la tradición demoliberal. El partido del pueblo de la izquierda está más allá de toda esta historia. Los componentes populares sufren exfoliaciones, pero sus culturas en sentido amplio, es decir, las trazas de civilidad que han venido depositando en la historia de nuestro país, están aquí, a la espera de ser reconocidas, valoradas, reorganizadas y reunificadas con las nuevas culturas, con los nuevos fermentos de civilidad: las experiencias de organización con las experiencias de movimiento, el socialismo con el feminismo, el catolicismo social con los derechos de la persona, el trabajo asalariado con el ecologismo político, la cultura del conflicto con la cultura de la paz. Todo eso, junto, es pueblo de la izquierda. Y puede llegar a ser partido del pueblo de la izquierda. No es un bloque, es un campo. No se compondrá por sí propio. Precisa componerlo. Se requiere decisión política y pensamiento fuerte. Pero, precisamente: no se pueden tomar a chanza las propias referencias, prácticas y teóricas. Porque entonces uno se convierte en otra cosa.

Mario Tronti es el director del Centro Studi per la Riforma dello Stato en Roma.

Traducción para www.sinpermiso.info: Leonor Març

8 de julio de 2008

¿QUE NUEVA IZQUIERDA?, por José Natanson




Formado en la filosofía y el psicoanálisis (Lacan es uno de sus referentes, igual que Marx), Slavoj Zizek es un polemista virtuoso, capaz de recorrer las disciplinas más diversas, mezclar profundísimos análisis filosóficos con metáforas cinematográficas, referencias a la cultura digital y la vida cotidiana. En su último libro, La revolución blanda (Atuel), descubre los puntos débiles del movimiento antiglobalización, el Foro de Porto Alegre y el zapatismo, y cuestiona con lucidez a la “nueva izquierda” de Toni Negri, Michael Hardt y Naomi Klein.


Página/12

El capítulo en cuestión se titula “Palos contra Imperio”, en referencia al comentadísimo libro de Hardt y Negri, cuya continuación, Multitud, se publicó recientemente. Allí, Zizek se formula algunas preguntas sencillas. ¿Qué haría este proclamado nuevo sujeto, “la multitud”, una vez en el poder? ¿Cómo funcionaría el movimiento antiglobalizador reunido en Porto Alegre, ese conjunto de agencias y posiciones políticas incompatibles entre sí? ¿Cómo podrían convivir los granjeros que reclaman proteccionismo con los grupos de derechos humanos y los representantes de los intereses de los inmigrantes que pelean por una mayor movilidad global? “Esta lógica de multitud funciona porque estamos hablando de resistencia. Sin embargo, ¿qué pasa cuando ‘tomamos el poder’? –si es que éste es realmente el deseo y la voluntad de estos movimientos–. ¿Qué sería una multitud en el poder?”, se pregunta el filósofo.

El problema (no de Zizek, sino de estas nuevas miradas) es que no hay una buena respuesta. Buscando una aproximación, Zizek recurre a Naomi Klein, autora del best seller No-logo, que cita a uno de los ejemplos favoritos de la izquierda posmoderna: el subcomandante Marcos. “Marcos les dice a aquellos que lo siguen que él no es un líder, sino que su escafandra negra es un espejo que refleja cada una de sus luchas, que un zapatista es cualquiera que combata la injusticia en cualquier parte (...) un gay en San Francisco, un negro en Africa el Sur, un asiático en Europa, un palestino en Israel.”

Con inocultable desdén, Zizec sostiene que “semejante estructura ético-poética” sólo puede funcionar a la sombra de una estructura de poder estatal, es decir como contrapoder. “No sorprende que Marcos no pueda mostrar su cara”, dice Zizek. Y cierra el tema con lo que define como la “máxima ironía”: lo que Klein considera el gran logro del zapatismo (acabar con el reinado del PRI) significó también el ascenso del primer gobierno posrevolucionario, el corte definitivo con los últimos lazos de la herencia histórica de Zapata y el ingreso, de la mano de Fox, al mundo neoliberal y globalizado.

Continuación de A propósito de Lenin. Política y subjetividad en el capitalismo tardío, La revolución blanda indaga otros temas relacionados: los enfoques deleuzeanos, el stalinismo, los “microfascismos”, la cuestión de Medio Oriente y, en un capítulo brillante, la crítica despiadada a la izquierda de la Tercera Vía. Como es habitual, el filósofo esloveno mezcla reflexiones filosóficas y políticas con referencias a los temas más variados: el cine, los juguetes transformers, el surf y el sexo (dice que el fist-fucking, práctica sexual consistente en introducir el puño, es “el primer modelo de eroticidad y placer post-sexuales”).

Pero lo más interesante es, sin duda, el cuestionamiento a la “nueva izquierda”. Sin suscribir una tibia visión social-demócrata, ni caer en una crítica reaccionaria o intentar un leninismo zonzo, Zizek identifica uno a uno los puntos débiles de los planteos de Hardt, Negri y Cía. Dice, a modo de conclusión, que el programa positivo que cierra Imperio –el reclamo de una ciudadanía global, un ingreso mínimo garantizado y la posibilidad de la reapropiación de los medios de producción– se formula, curiosamente, en términos de derechos o de reclamos. Para el filósofo, esto no es más que una vuelta a lo que el libro supuestamente atacaba: los agentes políticos reaparecen como sujetos de derecho. ¿Y quién, si no alguna forma universal de Poder Legislativo estatal, puede hacerlos cumplir?

29 de junio de 2008

HOMENAJE A ALLENDE EN MEXICO. Discurso de Pablo Gonzalez Casnova.


Fue ejemplo de la lucha por el socialismo, la democracia y la liberación en AL, expresó Pablo González Casanova

■ Cuauhtémoc Cárdenas y Gonzalo Martínez Corbalá, entre los participantes

La validez de la certeza del presidente Salvador Allende de que ningún golpe de Estado podría impedir que Chile retomara, tarde o temprano, el camino hacia la construcción de un hombre y un mundo mejores, quedó de nuevo avalada la noche del jueves durante una ceremonia por los cien años de su nacimiento, realizada en la sala Silvestre Revueltas del Centro Cultural Ollin Yoliztli.

En el homenaje, parte de diversas actividades en México por la efeméride, se exhibió el video Memorias de la esperanza y se recordó la muerte de Allende durante el asalto por militares a la sede presidencial en el golpe de Estado de septiembre de 1973, luego de mil días de una experiencia democrática sin precedente que buscaba preparar el camino para superar el sistema capitalista y acceder al socialismo de manera pacífica.

Organizado por el exilio chileno en México, entre los participantes estuvieron el investigador y ex rector Pablo González Casanova, el dirigente Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, el diplomático Gonzalo Martínez Corbalá y el líder político chileno Jorge Insunza Becker, quienes hicieron evidente dos certezas más, incluso demostradas con cifras y porcentajes. La primera plantea que los gobiernos de izquierda tienden a mejorar el nivel de vida de la población, mientras que la segunda advierte que la privatización y la desnacionalización de los recursos naturales, como el petróleo o el cobre, provocan un mayor empobrecimiento del país que la practica y la transferencia y pérdida de millones de dólares a empresas privadas locales o extranjeras.

El mito del suicidio

González Casanova, quien hizo un repaso biográfico de la vida y trayectoria de lucha del médico y político Salvador Allende, recordó que durante el gobierno de la Unidad Popular, que comenzó en 1970 tras una elección democrática, el desempleo disminuyó a 3 por ciento y que 99 por ciento de los niños pudieron encontrar una plaza en la escuela. En un momento dado, dijo, “la izquierda chilena ya no sólo pugnaba por una política de nacionalizaciones dentro del capitalismo”, sino que “se proponía acabar con el propio capitalismo, fuente de la dependencia, la desigualdad, la miseria y la explotación de la mayoría de todos los chilenos”. Por eso, agregó, “el proyecto de la Unidad Popular llamó la atención en el mundo entero”.

El autor de La democracia en México destacó la campaña de desestabilización social, política, económica y criminal del gobierno estadunidense y de la oligarquía y los militares derechistas y antidemocráticos del ejército chileno contra el gobierno de la Unidad Popular, que llevó al golpe de Estado, pero también mencionó otros factores de la derrota, como la división de la izquierda y la no organización previa de la defensa. González Casanova rechazó el “mito” del “suicidio” de Allende, que pretendieron crear quienes lo asesinaron en el Palacio de la Moneda, y recordó que el presidente chileno luchó durante siete horas con un pequeño grupo de partidarios y colaboradores.

El también autor de Sociología de la explotación dijo que el presidente chileno es un símbolo de las luchas “de la clase obrera chilena y de los pueblos latinoamericanos por el socialismo, la democracia y la liberación”. Y agregó que Salvador Allende “era mucho más que un orador y más que un líder de masas, pues no sólo fue un impulsor de la izquierda chilena y un gran presidente, sino, sobre todo, un gran revolucionario que le enseñó a la clase obrera a luchar por el poder”.

El desastre neoliberal

Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano dijo que recordar a Allende significa reafirmar “nuestras convicciones y compromisos de lucha con las causas por las que él luchó y se entregó y que siguen vigentes: la soberanía, la democracia y la igualdad de los pueblos”. Su lucha lo llevó a la muerte, agregó Cárdenas, “pero también a que siga viva hoy su memoria y su convicción y que represente una figura central en América Latina, y a que su ideario político contribuya al avance y desarrollo de nuestra región”. Y por ello planteó: “Indudablemente, Salvador Allende vive”.

En su turno, Jorge Insunza Becker, dirigente de la izquierda chilena y ex diputado durante el gobierno de la Unidad Popular, mencionó los diferentes logros del periodo allendista en aspectos como salud, educación, reforma agraria o política exterior, y advirtió sobre los desastres actuales de las políticas neoliberales. Mencionó algunos datos para ilustrar la “regresión” y “crueldad” que representó el golpe militar y sus políticas “antiestado”, como pasar de 54 por ciento de participación de los trabajadores en el PIB, a 33 por ciento con la dictadura, “lo que significó que anualmente 15 mil millones de dólares hayan pasado de los bolsillos de los trabajadores a los bolsillos de los grandes empresarios”.

Tras recordar que se desnacionalizaron aún más empresas de las que se habían nacionalizado con Allende y plantear que la dictadura utilizó la represión y el terror para imponer este tipo de políticas, Insunza agregó que algunas empresas mineras privadas llegaron a aumentar sus utilidades hasta 16 veces más que antes, lo que se ha traducido en “resultados catastróficos”, como lo muestra la producción de cobre, rubro en el cual “Chile está cediendo al exterior 25 mil millones de dólares anuales, más de 17 por ciento de su producto interno bruto”.

Y advirtió para el caso de México que en 2007 Pemex obtuvo ingresos por 37 mil millones de dólares, pero que si el sistema fuera aquí el mismo que la dictadura impuso y que aún persiste en Chile, esa cifra no pasaría de 9 mil millones de dólares.

Volver a la Doctrina Estrada

Durante la ceremonia Martínez Corbalá, ex embajador mexicano en Chile en el momento del golpe –encabezado por el general Augusto Pinochet–, y que ayudó a la salida de cientos de chilenos para que salvaran la vida exiliándose en nuestro país, recibió la ciudadanía honoraria de la nación sudamericana y criticó el abandono de la antes respetada política exterior mexicana. Planteó que debería volverse a la ruta de la Doctrina Estrada, pues México no debería calificar a los gobiernos de otros países sino entablar relaciones diplomáticas con sus estados. Se hubieran ahorrado “muchos sinsabores” de haberse mantenido dichos principios, dijo.

En la sala Revueltas prácticamente llena, también estuvieron entre el público la senadora Rosario Ibarra de Piedra y el embajador de Cuba en México, Manuel Aguilera de la Paz, entre otros. Y además se dio lectura a un saludo de Hortensia Bussi viuda de Allende, quien vivió en México tras la imposición de la dictadura militar en su país. Al final de la ceremonia pudo apreciarse una exposición fotográfica de los últimos días del gobierno de Allende, una de cuyas imágenes muestra al presidente con una pistola en la mano, defendiendo con heroismo y con su vida la responsabilidad que le había conferido la mayoría del pueblo chileno, tal y como lo había prometido antes en uno de sus discursos.

Carlos Gonzalez Casanova, Sociólogo mexicano, ex Presidente de ALAS, ex Rector de la UNAM

28 de junio de 2008

ALLENDE ESTA VIVO EN LA CONCIENCIA DE LOS PUEBLOS. ENTREVISTA A ISABEL ALLENDE.


Elegida parlamentaria desde 1994 en forma ininterrumpida, la diputada socialista Isabel Allende (socióloga, de 63 años) ha dedicado buena parte de su vida a rescatar la memoria de su padre, Salvador Allende, desde que por petición suya en 1973 salió de La Moneda cuando era atacada por los militares y después partió al exilio.

El País.com

Pregunta. ¿Allende está vivo en la conciencia de los chilenos?

Respuesta. Más vivo que nunca y no sólo en la conciencia de los chilenos, sino del mundo. Es un referente universal. Acabo de llegar de China y Vietnam, donde le hicieron homenajes, como en España, Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Suiza, Francia... Habrá ceremonias en Cuba, Brasil, Argentina, Uruguay, Perú, Dinamarca, Suecia, Italia, Alemania, Austria... Pocas veces se había dado un fenómeno como éste.

P. ¿Qué sigue vigente del mensaje de su padre?

R. Allende está vigente en cada rincón del mundo, pero en especial en América Latina, la región más desigual del planeta -no la más pobre-, con enormes inequidades y mucha discriminación. Allí donde se piense en terminar con estas injusticias con el desarrollo material, humano e intelectual, y en donde se brinde igualdad de condiciones, Allende está vigente. Dedicó su vida a mejorar las condiciones de su pueblo, luchar por los que tenían menos y hacer un país más justo.

P. ¿Se abrieron las "grandes alamedas" a las que se refirió Allende en su último discurso?

R. Hemos logrado recuperar la democracia y tenemos cuatro Gobiernos seguidos de la Concertación. Se han hecho políticas muy focalizadas que han permitido corregir una parte de esas enormes inequidades. Hemos sido exitosos en reducir la pobreza, pero persisten grandes desigualdades y debemos mejorar la calidad de los servicios, lograr que los chilenos tengan mejores viviendas, salud, educación y protección social. Se han abierto las alamedas por haber recuperado la libertad y democracia, y en parte, la justicia, pero la justicia social está aún pendiente para el futuro.

P. Las encuestas para la sucesión presidencial sitúan a la derecha por delante.

R. Hemos tenido cuatro Gobiernos, hay desgaste y si la Concertación no es capaz de renovarse y dar propuestas atractivas al país, se corre un serio riesgo. Para mí, sería dramático: jamás me dará igual que gobierne la derecha. Esa derecha, que hoy está dentro del juego democrático, es la misma que incentivó y acompañó el golpe, estuvo en la dictadura y jamás ha sido capaz de hacerse una autocrítica profunda.

SALVADOR ALLENDE: MULTIPLES HOMENAJES


La presidenta chilena, Michelle Bachelet, señaló que el gran legado político del ex presidente Salvador Allende, que gobernó entre 1970 y 1973, fue su voluntad "de unir indisolublemente el socialismo con la democracia" y a la vez "el imperio de la ley con el cambio social", al inaugurar en la noche del jueves (madrugada de ayer en España) la exposición Homenaje y memoria, en el acto central de la conmemoración del centenario del natalicio de este gobernante que ofrendó su vida en defensa del Gobierno democrático.

El País.com

En el centro cultural de La Moneda, el palacio presidencial bombardeado por los golpistas, donde Allende y un puñado de colaboradores resistieron a los militares el 11 de septiembre de 1973, Bachelet evocó el "legado ético imperecedero" que dejó el ex presidente, socialista y médico como ella. La diputada Isabel Allende, hija del ex presidente, leyó en el acto un mensaje de felicitaciones del presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, por el inicio de la conmemoración del natalicio de Allende, quien es "expresión de los mejores valores socialistas y democráticos". Compartían el escenario el consejero de Interior de la Generalitat de Cataluña, Joan Saura, y el embajador de España en Chile, José Antonio Martínez de Villarreal.

Para Bachelet, "mientras tenga valor la defensa de la libertad, entonces muchos verán un símbolo de consecuencia en Allende", que se ha hecho universal como los poetas chilenos Pablo Neruda y Gabriela Mistral. Tras recordar que siete días antes del golpe ella desfiló junto al palacio con miles de personas para apoyar la "vía chilena al socialismo", citó a Allende en su lúcido último discurso, al señalar que "no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza", y se comprometió a que "nunca más" el crimen y la fuerza desvíen a Chile del curso democrático y social retomado.

Con la celebración del centenario de este natalicio, Chile está reviviendo en estos días con nuevos ojos la figura de Allende, silenciada y denostada por la dictadura de Augusto Pinochet, como no ocurría desde los actos por el 30º aniversario del golpe militar. La prensa y la televisión han dedicado reportajes y espacios al tema e incluso la derecha ha permanecido en silencio ante los homenajes en Chile y otros países a este médico que llegó a la presidencia en su cuarto intento.

La masonería, que después del golpe militar cerró la Logia Hiram 65, a la que pertenecía activamente Allende, ahora lo reivindicó instalando un busto suyo entre los grandes masones.

La viuda del pintor surrealista chileno Roberto Matta, Germana, obsequió un cuadro y una chaqueta a la Fundación Allende. En algunas ocasiones, cuando Allende veía a un amigo vestido con una prenda que le atraía, decía bromeando que se vería mejor en un presidente y el interlocutor debía regalársela. Matta se anticipó en una oportunidad y le dijo a Allende que su chaqueta quedaría mejor en un pintor y el presidente se la obsequió. Bien conservada, el jueves la chaqueta volvió a la familia Allende.

"Fue como el regalo de cumpleaños que pude entregarle a Salvador", dijo Germana Matta.

El aniversario logró por primera vez en 18 años de democracia que todos los partidos de la coalición gobernante, incluida la Democracia Cristiana, que fue opositora del Gobierno de Allende, compartieran tribuna con el Partido Comunista junto al monumento al ex presidente.


FIDEL CASTRO RINDE TAMBIEN HOMENAJE A ALLENDE

Es un ejemplo "clásico" de que el socialismo puede llegar al poder por la vía pacífica, afirmó. AFP

La Habana. El líder cubano Fidel Castro exaltó al ex presidente chileno Salvador Allende como revolucionario "intachable" y valiente, y un ejemplo "clásico" de que el socialismo puede llegar al poder por la vía pacífica, según un artículo que publicó este viernes en su honor.

"Hoy se cumple un siglo de su nacimiento. Su ejemplo perdurará", señaló Castro, de 81 años de edad y retirado del poder hace 23 meses por enfermedad, en un extenso artículo con fecha del jueves.

"Es un ejemplo verdaderamente clásico de la lucha por vías pacíficas para establecer el socialismo", dijo el líder comunista, quien llegó al poder en Cuba por la vía armada en 1959 y renunció a la presidencia en febrero pasado.

En su texto, Fidel Castro hace un recuento biográfico de Allende, al destacar que desarrolló toda su vida "una lucha consecuente que nunca lo apartó de su intachable conducta revolucionaria".

"Me cupo el honor de haber compartido con él 14 años de lucha antimperialista desde el triunfo de la Revolución Cubana", expresó el ex presidente cubano, quien además reprodujo seis cartas que envió a Allende entre 1971 y 1973.

"El 11 de septiembre de 1973 muere heroicamente defendiendo el Palacio de La Moneda. Combatió como un león hasta el último aliento", agregó Castro, al recordar la muerte del político socialista chileno durante el golpe militar que encabezó el general Augusto Pinochet.

Allende se suicidó en La Moneda, según algunos testimonios con un fusil que le regaló su amigo Fidel Castro, mientras el lugar era atacado por los militares alzados, aunque otras versiones señalan que fue en combate.

"No hay contradicción alguna entre ambas formas de cumplir el deber. En nuestras guerras de independencia hubo más de un ejemplo de combatientes ilustres que, cuando ya no había defensa posible, se privaron de la vida antes de caer prisioneros", aseguró el ex presidente cubano.

"Hay mucho que decir todavía sobre lo que estuvimos dispuestos a hacer por Allende, algunos lo han escrito. No es el objetivo de estas líneas", apuntó Castro, quien se dedica en su convalecencia a escribir.

26 de junio de 2008

RECUERDOS SOBRE SALVADOR ALLENDE



“Allende se suicidó por su coherencia en la vida”


Mariana Cantero. Oscar Soto, médico personal y amigo de Salvador Allende, fue una de las últimas personas que lo vio con vida. Soto sobrevivió al asalto al Palacio de la Moneda del 11 de septiembre de 1973. En entrevista con Tribuna Latina, explica cómo fueron los últimos momentos del Presidente derrocado por el general Augusto Pinochet y cómo los sucesivos gobiernos chilenos han continuado con la política económica perfilada por los militares.

¿Cómo recuerda a Salvador Allende?
Lo recuerdo como una persona muy serena. En los últimos momentos fue exactamente igual que como había sido toda su vida, estaba muy preocupado por la situación del pueblo chileno. En su último discurso él especificó claramente cuáles eran los sectores que creía que iban a ser más perseguidos por la dictadura y llamó de alguna manera a evitar que existan víctimas inútiles...lo recuerdo con el humanismo que siempre lo caracterizó.

¿Cómo supo lo que estaba pasando el 11 de septiembre?

Yo llegué al Palacio de la Moneda a las 8.15, porque me llamaron por teléfono a mi casa desde la casa del presidente para que fuera. Estaban ocurriendo movimientos de la Marina en Valparaíso y Allende quería que estuviera allí, por eso me incorporé. Cuando llegué la situación no era muy clara, estaba todo muy confuso y no se sabía cuántos estaban a favor del golpe ni quiénes eran. Incluso puedo decir anecdóticamente que Salvador Allende no sabía que Pinochet estaba en el golpe; entonces en algún momento dijo en voz alta “¿Qué será de Pinochet?”, pensando que lo habían tomado preso. Hasta que apareció el primer comunicado de la Junta Militar alrededor de las 9 de la mañana, firmado por los Comandantes del golpe.

Una vez que toman el Palacio de la Moneda, Allende nos pidió que saliéramos en grupo. Una vez fuera nos tiraron en el suelo y comenzaron a hacer una especie de discriminación. Javier Palacio, que era el General que había tomado la Moneda, nos dice que nos levantemos y nos pregunta qué hacíamos allí. Le dijimos que éramos médicos y que estábamos cumpliendo nuestra función, por lo que él hizo una especie de reflexión y dijo “a mí me ordenaron que tomara la Moneda, y a ustedes como médicos que ejerzan vuestra profesión”. Luego nos pidió que nos identificáramos y nos dejó en libertad.

Después Allende se suicidó, pero en algún momento se especuló con la idea de que lo habían matado los militares

Sí, porque alguna gente pensó que era más digno para un revolucionario que lo mataran los militares y no que se suicidara. El 28 de septiembre de ese año, Fidel Castro dijo en la Plaza de la Revolución de La Habana que Allende había muerto luchando y lo habían matado los militares. Eso pesó mucho en la idea de la izquierda del mundo, la teoría era que lo habían matado los militares y fue difícil comprobar que la idea era otra, que él no quería caer prisionero y se suicidó. La decisión de Allende de suicidarse es la consecuencia de su coherencia en la vida.

Y después de tantos años, Pinochet muere sin condena
Sí, estas son cosas que a veces no se dicen en medios oficiales. Pinochet fue juzgado en Chile pero nunca fue condenado, ¡se murió de una enfermedad natural!. Este me parece un tremendo déficit que tiene la concertación, se puede decir que han luchado por los derechos humanos, sí, pero ahí está Pinochet. Y ahí están los militares causantes de tantos muertos, desaparecidos y asesinados. Se les procesa, pero a la cárcel no van.

Porque todavía hay una derecha muy fuerte en Chile
Sí, sobre todo hay el intento de hacer una especie de reconciliación sin llegar previamente al reconocimiento de la verdad y sin que los verdaderos culpables sean llevados a la justicia realmente para que paguen por lo que han hecho. Así no puede haber reconciliación.

Pero el gobierno de Bachelet mantiene una imagen progresista
Sí, y creo que lo es. Es hija de un general de la fuerza aérea que murió en la cárcel, ella estuvo exiliada y perseguida y su madre también. Pero la fuerza ideológica que tiene la derecha en Chile es muy grande. Es tan grande que emplean a la izquierda.

Y esa izquierda es la que ha continuado con una política económica que sigue la línea perfilada por los militares
Exactamente, es la misma. La política económica de Pinochet no la ha tocado ninguno de los presidentes posteriores, ni Lagos ni ella (Bachelet). Lo que ha hecho la concertación es administrar la política económica ideada por el régimen de Pinochet, que todos consideran exitosa. Yo no comparto ese criterio.

Muchas veces se dice que proyectos como el de Allende son impensables en el contexto actual. Pero ¿cree que la de Allende es hoy una ideología caduca?
En este momento nadie en el mundo se plantea llegar al socialismo, pero el mundo está mal construido, seguirán los países ricos cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. África será más pobre, Europa más rica y dentro de las sociedades pasará lo mismo. La concertación ha disminuido el número de pobres, pero Chile es el tercer país en desigualdad de ingresos. El dinero se reparte mal, los ricos se llevan gran parte. Entonces hay valores que son permanentes, Allende es un hombre que uno recuerda no por la nostalgia de lo que hizo solamente, sino porque sus valores están vigentes.

ALLENDE: SU ULTIMO MENSAJE (HOMENAJE A 100 AÑOS DE SU NACIMIENTO)

Su último mensaje

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

11 de setiembre de 1973. 9:10 A.M. Radio Magallanes


Seguramente, esta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes. La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de radio Portales y radio Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas un castigo moral para quienes han traicionado el juramento que hicieron: soldados de Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha autodesignado comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que también se ha autodenominado director general de carabineros. Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar!

Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad al pueblo. Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada definitivamente. Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.

Trabajadores de mi patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la ley, y así lo hizo. En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la reacción creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya, víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con mano ajena, reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus privilegios.

Me dirijo a ustedes, sobre todo a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que creyó en nosotros, a la obrera que trabajó más, a la madre que supo de nuestra preocupación por los niños. Me dirijo a los profesionales de la patria, a los profesionales patriotas que siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales, colegios de clases que defendieron también las ventajas de una sociedad capitalista.

Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su espíritu de lucha. Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las vías férreas, destruyendo los oleoductos y los gasoductos, frente al silencio de quienes tenían la obligación de proceder.

Estaban comprometidos. La historia los juzgará.

Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la patria.

El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.

Trabajadores de mi patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor.

¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!

Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará la felonía, la cobardía y la traición.

24 de mayo de 2008

ULTIMA CONVERSACION CON NORBERT LECHNER (incluída su militancia en el MAPU).

Última conversación con Norbert Lechner.
Las condiciones sociales del trabajo intelectual

Entrevista realizada por PAULINA GUTIÉRREZ* y OSMAR GONZÁLEZ**

Nota Previa

El 17 de febrero del año 2004 falleció el doctor Norbert Lechner, víctima de una violenta enfermedad de relativamente corta duración. Lechner fue uno de los más destacados y creativos científicos sociales de la comunidad intelectual de América Latina. Su trayectoria como investigador y pensador lo llevó desde la indagación acerca de las particulares características del Estado en los países de la región hasta, especialmente en los últimos años, profundas y altamente novedosas reflexiones sobre la política y la subjetividad de los individuos en nuestras sociedades. Valga también recordar que Lechner, en un acto de coraje civil y hasta de audacia política, permaneció en el Chile del dictador Pinochet, participando activa y creativamente en el largo proceso de preparación intelectual y política de la reconquista de la democracia en ese país, lo cual le mereció el otorgamiento de la ciudadanía chilena por una decisión unánime del Parlamento.

No está demás recordar y destacar las extraordinarias cualidades humanas de Norbert Lechner, que tuvieron su contrapartida en el hondo aprecio de quienes tuvimos el privilegio y el honor de ser sus amigos.

Norbert Lechner estuvo vinculado al Cendes y a muchos de sus investigadores y fue un miembro muy activo del Comité Asesor de la revista Cuadernos del Cendes.

A su esposa y a sus hijos el Cendes dedica la publicación de esta conversación en nuestra revista, como un homenaje solidario y sereno.

Heinz R. Sonntag

Sabemos que el pensamiento es un proceso complejo, difícil de reconstruir en la mezcla de intuiciones y convicciones, de dudas y certezas, de apuestas y argumentación lógica. El propósito de esta entrevista consiste en explorar un aspecto específico: las condiciones sociales de la reflexión. ¿Cómo llegas a producir las ideas que presentas en tus escritos? Tus trabajos revelan un estilo de indagación, incluso de redacción, muy particulares, que tienen poco que ver con el grueso de los análisis políticos. Me pregunto si tu reflexión intelectual no refleja los rasgos particulares de tu biografía. Naciste y te formaste en Alemania, mientras que realizaste tu carrera profesional en Chile en contextos tan diferentes como los de Allende, Pinochet y la reconstrucción democrática. El lugar especial de tu obra ha sido ratificado recientemente cuando el Congreso chileno te concede la nacionalidad por especial gracia, en reconocimiento a tus contribuciones a pensar la democracia. Es notable que obtengas este reconocimiento cívico, respaldado por todos los partidos políticos, a pesar de que tus textos tratan más de los patios interiores de la democracia que de las grandes avenidas. Tus libros no son manuales de uso masivo, sino una mirada oblicua sobre lo que nos está pasando. En suma, cuando te pones a observar tu propia producción intelectual ¿qué te llama la atención?

Norbert Lechner. Comparto la preocupación por conocer cómo nuestras interpretaciones de la realidad social se encuentran condicionadas por determinadas condiciones de producción. En América Latina se cultiva poco la historia de las ideas y en Chile todavía menos. Tenemos poca conciencia de que nuestra manera de pensar tiene su historia, sus tradiciones, sus encrucijadas. Incluso los intelectuales muchas veces eluden una auto-observación de su trayectoria e ignoran cuán condicionada está por su entorno social. Me parece que debemos distinguir dos estrategias de investigación igualmente legítimas. Una se guía por los temas y problemas derivados del desarrollo de la disciplina; los mismos avances de la ciencia política o la sociología suscitan nuevas preguntas. La otra se nutre de los retos que plantea la realidad social; la originalidad de un estudio reside en la capacidad de «escuchar», nombrar e interpretar los fenómenos sociales emergentes. Yo me guío por esta segunda estrategia. Mi reflexión nace en respuesta al mundo que me rodea. Y buscando respuesta, echo mano del debate teórico como una caja de herramientas para interpretar esa realidad. Por cierto, dependerá de la calidad de la reflexión teórica que el análisis no se agote en la coyuntura.

Tu libro sobre La construcción del orden deseado lleva como introducción una larga entrevista con Tomás Moulián. Sin embargo, vuestra conversación no alude a tus antecedentes biográficos. Comencemos pues por revisar qué influencias puede haber tenido tu historia de vida.

N.L. Nací el 10 de junio de 1939 en Karlsruhe, Alemania, en víspera de la Segunda Guerra Mundial. Nací pues en un clima de tensiones y temores que marca mis primeros meses de vida.

Pocas semanas después, el primero de septiembre, la invasión de Alemania a Polonia da inicio a la guerra. Más allá de la acción militar, empero, se trata del apogeo de Hitler. ¿Qué significa la dictadura nazi para tu vida?

N.L. En lo personal, no tengo una vivencia consciente del nazismo. Más me impactó la guerra: los bombardeos ingleses, el ruido de las sirenas y la corrida a los refugios. Treinta años después, en las semanas posteriores al golpe de 1973, las balaceras y los demás despliegues del poder militar actualizan mis miedos infantiles. En cambio, conozco y asumo la existencia del nazismo recién en el liceo. En mi familia no se hablaba de Hitler; ella no era partidaria del régimen, pero tampoco opositora. Creo que no se sentía política y moralmente responsable de lo que sucedía; debe haber compartido con muchos alemanes el afán de encontrar un modus vivendi al menor costo posible. No es gente que participe en las atrocidades nazis; no las aprueba ni las apoya. Pero tampoco las combate. Opta por el silencio, la indiferencia. Es un acto de cobardía, pero quizá yo hubiera actuado igual: como dice Brecht: pobre el país que requiere de héroes. En mi caso, no me peleé con mis padres acerca del pasado nazi, un conflicto que jugó un rol sobresaliente en el movimiento alemán del 68. Sin embargo, durante muchos años sentí vergüenza de ser alemán. Mis vínculos con «lo extranjero» me hacían ver «lo alemán» como un estigma que, sin haberlo provocado, no podía borrar.

Volveremos sobre la dificultad de ser alemán, pero antes háblanos de la influencia que tú atribuyes a tu familia.

N.L. Bueno, soy hijo único de una familia de clase media. Mi padre estudió matemáticas y física y después fue profesor de educación secundaria. Es un hombre culto, con gran vocación musical, pero carente de todo gusto por la literatura. En cambio, yo comencé a leer desde muy temprano. La literatura me sirvió para hacerme un espacio frente a la figura dominante –en términos normativos e intelectuales– de mi padre. Creo que esa mezcla de rigidez normativa, superioridad intelectual y reserva emocional condiciona mi formación. Al mismo tiempo tenía un talante liberal que no buscaba influir en mi modo de pensar.

¿Y tu madre?

N.L. Fue mi fuente de amor. Mi madre muere muy joven, a los 36 años, de un cáncer, cuando yo apenas tengo 12 años. La pérdida de la madre a esa edad representa un trauma que me persigue por muchos años.

Da la impresión de que creces en una familia de clase media bastante típica.

N.L. Es una familia con movilidad ascendente y, por lo mismo, sensible a las amenazas de descenso social. Mis abuelos paternos y maternos son gente del campo que llega a la ciudad en el marco de la industrialización y urbanización que caracterizan a Alemania en 1900. Un abuelo es funcionario de ferrocarriles y el otro carnicero. Mi padre es el primero de la familia que entra a la universidad, mientras que mi madre no tiene más que educación básica. De ahí que la búsqueda de reconocimiento haya sido un factor recurrente en mi desarrollo intelectual.

Un factor decisivo de la educación son los valores que te inculcan tus padres. ¿Cuáles eran los valores básicos que orientan tu infancia?

N.L. Provengo de una familia católica practicante que impone una educación bastante rígida en virtudes y pecados. El catolicismo alemán de entonces tiene un doble efecto: pone distancia respecto al régimen nazi y, al mismo tiempo, trasmite una visión conservadora del orden. Inculca una distinción nítida entre el bien y el mal, pero no ayuda a formar un juicio propio. Me tomó tiempo elaborar una opción individual. Lo lento de mi emancipación se desprende de lo tardío que fue mi aprendizaje político. Sólo como estudiante, habiendo abandonado el entorno familiar, comienzo a interesarme por mi entorno social.

En muchos casos existe una relación fuerte entre una forma de pensar y determinado espacio urbano. En tu caso, ¿la ciudad de Karlsruhe influyó en algo sobre tu formación?

N.L. Es cierto que la ciudad establece un espacio muy particular porque fue diseñada, en pleno absolutismo ilustrado, a la manera de un abanico con el palacio en el corazón. Más importante que la trama urbana, sin embargo, parece ser el ambiente y la experiencia urbana. Al respecto, Karlsruhe tiene menos carácter que Freiburg, donde hice gran parte de mis estudios universitarios. Además, me mudé demasiadas veces: Oporto, Madrid, Valencia. Más tarde París y Córdoba y, sobre todo, Santiago. Recuerdo con afecto ambientes específicos de cada una de estas ciudades, pero no percibo un impacto sobre mi trabajo.

Vuelvo a la cronología. En Karlsruhe viviste el comienzo de la guerra y conociste los bombardeos. En medio de esas tensiones tu familia decide emigrar a Portugal. Esa decisión debe haberte cambiado la vida.

N.L. A fines de 1940 partimos a Oporto, donde mi padre trabajará en el Instituto Goethe. El traslado permite alejarnos de la guerra y evitar sus penurias, pero al precio de un desarraigo. Pierdo los lazos y lugares que conformaban mi origen. Desde entonces me cuesta definir un lugar propio.

Tuviste la suerte de vivir lejos de la guerra y la post-guerra en Alemania. Ello marca una diferencia con los jóvenes de tu generación. ¿Tú percibes esa diferencia?

N.L. Cuando nos trasladamos a Madrid, a comienzos de 1945, conozco una doble post-guerra –europea y franquista– que se refleja en una ciudad pobre y triste. Es la primera mirada al mundo que me rodea y descubro un mundo gris. Sin embargo, terminan siendo más significativas las alegrías que acompañan mis primeras identificaciones de «lo propio»: me vuelvo aficionado de los toros y del Real Madrid. O sea, hay una vivencia de «ser español» en paralelo al ambiente alemán en la familia.

Eso me recuerda el papel del lenguaje entre las condiciones sociales del pensamiento. ¿La educación bilingüe influye en tu manera de pensar?

N.L. Me parece que el bilingüismo puede acentuar las dificultades de un joven para desarrollar una identidad propia. En mi caso, aprendo al mismo tiempo el alemán y el portugués, luego olvido el portugués para aprender el castellano y termino hablando una mezcla incomprensible de alemán y español, propia de los niños del pequeño ghetto alemán. Vale decir, carezco de un anclaje lingüístico firme que me permita comunicar espontáneamente ideas y emociones. Ahora pienso que esa debilidad del lenguaje materno debe influir igualmente en mi dificultad de recordar y verbalizar mis sueños. Aquí podría radicar el impacto. Yo pienso a partir de imágenes que por una u otra razón se cargan de significaciones preverbales que buscan expresarse en palabras escritas. En ese paso de la imaginación visual al pensamiento discursivo se juega para mí el trabajo intelectual.

Parece que sufriste bastante con el desgarro entre el hecho de ser alemán y el sentimiento de pertenencia que nacía de la afición a los toros y al fútbol. Esa afición o, mejor dicho, pasión se mantiene hasta la fecha. Comparado con esos poderosos mecanismos de identificación, el retorno a Alemania no te ofrece referentes alternativos.

N.L. Regreso a Karlsruhe en el año 1952 cuando tengo trece años. Fue un cambio brutal. En primer lugar, no soy Ulises, quien tras largas aventuras retorna al hogar. Yo viví mi infancia en lugares distintos a los de mis padres y abuelos. Para mí Alemania es un país desconocido, una familia extraña, un modo de vida ajeno. Segundo, Alemania representa el lugar donde perdí a mi madre. Es a partir de una vivencia inicial de pérdida y soledad que debo construir mi inserción. En tercer lugar, el regreso a Karlsruhe significa ingresar a un gran liceo, con exigencias de calidad y disciplina muy superiores a las que estaba habituado. Además mis compañeros de curso suelen llamarme «el español» y por medio de esa mirada externa me asumo a mí mismo como extranjero. A esta auto-identificación contribuyen mis lecturas de adolescente. Cuando leo El Extranjero de Camus me descubro a mí mismo en ese personaje solitario y desarraigado. Como muchos de mi generación tengo a Camus y Sartre, Brecht y Kafka como autores de cabecera. Estoy convencido de que muchas veces se aprende más de la realidad por medio de la literatura que a través de las ciencias sociales.

Eres un adolescente de trece años cuando comienzas tu ciclo alemán. ¿A partir de entonces toda tu formación intelectual es alemana?

N.L. Sí, hice mi bachillerato en 1959 y a continuación, contrariando mi vocación espontánea por la literatura y las artes plásticas, comencé a estudiar Derecho porque significaba mantener abiertas más opciones a futuro. Tuve el apoyo de mi padre para dedicarme primero a una formación cultural general. Con ese pretexto pasé tres semestres en Munich y luego un año en París disfrutando de una especie de fiesta intelectual. Sobre todo la estadía en París me abre de par en par una ventana al mundo. Mi vida universitaria en Freiburg implica una larga «travesía del desierto» aprendiendo el rigor y la disciplina del Derecho. Visto en retrospectiva fue un aprendizaje útil, pero no te imaginas lo feliz que fui entonces al terminar mis estudios jurídicos y al obtener en 1964 mi licenciatura.

¿Y ejerciste alguna vez como abogado?

N.L. No, nunca me vi como jurista. Con la licenciatura en la mano fui aceptado en el curso de doctorado de Dieter Oberndörfer, catedrático de Ciencia Política en Freiburg. Además, por saber español, me contrató como colaborador junior en el Centro de Estudios del Tercer Mundo que él dirigía. Aquí comienza mi aventura latinoamericana, un poco al azar.

Tu infancia te había imbuido de un «estilo latino». Así y todo, no es un salto menor irte de Freiburg en el corazón de la Selva Negra a Chile, un país al fin del mundo. ¿Por qué te decidiste a venir a Chile?

N.L. Me incorporé al mencionado Centro para colaborar en una serie de estudios sobre el movimiento universitario en América Latina. Propuse trabajar sobre Chile. ¿Por qué? Creo que mi decisión responde a un conjunto de factores bastante azarosos. Una primera razón es que Chile era noticia en la prensa alemana de 1964. Las elecciones chilenas de ese año tuvieron una fuerte repercusión en Alemania dada la posibilidad de que ganara la Democracia Cristiana. Segundo, me atrajo el programa de «revolución en libertad» que proponía Eduardo Frei Montalva. Aparece aquí una pregunta que me perseguirá por años: ¿cómo compatibilizar orden y cambio social? Te das cuenta de que el interrogante tiene que ver más con mi biografía que con un planteo académico. Hay un tercer elemento que interpela mi espíritu aventurero: Chile es uno de los países más alejados de Alemania y me permitiría conocer otros lugares en los viajes de ida y regreso. Es probable que mi salida fuese también una suerte de fuga; estaba hastiado. Así fue como un joven candidato a doctor de veinticinco años desembarca en el viejo aeropuerto Cerrillos en enero de 1965.

En aquella época el salto trasatlántico debe haber sido todavía una verdadera aventura. De pronto te ves enfrentado a un mundo noeuropeo. ¿Qué te llama la atención en tu primer contacto con la realidad chilena?

N.L. Me siento como pez en el agua. Prolongo una estadía prevista de tres meses a un año entero. Me adapto con facilidad al modo de vida chileno y hago buenas amistades. Sin embargo, mi gran descubrimiento en aquel viaje es la política. La estadía en París significó una primera aproximación, pero nunca había estado en un lugar donde se hablara y polemizara tanto sobre temas políticos. Viniendo de un ambiente de guerra fría, aprendo rápidamente lo entretenida que puede ser la política. De regreso en Freiburg, la Fundación Adenauer me ofrece trabajar en su oficina santiaguina; de este modo estoy de vuelta en Chile entre enero de 1966 y mediados del 67.

Un factor decisivo en la formación intelectual es la socialización que brinda el entorno universitario. Por lo que cuentas, tu socialización académica es posterior a tus estudios de Derecho, más vinculada a tu estadía en Chile y tu estudio de Ciencia Política.¿Reconoces la influencia de algún «maestro» que haya orientado tu pensamiento posterior?

N.L. Mi principal amistad es con Franz Hinkelammert, un economista berlinés y gran intelectual, que se desempeñaba como director de la Fundación Adenauer en Santiago. Él debe haber sido el primero en Chile en plantear una teoría social del desarrollo. A través de él conozco a Marx y un pensamiento crítico que yo desconocía por completo. Mi misión era colaborar con el Instituto de Estudios Políticos, dirigido por Jaime Castillo Velasco, que es el núcleo de formación ideológica de la Democracia Cristiana. Allí me hice amigo de muchos jóvenes que –como Juan Enrique Vega– después formarían un nuevo partido, el MAPU (Movimiento de Acción Popular Unitaria).

En esa época y hasta el golpe de 1973, Santiago era un centro intelectual efervescente. En el debate intervenía, desde luego, la primera generación de cientistas sociales chilenos a la que pertenecían Eduardo Hamuy, Osvaldo Sunkel, Enzo Faletto, Raúl Urzúa. A ellos se agregaba un grupo de sociólogos brillantes en la Cepal, (Fernando Henrique Cardoso, Francisco Weffort, Edelberto Torres Rivas, Aníbal Quijano), un fuerte grupo de exiliados brasileños en el CESO (Ruy Mauro Marini, Theotonio Dos Santos) y otros intelectuales destacados como André Gunder Frank y Armand Matellart. Otro polo de influencia eran los jesuitas en torno a Roger Veckemans, mientras que Flacso organizaba el primer y entonces único postgrado en Ciencias Sociales de la región, con profesores como Alain Touraine, Johan Galtung y Adam Przeworski. Viendo esa aglomeración de nombres famosos, todo el mundo esperaría un animado debate intelectual. En realidad, las relaciones eran bastante segmentadas. Así y todo, sin duda fue un momento estelar en la historia cultural chilena.

Los conflictos políticos que culminan en el golpe de 1973 han tapado la vista de los debates que animaban las ciencias sociales en esos años. La conmemoración de los treinta años por la televisión ha puesto de relieve muchos aspectos olvidados, pero no podía reconstruir los hitos más complicados del debate chileno de entonces. Cuéntanos del contexto intelectual en que se movía la discusión.

N.L. Para no perderme en un anecdotario, me limito a recordar algunos textos famosos. En primer lugar, la formulación latinoamericana del estructural-funcionalismo de Parsons. Me refiero a Política y sociedad en un período de transición de Gino Germani que debe haber sido el libro más influyente en las incipientes carreras universitarias. Su teoría de la modernización es pronto cuestionada por otras dos obras representativas de la época: el libro de Cardoso y Faletto sobre Dependencia y desarrollo en América Latina y el de André Gunder Frank sobre el Desarrollo del subdesarrollo. Con enfoques muy distintos, ambos plantean un mismo tema: el modelo de desarrollo en América Latina y, en especial, la viabilidad del capitalismo como estrategia de desarrollo.

Ahora bien, en aquel momento la discusión teórica aparece subordinada a la posición político-ideológica de los autores. Su auto-identificación político-partidista suele definir el punto de vista a partir del cual abordan los fenómenos sociales. Tales presuposiciones valóricas son premisas (tácitas o explícitas) de todo análisis social. Pero en los años sesenta, la polarización política agudiza y rigidiza dichas presuposiciones. Se conforma una especie de «academia militante» donde los intelectuales tienden a racionalizar y justificar las posiciones políticas tomadas de antemano. Podría hablarse de «productores de ideología» en el sentido de crear cosmovisiones racionalizadoras, capaces de dotar de sentido las experiencias cotidianas de la gente.

Dentro de ese espíritu militante, ¿recuerdas lecturas significativas de esa época?

N.L. Más que una lectura de libros ocurre una lectura de la realidad. Predomina una fetichización de la práctica política que para mí equivale a un período de aprendizaje político. Antes no tenía pensamiento político propio, salvo una identificación sentimental con la Guerra Civil española. Nunca me sentí involucrado con la política alemana. Es gracias a los amigos chilenos que aprendo no solamente a analizar los problemas de gobierno que enfrenta Frei, sino a descubrir el funcionamiento real de una máquina como es el Partido Demócrata Cristiano. Sólo de manera secundaria me dedico a recopilar material para la tesis de doctorado. Había decidido hacerla sobre el proceso de democratización en Chile; un tema algo manoseado en la actualidad, pero poco analizado en aquel entonces. En los años sesenta la historia de la democracia chilena hacía parte del sentido común, pero no era tema de indagación académica. Había estudios constitucionales como los de Julio Heise o análisis electorales, pero no una interpretación propiamente politológica (La democracia en México de Pablo González Casanova debe haber sido uno de los primeros estudios en considerar las condiciones sociales de la democracia).

La tesis de doctorado debe haber sido tu entrada a la producción académica. ¿Cuál es el enfoque teórico que orienta tu interpretación de la democracia chilena?

N.L. Déjame confesar que se trata de un enfoque ecléctico, sin mayor brillo. Los enfoques predominantes en la ciencia política de esa época (la escuela del Political Development o la teoría sistémica de David Easton) no ofrecían, a mi entender, un marco conceptual adecuado. Políticamente la estadía chilena me había acercado a posiciones de izquierda. Pero esa mirada no tenía traducción al plano teórico. No encontraba un esquema interpretativo que permitiera dar cuenta de la realidad empírica. Había demasiada realidad, por así decir. Finalmente adopté un enfoque de Ralf Dahrendorf que tematizaba algunas cuestiones claves: la dinámica del cambio social, el conflicto de clases, la democracia como institucionalización de conflictos. Eran temas ausentes en la escuela norteamericana pero, a mi juicio, indispensables para la comprensión del proceso chileno.

Defiendo la tesis a mediados del 69 y al año siguiente José Aricó publica una versión abreviada en Buenos Aires bajo el título La democracia en Chile. No he vuelto a leer el libro y me cuesta hacer una evaluación retrospectiva del valor que pudiera haber tenido entonces. Expresaba una visión optimista sobre el progreso casi irresistible del proceso de democratización. Ahora bien, a la hora de publicarse el libro, la dinámica de la Unidad Popular había instalado ejes temáticos distintos a la democracia. Y cuando la cuestión democrática retorna a fines de los años setenta será en un contexto muy distinto.

Tú escribes tu tesis en pleno movimiento del 68. Sin embargo, no mencionas ese contexto y sus posibles efectos para tu trabajo. ¿No participas del fenómeno?

N.L. El 68 representa un acto militante contra cierta historia de la nación alemana. Pienso en los jóvenes que aclamaron a Hitler y poco después marcharon a su guerra. En los años cuarenta enunciaron una timorata declaración de culpa («no fue culpa nuestra»), pero ya en los años cincuenta estaban instalados cómodamente en el llamado milagro alemán. Y en los sesenta se creen en pleno derecho a acusar a la nueva generación de alemanes, desvergonzados y sin moral, que se atreven a poner en duda la historia de la nación alemana.

Para los jóvenes de hoy no es fácil hacerse una idea del debate intelectual en aquellos años. ¿Qué otros temas retienes de aquel momento?

N.L. Leía mucho y recuerdo el impacto de El hombre unidimensional de Marcuse y Dialéctica del iluminismo de Horkheimer y Adorno. Marx desplaza a Max Weber en la lectura de los clásicos y se recuperan autores críticos como Rosa Luxemburgo o Erich Fromm. Son insumos para una crítica noeconomicista del capitalismo. Había entonces una visión de la sociedad como totalidad que ayudó a plantear una de las preocupaciones más discutidas: la relación entre el campo de experiencias individuales y el mundo de los asuntos públicos. El colapso de los viejos códigos de interpretación que se produce en aquellos meses pone en marcha un aprendizaje práctico que, para mi persona, no alcanzo a formular hasta bastante después. En el fondo fue el descubrimiento incipiente de la dimensión subjetiva de la política. ¿Cómo se articulan auto-realización individual y auto-determinación colectiva por medio de la democracia? La pregunta quedó diluida por la posterior ofensiva neoliberal que realza unilateralmente al individuo a la vez que echa por la borda toda referencia a la sociedad.

Tu ciclo estudiantil dura de 1959 al 69. Una vez que obtuviste el doctorado, era hora de decidir el futuro laboral. Pasaste un año en Córdoba, Argentina,…

N.L. … donde me hice de dos amigos entrañables: Pancho Aricó y Francisco Delich.

Pero seguía flotando en el aire la pregunta existencial de fondo: ¿qué hacer?

N.L. La pregunta encuentra su respuesta el 4 de septiembre de 1970 cuando asistí en Santiago a la victoria electoral de Salvador Allende. En seguida me entusiasmé con participar en la experiencia inédita de una revolución socialista por la vía legal. Y en marzo del 71 me embarqué de nuevo para Santiago sin saber que de hecho estaba dando un paso definitivo. A partir de entonces resido de modo ininterrumpido en Chile. La experiencia me hace pensar que, al menos en mi caso, las grandes decisiones son tomadas sobre la marcha y no responden a plan alguno.

Emigraste con treinta y un años, un doctorado de ciencia política y una sola maleta, para embarcarte emocional e intelectualmente en el gobierno de Allende. ¿Qué motivaciones estaban tras esa decisión?

N.L. Te cuento los hechos. Llego invitado por Manuel Antonio Garretón, director del Centro de Estudios de la Realidad Nacional, Ceren, que era un instituto dependiente de la Universidad Católica. Además de mi amigo Hinkelammert, había un equipo de investigadores de gran calidad académica y humana: Paulina Gutiérrez y Pilar Vergara, Tomás Moulián, Kalki Glauser, Rafael Echeverría, Jorge Larraín, Armand Mattelart, Ariel Dorfman y Hernán Valdés, entre otros. Pero mi relación fundamental sigue siendo con Franz. Con él armamos grupos de discusión inéditos en medio de la efervescencia política. Me cuesta transmitir lo insólito: realizamos un seminario sobre la sexualidad como mecanismo de control social, conversamos largamente sobre la racionalidad del «pensamiento nocturno» en relación a la «lógica diurna», etc. Era un ambiente muy creativo. Ahora me doy cuenta de la suerte que tuve, primero en el Ceren y después en Flacso y ahora en el PNUD, de poder participar en instituciones que eran verdaderos equipos.

Cuesta visualizar cómo esa creatividad intelectual se compagina con la agitación social y política que reina en el país. Ya señalaste cómo un clima de fuerte politización y polarización atravesaba también a las ciencias sociales. ¿Cuál es la relación entre producción intelectual y compromiso político?

N.L. Tratando de recordar esos años, me vienen a la mente algunos factores que pueden haber intervenido. Uno sería el «efecto número»; la «masa crítica» de científicos sociales es pequeña y, por tanto, la demanda de sus habilidades para «explicar el mundo» es más grande. Segundo, el «efecto generacional». Las ciencias sociales estaban constituidas por una generación joven, recién egresada de la universidad, con enormes ganas de aplicar el conocimiento adquirido a los problemas nacionales. Eso se ve potenciado, tercero, por el «efecto climático»; quiero decir, la sociedad chilena se encuentra en medio de un clima de cambio impulsado por la revolución cubana, los años Kennedy, el «aggiornamiento» de la Iglesia Católica y, por supuesto, los Beatles. En este contexto, las motivaciones psico-sociales para comprometerse con los marginales, con el cambio, con el servicio público y el desarrollo del país brotan por todos los poros. Y, cuarto, habría que destacar la pretensión de «objetividad científica» que invocaban tanto la tradición funcionalista como la marxista, que introduce a la discusión aquel dogmatismo y sectarismo que tanto daño nos hizo.

¿Tú participabas en un partido político?

N.L. En 1972 entré al MAPU, un movimiento generacional de jóvenes deseosos de otra forma de vida, pero me retiré en marzo de 1973, cuando el partido se escinde y priman intereses organizacionales. Ni antes ni después milité en un partido. Ahora bien, no sólo en el período de Allende, también en el de Pinochet, existía una tensión entre la reflexión intelectual y el compromiso político. Es una tensión ineludible, pienso yo, para la cual no existen instrucciones de uso.

En medio de la vorágine revolucionaria, no debe haber sido fácil establecer una línea de trabajo coherente.

N.L. A raíz de mi formación jurídica y mi amistad con José Antonio Viera Gallo, subsecretario de Justicia, elegí Estado y Derecho como área de investigación. No había muchos estudios sobre este aspecto a pesar de que era crucial en la estrategia de la Unidad Popular. Por lo tanto, intenté proponer una reflexión teórica, abordando los límites del Estado de derecho burgués en la línea de Otto Kirchheimer y las oportunidades que brinda el derecho como instrumento de cambio siguiendo la orientación de Lelio Basso. Y en enero de 1973 organicé un seminario internacional sobre el tema con la participación de numerosos juristas de América Latina y Europa. Pocos meses después, esos colegas, sensibilizados con la problemática chilena, jugarán un papel destacado en las campañas de solidaridad.

Todavía nos falta la distancia necesaria para realizar un balance matizado del gobierno de Allende. Será tarea de la próxima generación, menos involucrada emocionalmente en el proceso. ¿Pero te atreves a hacer una evaluación tentativa?

N.L. El gobierno de Allende sigue siendo motivo de controversia y no podía ser de otra manera. Por un lado son evidentes las ambivalencias del presidente y las contradicciones de la Unidad Popular. Hubo errores estratégicos que conducen no sólo a la derrota política del gobierno, sino al fracaso. Enrico Berlinguer, líder de los comunistas italianos, formuló más claramente la conclusión: no hay estrategia viable de cambio social sin el respaldo de una mayoría cultural y política. Por el otro lado, empero, y visto en retrospectiva, el gobierno de Allende es también un motivo de orgullo porque actualizó el viejo sueño de «libertad, igualdad y fraternidad». A mi entender, no logramos rendir justicia al proyecto de Allende si no lo ponemos en el contexto de la historia chilena en su onda larga. Su significado histórico radica en haber puesto fin al proyecto oligárquico que reinaba desde 1830. Ese orden oligárquico, basado en la desigualdad social, seguía definiendo el modo de vida chileno hasta los años sesenta cuando yo llegué a Chile por primera vez. Chile era entonces –y sigue siendo– una sociedad muy «clasista» con grados de desigualdad en las condiciones económicas y en el trato diario de la gente que me impactan fuertemente. El gran mérito tanto de Frei como de Allende consiste en romper con el principio de la desigualdad y en reivindicar la igualdad y dignidad de cada individuo. No es fácil apreciar el alcance de esa ruptura en el orden moral y los esquemas interpretativos de la realidad nacional, especialmente ahora que las desigualdades sociales han vuelto a adquirir una apariencia de hecho natural.

El enfrentamiento con la tradición oligárquica conlleva muchos excesos pero algunos quizás sólo sean la versión exagerada de ciertas virtudes. Por ejemplo, la alegría y la fiesta que reinaban los primeros años tienen su contraparte en una pérdida creciente de realismo. Junto con gozar una subjetividad largamente reprimida se tiende a olvidar que «lo posible» tiene límites. Otro ejemplo es, a mi juicio, la reivindicación de las clases populares de ser el sujeto efectivo de los cambios en curso. Esa lucha por hacerse actores del proceso social encuentra su cara oscura en un desconocimiento infantil de la lógica específica que gobierna el proceso económico. Pues bien, no olvido mi responsabilidad por la ceguera ideológica con que todos terminamos interpretando la realidad del país.

El 11 de septiembre de 1973 es el gran terremoto de la historia chilena. ¿Cómo viviste el golpe?

N.L. Anímicamente yo me salvo en septiembre del 73 porque me había enamorado de quien sería mi mujer, Paulina Gutiérrez. Existía pues un anclaje afectivo amoroso que impide que el vendaval del golpe nos borre del mapa. Gracias a este lazo existencial sobrevivo al derrumbe de un sueño. Hoy lo veo como el fin previsible pero no menos brutal de un deseo de emancipación. Pero me acuerdo que, al mismo tiempo, vivo el golpe con una suerte de alivio después de meses de tensión cada vez más insoportables. Los sentimientos de miedo e impotencia nacieron en los días posteriores. No nos detuvieron ni allanaron la casa. Pero nos sabíamos vigilados por el taxi que estaba estacionado delante. Todavía conservo el documento de la embajada alemana indicando que estaba bajo su protección. Para ilustrar las vueltas de la vida, colgué al lado una copia del Diario Oficial de agosto del 2003 promulgando mi nacionalidad chilena por gracia especial.

En aquellas semanas muchos extranjeros, la mayoría exiliados latinoamericanos abandonan el país. Incluso tu amigo Hinkelammert se va. ¿Qué te motiva a quedarte en Chile? En una entrevista reciente declaraste que era una decisión de amor, amor de una mujer y amor por el país.

N.L. Creo que el vínculo amoroso instituye o, a lo menos, condiciona la mirada y la actitud con que enfrentas a la realidad social. En mi caso, es una doble relación. Por un lado, el amor de una mujer crea un sentido de vida que el golpe no alcanza a cuestionar. Al contrario, frente a la adversidad del entorno la experiencia de pareja enamorada se vuelve una auto-afirmación casi épica. Por el otro lado, el amor al país hace sentirme perteneciente a Chile en las buenas y en las malas. A diferencia de mi salida de Alemania, no estoy tentado por la fuga. Por el contrario, tenía presente el costo que había tenido para la vida cultural alemana el exilio forzoso en la época de Hitler. Y la decisión llegó a ser factible a raíz de un tercer elemento: mis amigos habían optado por la estrategia de quedarse –dentro de lo posible– en Chile. Y pronto el coraje y la tenacidad de personas como M.A. Garretón logran conformar las condiciones que hacen viable una resistencia intelectual a la dictadura. Gracias al apoyo de Nita Manitzas de la Fundación Ford, de Francisco Delich desde Clacso y otras muestras de solidaridad, la continuidad de algunos centros de pensamiento crítico queda asegurada.

En aquel momento te incorporas al equipo de Flacso-Chile que será uno de los centros académicos más productivos y prestigiados en los años ochenta. Ya estaban Enzo Faletto y Ángel Flisfisch y pronto se incorporarán otros amigos como Tomás Moulián. ¿Por qué no describes el nuevo escenario?

N.L. En ese tiempo, como dije, se confunden las ciencias sociales y las estrategias de cambio social y no sorprende, por consiguiente, que la mayoría de las instituciones de ciencias sociales fueran intervenidas o clausuradas por los militares. Se salva la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, creada en 1957 por la Unesco, por ser un organismo intergubernamental dedicado a fortalecer el desarrollo de las ciencias sociales en la región. Su actividad principal –la labor docente– queda suspendida, pero igual sirve de refugio académico a un conjunto de jóvenes investigadores expulsados de la universidad. Bajo la dirección de Luis Ramallo se inicia la insólita proeza de transformar un conjunto muy diverso de individuos en un equipo con un perfil intelectual propio.

Déjame hacer un pequeño homenaje a ese equipo y ver si recuerdo todos sus nombres: Adolfo Aldunate, Rodrigo Baño, Jorge Chateau, Enzo Faletto, Ángel Flisfisch, Manuel A. Garretón, Sergio Gómez, Julieta Kirkwood, Norbert Lechner, Eduardo Morales, Tomás Moulián, Carlos Portales y Augusto Varas.

Quiero agregar una ausencia que me apena; todavía está pendiente la tarea de escribir la historia de Flacso de ese período. Sería una tarea muy estimulante porque permitiría no sólo explorar los factores que ayudaron a constituir un equipo exitoso de investigación, sino también a vincular aspectos habitualmente escindidos: la ruptura del proceso político con las discontinuidades en las biografías individuales, las dinámicas de la renovación intelectual y la reconstitución del sistema político-democrático.

Bueno, existe el análisis de los denominados centros académicos independientes que realizó José Joaquín Brunner. Es un análisis sociológico de las instituciones que no aborda la historia de las ideas. ¿Puedes hablarnos del contexto en que se formulan las nuevas líneas de indagación?

N.L. Es más fácil hacer un recuento de los elementos institucionales-organizativos que inciden en la experiencia de Flacso. Primero, la existencia de una personalidad jurídica de organismo intergubernamental que el gobierno de Chile respeta inicialmente y sólo cancela en 1979. Dos, ese «paraguas» jurídico incluye la extraterritorialidad del edificio, dando una sensación precaria pero cierta de protección. Hay algo como una «casa propia». Tres, cuando Pinochet nos retira la personalidad legal obtenemos el respaldo del cardenal Silva Henriquez que nos incorpora a la Academia de Humanismo Cristiano. Cuatro, otro factor sobresaliente es el apoyo financiero inmediato e incondicional de la Fundación Ford a la que se suman pronto las fundaciones canadienses y más adelante las europeas. Es la ocasión de subrayar un hecho básico: no hay pensamiento crítico que subsista sin base material. Un quinto elemento de gran importancia es la capacidad organizativa que aportan los nuevos integrantes de Flacso a partir de su anterior militancia partidista. Somos personas con alguna experiencia en acción colectiva. Sexto, cabe considerar procesos más misteriosos como la configuración de una fuerte identidad de grupo, forjada en contra del entorno adverso. Me acuerdo también de un séptimo factor, pocas veces mencionado: aprender a ser tolerantes respecto a diferentes tradiciones culturales. Faletto y Flisfisch provienen de la Universidad de Chile, mientras que Garretón y Moulián se han formado en la Universidad Católica. Son dos mundos culturales muy distintos que cuesta poner a interactuar. Por último, quiero reiterar la solidaridad internacional que nos hacía sentir que los sacrificios propios al trabajo en Chile valían la pena.

El derrumbe de la Unidad Popular implica no solamente un proyecto político. En realidad, todos los referentes habituales se vienen abajo. Cuéntanos cómo ese derrumbe radical incide sobre los modos de pensar y escribir.

N.L. Todavía hoy me cuesta recordar el brutal colapso de una serie de condiciones que uno suele tomar por algo dado de antemano. Al igual que la mayoría de mis colegas, disfrutaba de la estabilidad propia de un cargo en la universidad. De pronto, el golpe trastoca completamente la vida cotidiana. De un día a otro, el mundo es otro. Y descubrimos nuestra vulnerabilidad a cada paso. Un hecho básico: el Ceren es disuelto y somos expulsados de la universidad. Por tanto, perdemos los ingresos con los cuales manteníamos la familia. ¿De qué vamos a vivir? Perdemos asimismo la cobertura de los servicios médicos; nadie puede enfermarse. El siguiente impacto proviene del colegio de los hijos. ¿Cómo pagarlo a fines de mes? ¿Cómo ayudar a los niños a conversar sobre lo ocurrido? No hay un momento de paz y sosiego. Expulsados del trabajo, estamos obligados a reinventar las rutinas diarias. ¿En qué ocuparemos todas las horas libres? Quedarse en casa, despierta las sospechas de los vecinos. La delación se ha vuelto una amenaza omnipresente. La propia vida familiar cambia por completo. La convivencia se intensifica súbitamente, sin contar con los amortiguadores que aportaba el entorno social. Así aprendemos que la dictadura no es un factor externo a nosotros, sino parte intrínseca de nuestras condiciones de vida. En fin, cuando uno recorre las condiciones de vida y de trabajo que se impusieron entonces, uno se da cuenta de las miserias y los dolores que tuvimos que superar.

Sobre todo los primeros años post-golpe fueron una busca desesperada de palabras que dieran nombre a lo que nos había pasado, que dijeran qué se había hecho de «mí mismo», cómo podía cambiar tanto el país. No sólo eso: creo que han quedado muchas ruinas enterradas en el silencio. Lo que quiero decir: tanto en el nivel macro-social (país) como micro-social (familia), estábamos forzados a pensar la derrota sufrida. Y a pensarnos desde la derrota. Ese es el trabajo de duelo que tuvimos que realizar. Y sus resultados influirán luego sobre el modo de enfocar la transición.

La incorporación a Flacso permite iniciar una especie de «reconversión» intelectual. Pero cabe presumir que no fue fácil transitar desde el universo cultural de la Unidad Popular hacía un nuevo horizonte.

N.L. Una vez más, la historicidad del proceso tiende a escaparse. Me acuerdo que en los setenta hubo largas discusiones en Flacso; seguro que, en buena parte, trataban de la coyuntura pero deben haber surgido otros temas que ya no recuerdo. Por ejemplo, falta reconstruir el registro de libros que leíamos en aquellos años. Yo destaco dos autores que leo inmediatamente después del golpe: Gramsci y La condición humana de Hannah Arendt. No sólo por su contenido, también por su estilo de exposición, son textos que incitan a buscar un nuevo marco de referencia. Posteriormente vendrá la lectura de Habermas y, por supuesto, todo el debate europeo (en particular el italiano) de los años setenta. Es decir, hubo un conjunto de lecturas «neo-marxistas» que ayudan a revisar el universo político-intelectual en que me movía, sin echar por la borda lo aprendido. En este contexto recuerdo con cariño a Enzo Faletto con quien mantenía largas conversaciones; todos los días caminábamos juntos a la oficina.

Otro elemento muy influyente son los seminarios latinoamericanos de Clacso organizados por Francisco Delich. Rápidamente el circuito se extiende; funciona un sinnúmero de comisiones de trabajo que provocan una circulación regional de los intelectuales nunca antes vista. En aquellos seminarios se anudan los nexos entre exilio e interior; entre quienes provenían de dictaduras y quienes disfrutaban libertades democráticas; entre los nombres consagrados y las nuevas figuras. Cabe destacar la conferencia sobre democracia que tuvo lugar en 1978 en Costa Rica porque ella inaugura el debate sobre la cuestión democrática que prevalece en los años ochenta. Debe haber sido mi primera salida a un seminario internacional.

A solicitud de Guillermo O’Donnell, en 1978 me encargo de coordinar la comisión Estado y Política de Clacso. Y me dedico a construir y animar una red que se mantiene activa hasta los años noventa. Incluye a Delich, José Aricó, Juan Carlos Portantiero y Oscar Landi de Argentina, a Andrade Regis de Castro y María Herminia Tavares de Brasil, a Angel Flisfisch de Chile y Julio Labastida de México quien organiza algunos seminarios memorables. Y con la victoria del PSOE se intensifican las relaciones con España: Ludolfo Paramio, José María Maravall, Miguel Satrústegui. Con la colaboración de este grupo informal, organizo durante los años ochenta tres seminarios cuya publicación alcanza cierta resonancia: «¿Qué significa hacer política? ¿Qué es realismo en política? y Cultura política y democratización». Reseño los títulos porque indican, a modo de interrogación, el propósito de impulsar una nueva manera de pensar y de hacer política, al margen de las grandes avenidas.

Esa generación de intelectuales latinoamericanos anunciaba la emergencia de una «nueva izquierda», según señalaste entonces. ¿Se cumplió la promesa?

N.L. En los años ochenta se torna visible la ruptura con el discurso revolucionario de los setenta. Hay nuevas experiencias, a veces traumáticas, que, sin embargo, pueden ser compartidas y que dan lugar a una nueva lectura de la realidad. Te doy ejemplos de la innovación temática: discutíamos acerca de la vida cotidiana de la gente en la constitución de los sujetos políticos; planteábamos una concepción de utopía basada en la definición de qué es «lo posible»; incorporamos a la teoría política el rol de los universos simbólicos e imaginarios colectivos. Todo ello con el fin de indagar en la «lógica» de una política democrática. Paulatinamente, tan sólo revisando la realidad de nuestros países, se fue configurando una nueva perspectiva que tomaba distancia de la tradición marxista a la vez que se oponía al economicismo neoliberal. Luego, el retorno a la democracia en Argentina, Brasil, Perú, interrumpió ese tipo de reflexión teórica y exigió el estudio de problemas concretos. No deja de ser paradójico que la transición a la democracia, basada en la deliberación ciudadana, termine por inhibir la discusión intelectual.

Volvamos al régimen militar. ¿De qué manera tu producción intelectual se hace cargo de la dictadura?

N.L. En los primeros años post-golpe intento tematizar la dictadura de Pinochet a partir de mi línea de trabajo anterior. Reúno tres artículos en torno a La crisis del Estado en América Latina y preparo una antología con cierto éxito editorial, Estado y política en América Latina (Ed. Siglo XXI, 5a edición 1985). Sin embargo, estoy cada vez menos satisfecho con un enfoque estructural de la vida social. ¿Cómo dar cuenta de las experiencias subjetivas de la gente? Mi propia contribución a la antología ya explora nuevos campos (antropología política) buscando una nueva mirada sobre el Estado.

Una segunda fase corresponde a los años ochenta. Recién entonces elaboro una producción autónoma y original que se manifiesta en dos obras. La primera, publicada en 1984 por Flacso, La conflictiva y nunca acabada construcción del orden deseado, introduce una reflexión sobre la cuestión del orden. A pesar de haber sido un tema crucial tanto para la deslegitimación de Allende como para la legitimación fáctica de Pinochet, no fue asumido como un tema político hasta entonces. Haber planteado la construcción del orden y el sentido de orden como desafíos centrales del quehacer político ha sido, a mi juicio, una contribución significativa al pensamiento político. Contribuyó a romper con la idea de revolución como eje temático de la izquierda y obligó a enfrentar la transición a la democracia como una demanda de orden. Creo que tuvo un mérito adicional. En una época muy dada a una visión consensual de la democracia, yo postulo desde el mismo título del libro que la democracia sería una construcción conflictiva y una construcción necesariamente inacabada.

Una segunda colección de artículos (publicada por el Fondo de Cultura Económica en 1990) aparece bajo el título Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política. Aquellos textos hacen hincapié en un tema que me sigue obsesionando hasta hoy en día: la dimensión subjetiva de la política. Como dije, ya me había enfrentado al tema anteriormente, pero sólo en los años ochenta se vuelve el motivo explícito de mi indagación. El hecho me hace pensar que, en general, soy muy lento para madurar una idea. Pero luego parece que soy perseverante. Mi último libro –Las sombras del mañana, publicado por LOM en 2002– vuelve sobre las experiencias subjetivas de la gente como tema central de la política.

A mediados de los ochenta publicas un artículo con un título muy llamativo: De la revolución a la democracia. Parece un escrito programático que culmina no sólo un giro biográfico tuyo, sino una inflexión en el debate intelectual.

N.L. En una primera lectura el título postula una reorientación político-estratégica de la izquierda chilena. Pero mi argumentación de fondo apunta a una reorientación intelectual, incluyendo otra concepción de la investigación social. A la revolución como un proceso que se guía por «la causa» como un principio externo, opongo la democracia como la forma en que las experiencias subjetivas de la ciudadanía pueden traducirse en agenda pública. El texto refleja mi insatisfacción con los análisis habituales de la dictadura por su incapacidad de dar cuenta de la vida cotidiana de quienes la vivíamos día a día. Es una crítica a un enfoque que silencia el miedo a la violación sistemática de la intimidad; la violencia concreta de quedar cesante; las restricciones (más mentales que físicas) del Estado de sitio, etc. En suma, me opongo a una mirada sobre la realidad que no incluya los temores nocturnos y no hable de los sueños de un país diferente. De hecho, el artículo resume mi principal aprendizaje: no debemos escindir experiencia subjetiva y reflexión intelectual. La vivencia de la gente (incluyendo la del investigador) tiene que formar parte de la mirada con que evaluamos la realidad social.

Tú reivindicas el nexo entre la indagación intelectual y su entorno cotidiano. Te darás cuenta, sin embargo, de que dicha escritura tiende a ser una crónica. ¿Cómo establecer la distancia adecuada de modo que la reflexión se pueda hacer cargo de la experiencia subjetiva, sin limitarse a su mera descripción?

N.L. No sabría responder en términos generales. Te reitero mi punto de partida: ¿cómo hablar de Pinochet sin tener presente las experiencias diarias de miedo y de mentira? El análisis político debe abarcar asimismo la cultura de la época por cuanto no sólo moldea la convivencia práctica con el otro, sino también la imagen que nos hacemos del mundo que nos rodea y de la historia en que estamos insertos. Cada vez estoy más convencido de la relevancia que tienen los imaginarios colectivos porque ellos fijan los criterios con los cuales miramos e interpretamos la realidad. ¿Por qué extraños caminos llegamos a dar nombre y dar sentido a nuestras experiencias? En definitiva, los imaginarios son tan reales como lo son las políticas públicas y las preferencias de los consumidores.

En aquellos años levantas otros dos temas bastante ajenos a los estudios de tus colegas: la busca de comunidad y la demanda de certidumbre. Se trata de una aproximación poco convencional a la «sociedad de mercado» que se estaba instalando en Chile. Y representa una toma de posición explícita en contra de las posiciones conocidas bajo el rótulo de «posmodernidad».

N.L. Trato de defender el proyecto de la modernidad de cara a la ingenuidad de la «mirada posmoderna». Ello implica asumir dos procesos básicos de la modernidad –la creciente individualización y una mayor secularización. Las grandes identidades colectivas del pasado se diluyen y ya no podemos fundar el orden social en algún principio trascendente. Pero atención: estos procesos de transformación no eliminan ciertas constantes de la convivencia social. Por un lado, la mayor autonomía individual no hace desaparecer la necesidad de vínculo social. El individuo se constituye en sociedad. Por el otro, podrás asumir la incertidumbre como principio posmoderno de tu existencia individual. En cambio, la existencia del orden colectivo supone ciertas certezas. El Nosotros requiere duración y, por ende, alguna certidumbre.

En 1973 perdí la inocencia de creer que los cambios sociales por sí solos resolverían automáticamente los problemas del pasado. No, vivir juntos en sociedad conlleva desafíos que –bajo formas y fórmulas cambiantes– se plantean una y otra vez sin tener una «solución» de una vez y para siempre. Las demandas de comunidad y de certidumbre ilustran algunas continuidades en la convivencia social. Y precisamente por ser demandas actuales ya no admiten las respuestas del pasado.

Tus escritos son bastante conocidos en América Latina. Parece que viajabas mucho. En cambio, no tienes discípulos propiamente tales.

N.L. En esos años, asistía a dos o tres seminarios al año y las ponencias resumían mi producción. La resonancia latinoamericana tiene que ver con el hecho de que estábamos obligados a publicar los artículos en revistas extranjeras. Para el consumo nacional ellos circulaban como documentos mimeografiados. En realidad, me sorprende el interés. No escribo mucho, no doy clases y tampoco circulo mucho por los eventos académicos. Buscando explicarme cierta influencia, la atribuyo al hecho de que mi tipo de análisis provocaba resonancia con algunas experiencias concretas de los lectores. Esta suerte de anclaje en la vida cotidiana confirmaría la sensación de que determinado análisis tiene que ver con el mundo que se está viviendo.

Volviendo a la cronología, viviste otro punto de inflexión en 1988. Pasaste de la investigación a la gestión al ser elegido sucesor de José Joaquín Brunner en la dirección de Flacso. No debe haber sido un paso fácil.

N.L. Brunner tiene el gran mérito de haber logrado combinar el respeto por la diversidad de intereses de los investigadores con una imagen integrada de la institución. Yo traté de continuar esa política en un nuevo contexto: el período de transición que se pone en marcha con el plebiscito del 88 y el gobierno democrático en marzo de 1990. Me tocó un reordenamiento total del escenario con algunas repercusiones directas para el desarrollo institucional. Algunos colegas pasan a cargos de gobierno y varias fundaciones anuncian su retiro de Chile al mismo tiempo que el gobierno democrático se muestra reacio a apoyar a los centros académicos independientes y prefiere «normalizar» las ciencias sociales en el ámbito de las universidades. El resultado está a la vista: el Estado se desentiende de una institucionalidad viva y dinámica, mientras que las universidades fracasan en constituir equipos y líneas de investigación estables con sólido apoyo financiero e institucional. A mi manera de ver, la decisión gubernamental representa un craso error que pone fin a una de las etapas más creativas de las ciencias sociales chilenas.

Después de seis años en la dirección, parece que no te fuiste muy contento. ¿Son incompatibles las exigencias de la gestión y de la reflexión académica?

N.L. Obtuve algunos logros visibles como el retorno del Estado chileno al acuerdo internacional de Flacso. Sin embargo, había tendencias anónimas que escapaban a mis posibilidades de conducción. Te menciono algunas. En parte, me sentí frustrado por la despreocupación del Estado democrático por el desarrollo de las ciencias sociales. Las autoridades reconocían la deuda que tenía la democracia con los centros académicos, pero terminaron optando por el mercado como principio regulador. Ello fomenta una de las mayores distorsiones de la producción de conocimiento: la consultoría privada. Por otra parte, me angustió la pérdida del animus societatis. La preeminencia de estrategias individuales socava al trabajo intelectual en tanto desafío colectivo. No es casual, creo yo, que el retorno de la democracia coincida con el desvanecimiento de un espíritu de equipo. Y por defender cierta idea del aporte intelectual al desarrollo del país, fracasé en llevar cabo las reformas necesarias para adecuar la institución al nuevo contexto.

Pues bien, frente a la adversidad traté de ser fiel a una sentencia de Italo Calvino: «No hacerse nunca demasiadas ilusiones y no dejar de creer que cualquier cosa que hagas pueda ser útil».

En 1994 terminaste un largo ciclo de veinte años en Flacso-Chile y te incorporaste a la Sede México. ¿Había alguna razón en especial para salir de Chile y radicarte en México?

N.L. Confluyen varios factores. Por un lado, quería volver a la investigación en un ambiente tranquilo y estimulante a la vez. Por el otro, estábamos algo cansados de Chile. Parecía el momento oportuno de pasar una temporada fuera y la vida cultural de México nos pareció la más atractiva. De hecho, los directores de la sede mexicana, José Luis Barros y Germán Pérez, me ofrecieron condiciones óptimas para estudiar y publicar. Mi estadía mexicana fue corta –tres años– pero productiva y gratificante.

Volver a la investigación en el contexto mexicano debe haber influido sobre tus temas.

N.L. Nunca tuve la idea descabellada de estudiar la política mexicana. Además, uno viaja con sus fantasmas y sueños. Cambiar de país sirve para revisar los argumentos en gestación, para socavar rutinas y para poner una oreja más atenta a los fenómenos que te rodean. En México comienzo a reflexionar una intuición previa –la política ya no es lo que fue. Creo haber introducido al debate un tema innovador: la erosión de los mapas mentales con los cuales pensamos y hacemos política. No obstante, la indagación queda inconclusa. Sigue pendiente un estudio mayor de las transformaciones que caracterizan la política actual en sus múltiples dimensiones.

A pesar de los atractivos de México regresas a Chile a mediados de 1997. Inicias entonces un nuevo ciclo. Pero es algo sorpresivo que tu trayectoria de investigador te conduzca a un organismo internacional como el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD.

N.L. En realidad, no es tanto el cambio, porque soy un funcionario local, dedicado exclusivamente a la investigación. Somos un equipo pequeño en el que nos distribuimos las tareas según las habilidades de cada cual. Acá tienes un factor decisivo en la producción intelectual: la existencia de un grupo bien integrado. Cuando no hay un buen ambiente la creatividad se seca. Por lo demás, sigo con mi vieja pelea por encontrar nombre (o sea, significaciones) a ciertas constelaciones de la realidad social; constelaciones que aparecen como una especie de vapores que flotan sin forma por entre todos los rincones de la vida social y que, al mismo tiempo, se manifiestan como un material extremadamente duro a la hora de moldear nuestra vida diaria.

Tú contribuyes a la preparación de los informes chilenos sobre desarrollo humano que no sólo han tenido una notable resonancia en el debate público, sino que encontraron asimismo un importante reconocimiento internacional. En el último tiempo parece haber resucitado cierto interés por estudios críticos sobre la sociedad chilena, comenzando por el libro de Tomás Moulián Chile Actual. Anatomía de un mito. ¿Cuál sería en tu opinión el aporte novedoso de estos informes que explicaría su impacto?

N.L. Los hilos que se hilvanan entre autor y lector suelen ser misteriosos. Y muy diversos factores inciden en el eco relativo de los informes del PNUD. Uno es el carácter fragmentario y esporádico que muestra la discusión pública cuando es pautada por la televisión. Es más, predomina una tendencia general a una mayor volatilidad en las relaciones sociales y a un desvanecimiento de los mapas mentales con que nos movíamos habitualmente. Como resultado de ello el discurso público tiende a reducirse a denuncias nostálgicas del neoliberalismo y la globalización o, por el contrario, se contenta con apologías ingenuas del progreso irreversible que impulsa la sociedad de mercado. En ambos casos, creo yo, quedamos huérfanos de esquemas interpretativos que nos ayuden a dar inteligibilidad al mundo que nos rodea. Se agotaron las propuestas de las décadas pasadas: la introducción del pensamiento neoliberal en los años setenta, los esfuerzos de la llamada renovación socialista y la reformulación del ideario democrático en los ochenta. Después las energías parecen haberse gastado en la gestión de lo establecido.

El déficit reflexivo refleja tanto la falta de investigación social como las dificultades de un sistema político que tampoco ha sabido elaborar «ofertas de sentido». Carecemos de un «cuento de Chile» que permita a la gente interpretar los cambios ocurridos. Por consiguiente, resulta difícil que los chilenos puedan apropiarse de las enormes transformaciones como algo propio, algo producido por ellos y que «tiene sentido». No digo nada nuevo. Por el contrario, en medio de una modernidad que se ha vuelto líquida, al decir de Zygmunt Bauman, existe una demanda creciente por «mapas de navegación». Es en este contexto, a mi juicio, que los informes de desarrollo humano se vuelven insumos útiles.

Estás proponiendo una inversión sugerente de nuestro tema. En lugar de las condiciones sociales de la producción intelectual, destacas la producción de claves que permitan interpretar la realidad social. Si te entiendo bien, se trataría de analizar la recepción que encuentra determinado discurso en la opinión pública.

N.L. Nos hemos interrogado poco acerca de la circulación y el consumo del trabajo intelectual. ¿Qué se lee y cómo se lee? ¿A qué temas se presta atención y cuáles se pasan por alto? ¿En qué medida la apropiación de nuevas ideas se combina y metaboliza con el conocimiento previo?

Parece sensato suponer que la resonancia de los informes de desarrollo humano tiene que ver no sólo con la capacidad de nombrar ciertas preguntas tácitas de la sociedad chilena, sino también con las respuestas que le dan. ¿Cuál sería la perspectiva general que proponen los distintos informes?

N.L. El enfoque del desarrollo humano tiene el mérito de presentar una mirada que comulga con los sentimientos básicos de la gente: el deseo de ser sujeto activo de su vida. En un momento en que el avance de los sistemas funcionales toma la apariencia de un proceso automático que funciona a espaldas de las personas, se vuelve a plantear el fundamento de la modernidad: la autonomía individual. Pero ya no basta la promesa inicial que aseguraba al individuo la libertad de poder elegir su destino; nadie la pone en duda. El problema son los obstáculos materiales y mentales que impiden a tantas personas ejercer efectivamente esa autonomía. La retórica actual sobre el individuo emprendedor no suele considerar el lado oscuro; muchos chilenos se sienten frustrados e impotentes en su anhelo de realizar sus aspiraciones. A mi entender, no basta con apostar a una política de «igualdad de oportunidades» porque es un enfoque centrado en soluciones individuales. La libertad del individuo, empero, se juega en las condiciones de posibilidad que ofrece la sociedad. De ahí que la noción de «sociedad de individuos» sea la clave del desarrollo humano.

En relación con la producción sociológica en Chile de los últimos años, resultan novedosos los temas tratados por los informes del PNUD. Hay un esfuerzo notable por recuperar dimensiones del desarrollo que habían quedado relegadas a un plano secundario. Respaldados por material empírico, ustedes nos recuerdan la centralidad que tiene la subjetividad social de las personas, sus miedos y sus dificultades de imaginar el país deseado, el deterioro de las formas tradicionales de identidad colectiva y la relevancia de una imagen del Nosotros. ¿Esta coherencia temática la intuían de antemano o es un resultado no intencional?

N.L. La preocupación por la subjetividad y sociabilidad de los chilenos o por las condiciones culturales de su convivencia se inscribe lógicamente en la perspectiva general de los informes en torno a las capacidades de las personas de ser sujeto. Pero no se trata de la aplicación mecánica de una receta. Al mismo tiempo, cada informe comienza con una larga y cuidadosa discusión del equipo acerca de los fenómenos específicos que debieran ser tratados. Cada estudio descansa pues sobre una combinación de elementos normativos y analíticos. Esa combinación caracteriza todo trabajo intelectual, creo yo.

Otra característica de los informes de desarrollo humano reside en su intención práctica. Quieren ofrecer insumos para el diseño de las políticas públicas. Ello genera tensiones. Los informes se acercan a una suerte de consultoría técnica que podría ser contradictoria con la reflexión teórica que los anima. ¿Ustedes también perciben esa tensión?

N.L. Veo una tensión fructífera. Por un lado, somete el análisis a las exigencias y restricciones de la vida real, evitando caer en elucubraciones vacuas. Entiendo la investigación como un servicio de utilidad pública. Por el otro lado, la elaboración de instrumentos prácticos para las políticas públicas (por ejemplo, el mapa nacional de asociatividad o el registro nacional de dinámicas culturales) está sujeta a una indagación acerca de los objetivos de la intervención estatal. De poco nos sirve la medición empírica de un fenómeno si no tenemos claro a qué desafíos nos queremos enfrentar. En suma, lo específico de los informes consiste precisamente en describir un campo de relevancia socio-política junto con ofrecer algunos instrumentos que permitan abordar sus problemas.

Hay un aspecto adicional que quiero destacar. Un destinatario de los informes es el Gobierno, con el fin de mejorar las políticas públicas. Pero hay otro destinatario no menos importante: la ciudadanía. El éxito más notorio de los informes radica en su contribución al debate público. Pienso que ellos aportaron insumos significativos para que los chilenos podamos conversar sobre nuestro modo de vida, sobre la seguridad ciudadana o sobre el proyecto de país que queremos construir. Son estas conversaciones cotidianas las que van conformando el espacio público.

Cuadernos del Cendes, Caracas. ISSN 1012-2508 versión impresa, 2004

* Socióloga, colaboradora científica de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso), Sede Santiago de Chile, viuda de Norbert Lechner.

** Colaborador científico de Flacso, Chile.