1 de marzo de 2008

LOS INTELECTUALES (¿críticos o servidores del poder?), N. Chomsky

Por Heinz Dieterich Steffan


El lingüista y ensayista norteamericano reflexiona sobre el papel que sus colegas cumplen cuando, en lugar de ejercer la crítica social y política, pasan a formar parte del gobierno de un país. Cita como ejemplo experiencias que se desarrollaron en distintas épocas en los Estados Unidos, entre ellas la administración de John Fitzgerald Kennedy, quien reunió a su alrededor a brillantes figuras del mundo cultural y artístico. En general, los resultados fueron negativos. Temerosos de equivocarse, cautivos de su prestigio, los cerebros más destacados de una nación, convertidos en funcionarios, demostraron una nociva rigidez.

Bertrand Russell y Noam Chomsky conformaron, desde los años 60, un triunvirato de abanderados de la ética que, como una conciencia de la sociedad global, se pronunciaba y actuaba en defensa de la causa de los pobres y de los excluidos del sistema mundial. Al morir sus "compañeros de armas", Chomsky mantuvo su postura crítica frente a las injusticias y abusos contra los indefensos y continuó luchando por una verdadera democracia con participación de las mayorías. Desde su experiencia de toda una vida al servicio de los movimientos sociales, el prestigioso pensador estadounidense aclara el papel que deben ocupar los intelectuales en la vida de la sociedad.

-¿Cómo defines a un intelectual?
-Desde cierta perspectiva, un intelectual es simplemente toda persona que usa su cerebro. Todo el mundo usa su cerebro, por supuesto, pero, más allá de ese uso necesario para la supervivencia, hay actividades que se refieren a la opinión pública, a asuntos de interés general. Yo no llamaría intelectual a alguien que traduce un manuscrito griego, porque hace un trabajo básicamente mecánico. Hay quizás pocos profesores que puedan llamarse verdaderamente intelectuales. Por otra parte, un trabajador del acero que es organizador sindical y se preocupa por los asuntos internacionales puede muy bien ser un intelectual. Es decir, la condición de intelectual no es el correlato de una profesión determinada. Hay alguna relación entre gozar de ciertos privilegios y tener posibilidades de actuar como un intelectual. No es una relación muy fuerte, porque mucha gente privilegiada no hace nada que pueda considerarse de mérito intelectual y, por otra parte, mucha gente sin privilegios es muy creativa, reflexiva y de amplios conocimientos.

-¿Qué entiendes por "variante leninista" de los intelectuales?
-En los años 60 escribí un libro sobre los intelectuales, titulado American Power and the New Mandarins. La expresión "los nuevos mandarines" no fue un invento mío. Yo la tomé de Ithiel de Sola Pool, jefe del Departamento de Ciencias Políticas del Massachussets Institute of Technology (MIT), quien escribió un artículo en el cual se caracterizó a sí mismo y caracterizó a sus cohortes, con orgullo, como los nuevos mandarines. Esto fue justo al inicio del gobierno de John F. Kennedy. Cuando Kennedy asumió la presidencia, se suponía que se inauguraba una nueva era de las luces. Toda clase de intelectuales de Cambridge fue para allá; algunos para convertirse en miembros del gobierno, otros para ser asesores y otros para almorzar con Jackie Kennedy. Efectivamente, lograron un grado de poder de decisión que es inusual. Si comparas, por ejemplo, la camarilla gubernamental de Eisenhower con la camarilla de Kennedy, en la segunda había más personas que serían consideradas como intelectuales públicos o científicos políticos. Tenían varios nombres para describirse. Uno que usaban con orgullo era los "nuevos mandarines". A partir de ese momento, inteligencia y conocimiento iban a servir y ejercer el poder, cosa que se haría de manera apropiada. También se describieron como "intelectuales de acción" (action intellectuals), porque no eran simplemente académicos de la torre de marfil. Se consideraban intelectuales brillantes que iban a comprometerse en los asuntos reales del mundo. Se trataba, esencialmente, de intelectuales liberales, es decir, en términos europeos, una especie de socialdemócratas. Y bueno, esto no era tan nuevo como ellos pensaban. Durante la Primera Guerra Mundial había sucedido algo semejante. El presidente estadounidense Woodrow Wilson fue electo en 1916 con una plataforma electoral que, bajo el lema "Paz sin victoria", prometía mantener a los Estados Unidos fuera de la guerra y negociar la paz entre las potencias en conflicto. Sin embargo, muy rápidamente se puso a trabajar para que los Estados Unidos participara en la conflagración, y como la población estadounidense no quería entrar en la guerra, fue necesario generar una histeria chauvinista entre la población y crear un odio contra todo lo que fuera alemán. Eso se hizo con un éxito notable, en parte mediante una agencia de propaganda del Estado creada por Woodrow Wilson, que contaba con respetados intelectuales como Walter Lippman, que durante mucho tiempo había sido un analista serio en los medios. Los responsables e intelectuales serios, particularmente los del círculo de John Dewey, se describían, y lo hacían con mucho orgullo, en términos semejantes a los que años más tarde usarían los "nuevos mandarines". Decían que era la primera vez en la historia que se había colocado la inteligencia al servicio del ejercicio del poder y que un país había entrado en una guerra, no bajo la influencia perniciosa de líderes militares, traficantes de armas y hombres de negocios interesados en recursos, sino bajo la influencia de los hombres inteligentes de la comunidad, que entendían profundamente la necesidad de ir a la guerra y que habían logrado convencer de esa necesidad a la población, mediante el uso de la inteligencia y de la manipulación. En los años siguientes, gente como Walter Lippman, que había formado parte del Comité de Propaganda, escribió ensayos sobre la democracia que fueron considerados progresistas. Basándose en su experiencia, enfatizó la necesidad de que la gente responsable fuera protegida de la población general, que él describía como una "manada sin orientación". Todo esto tiene una especie de sabor a leninismo. Los "responsables", que se autodefinen como intelectuales tecnocrática y políticamente orientados, son muy semejantes a un partido de vanguardia. Y las doctrinas son muy similares. El partido leninista de vanguardia va a empujar las estúpidas masas hacia adelante, hacia cosas maravillosas. En el libro American Power..., yo comparé un discurso de Robert McNamara con un discurso inspirado por la doctrina leninista a secas. Son muy semejantes. La única diferencia es que McNamara habla de vez en cuando de Dios, pero la idea básica es esencialmente la misma.

-¿Deben participar los intelectuales en el poder?
-Eso depende de la integridad del intelectual. Si quieres mantener tu integridad, generalmente serás crítico, porque muchas de las cosas que suceden merecen críticas. Pero es muy difícil ser crítico, si uno forma parte de los círculos de poder. Por lo general, la mejor posición para un intelectual es estar comprometido con las fuerzas populares que tratan de mejorar las cosas. Pero ése es el tipo de intelectuales que, como el socialista estadounidense Eugene Debbs, terminan en la cárcel.

-¿Qué opinas de la idea griega de que los filósofos, por sabios, deben gobernar?
-Es una idea tremendamente peligrosa, tanto en su variante leninista como en la variante occidental del intelectual tecnocrático, orientado hacia el ejercicio del poder, o en cualquier otra variante que hemos visto en la historia, como el ejemplo reciente de las castas sacerdotales en el poder.

-¿Los intelectuales en el poder son peligrosos?
-Cuando los intelectuales públicos y académicos se congregaron en Washington con Kennedy, extremadamente entusiastas y orgullosos de sí mismos, mi visión fue que eso iba a ser un desastre total, porque la lección histórica respectiva es muy clara. Ese tipo de gente es muy arrogante. Creen saberlo todo y son muy peligrosos cuando se acercan al poder. Las razones son obvias. Si cometen un error, tienen un serio problema, porque sólo se les ha dado un puesto en el poder por su supuesta inteligencia y su competencia. Entonces, ¿cómo pueden cometer un error? Por eso, tienden a perseverar en sus errores, en insistir en que ellos tenían razón. El panorama cambia con gente, digamos, como Averell Harriman, que durante toda su vida tuvo cargos en el gobierno. Su poder derivaba del hecho de que su padre y su abuelo habían construido ferrocarriles. Eran ricos, formaban parte de la aristocracia. Bien, él no necesitaba justificar su lugar en el poder. El tenía poder. Si cometía un error, podía cambiar de opinión sin mayor problema. Pero en los intelectuales hay una tendencia casi natural a ser muy rígidos; no sólo son arrogantes sino también doctrinaristas.

-¿Los estándares morales de un intelectual deben ser más altos que los de una persona común, porque tiene más acceso al poder?
-Cuanto mayores sean tus privilegios y autoridad, mayor será tu responsabilidad moral, porque las consecuencias predecibles de tus actos serán también mayores. En la medida en que la gente que se dice intelectual, séalo o no, sea capaz de influir y decidir sobre condiciones que determinan los acontecimientos reales, en esa medida, su responsabilidad crecerá.

-¿Cuál es el estado actual de los intelectuales?

-Muy semejante al de siempre. Los intelectuales son quienes escriben la historia, los que presentan las imágenes del presente y del pasado. Para ser más preciso, me refiero a los intelectuales que se llaman "intelectuales responsables". Los disidentes no escriben la historia. Por ejemplo, Walter Lippman se describía orgullosamente como uno de los "hombres responsables". Eugene Debbs, el personaje principal del movimiento obrero estadounidense, candidato a la presidencia por el Partido Socialista y un crítico de la Primera Guerra Mundial, estaba en la cárcel. Y a Walter Lippman nunca se le ocurrió preguntarse ¿por qué soy yo una persona responsable y Eugene Debbs está en la cárcel? ¿Soy yo más intelectual que él? Y la respuesta es no, están simplemente de diferentes lados de la barrera. Si estás del lado del poder y de la autoridad, puedes entrar en el círculo de los intelectuales responsables. Si eres un crítico y un disidente, la tendencia es que te traten duramente. No quiero decir que la historia sólo ha sido escrita por apologistas. No sería exacto decirlo así. Pero hay una tendencia en esa dirección. Incluso la imagen de cómo actúan los intelectuales tiende a ser halagadora y narcisista. Por lo tanto, creo que hay una ilusión acerca de cómo han actuado en el pasado los intelectuales. Ha habido tiempos en que el grado de influencia sobre el público general de los intelectuales -intelectuales en el verdadero sentido de la palabra- fue extraordinario, esos momentos de fermento, períodos revolucionarios, como el de los levellers en la revolución inglesa o los años sesenta del siglo XX. Pero la mayor parte del tiempo, los intelectuales son aduladores del poder. La situación usual es la de la Primera Guerra Mundial, cuando los intelectuales, en ambos lados, estaban alineados y al servicio del poder. Eran entusiastas apologistas de su Estado: los alemanes por Alemania, los ingleses por Inglaterra y los franceses por Francia. Hubo algunas excepciones, pero muy pocas y terminaron en la cárcel. Bertrand Russell, por ejemplo, en Inglaterra; Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo en Alemania y Eugene Debbs en Estados Unidos. Sin embargo, la mayoría de los intelectuales son servidores del poder.

México, 2001 El Universal y LA NACION

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