El Dalai Lama lucha por preservar su cultura y mantener viva su causa en la pequeña ciudad india de Dharamsala
ANA GABRIELA ROJAS - Dharamsala - 23/03/2008, El País.com
Desde el avión se alcanzan a ver valles a los que se encaraman casas con techos de pizarra y ríos de agua cristalina que corren por piedras tan redondas que parecen talladas. El tamaño de las cosas pierde la proporción: todo parece diminuto si se ve en el marco de los imponentes Himalayas.
Dharamsala, una pequeña ciudad al norte de India, es el refugio del Dalai Lama y de una gran parte de los tibetanos en el exilio. Está rodeada por montañas cubiertas de frondosos pinos. Desde casi todos sus rincones se pueden ver los picos de los Himalayas más altos, cubiertos de nieve. Detrás de ellos, allí por donde sale el sol, está el lugar a donde todos los exiliados sueñan con volver: Tíbet. "Mis padres me trajeron aquí cuando era un niño. Huían de la falta de libertad impuesta por los chinos. Ahora tengo 55 años y toda una vida en el exilio. Mi único sueño es volver a ver Tíbet antes de morir", cuenta el monje Damshoe Gyaltsin. Sus padres siguieron al Dalai Lama, junto a otras 80.000 personas, cuando huyó en 1959 de la dominación China, tras un frustrado levantamiento popular. Ahora, se calcula que de los seis millones de tibetanos, unos 120.000 están en el exilio, 100.000 de ellos en India, Nepal y Bután.
Los que han nacido en India han crecido sintiéndose fuera de casa, como visitantes de paso. En las empinadas callejuelas de McLeod Ganj, la parte más alta de Dharamsala, se concentra la mayor población tibetana en el exilio. Entre los monjes con túnicas de color granate se mezclan jóvenes con zapatillas y camisetas. "La vestimenta es lo de menos, nos esmeramos en hablar tibetano y en conservar nuestra cultura", asegura el director de Estudiantes por Tíbet Libre, Tenzin Choeying.
El Dalai Lama es venerado por casi la totalidad de los tibetanos y representa su unidad desde la dominación china, pero hay una parte que quiere una salida más radical: la independencia total de Tíbet, y no el "camino intermedio" o la verdadera autonomía dentro de China que el líder proclama. "Su Santidad tiene su forma, nosotros la nuestra", dice el recién graduado de comercio Lhakpa Dhondup en nombre del Congreso Regional de Jóvenes Tibetanos.
Dhondup tiene claro que llegar a la violencia "sería estúpido, con casi 1.500 millones de chinos contra 6 millones de tibetanos". El joven asegura que aunque ha crecido con todos los derechos -excepto el voto-, nunca se ha sentido en casa. "Siempre nos ven diferente, no nos entienden y en algunos casos nos discriminan", dice.
A 49 años de la diáspora, la comunidad dentro de Tíbet, silenciada por la dominación china, y la de fuera, con un Gobierno en el exilio sin reconocimiento, están aprovechando la mirada puesta en China y sus Juegos Olímpicos de Pekín 2008 para recordar al mundo su causa: su refugio indio ha estado durante los últimos meses lleno de pancartas pidiendo que se boicoteen las olimpiadas. "China, asesina de tibetanos, no merece organizar los Juegos porque no cumple con su ética", dice una de las pancartas colocada donde ahora hay una constante huelga de hambre en la que tibetanos de todas las edades se relevan en turnos de 24 horas.
El Dalai Lama representa la unidad de la comunidad tibetana dentro y fuera de Tíbet, coinciden todos los entrevistados. "Su Santidad es la personificación del espíritu y unidad de nuestro pueblo: es el jefe del Estado, el líder religioso y, para muchos, incluso la reencarnación de Buda, o sea Dios". Así lo resume Dorjee Dewatshang, un parlamentario en el exilio. Dentro de Tíbet, está prohibido portar su imagen, pero muchos la llevan escondida bajo su ropa.
Pero a pesar de ser constantemente venerado, el Dalai Lama repite siempre: "Yo soy un simple monje, ni más, ni menos". Y como tal actúa, dice su gente cercana. "Se levanta a las cuatro de la mañana para meditar y postrarse frente a una escultura de Buda. Pide por todo el mundo, incluyendo a los hermanos y hermanas chinas. Les pide a los tibetanos que aprendan las lenguas chinas para que hablen y no peleen con ellos", cuenta uno de sus colaboradores, Tenzin Tackhla. Cuando no está viajando, desayuna té y tsampa, una harina de cebada o trigo que los tibetanos toman como papilla, y a veces yogur. En días festivos come también momos, un tipo de pasta rellena de verdura. En su habitación no tiene más que la estatua de Buda y una simple cama, cuenta el parlamentario Acharya Yeshi. "No tiene ningún lujo y no posee bienes materiales".
El Dalai Lama siempre está muy bien informado de lo que pasa en el mundo, le gusta mucho la BBC, cuentan sus asistentes. Y cada día va andando desde su sencillo hogar hasta sus oficinas, cerca del templo budista de la ciudad. Ahí atiende a sus visitas, la última de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, que ha pedido una investigación para limpiar la imagen del Dalai Lama frente a las acusaciones chinas de que fue el organizador de las recientes revueltas.
Al Dalai Lama, una sonrisa le ilumina la cara en todo momento. A pesar de que tiene un fuerte dispositivo de seguridad, sus guardias van vestidos de civil y él parece estar cercano a la gente. En India casi nadie se atreve a criticar al Dalai Lama, sólo algunos funcionarios occidentales y sin dar su nombre. "Ha sido un poco blando. Si no cediera siempre ante los chinos, Tíbet ya gozaría de más autonomía", dice un diplomático europeo.
Ahora, muchas dudas planean sobre qué pasará a su muerte: el líder espiritual tiene ya 72 años. "Todos los tibetanos queremos que el Dalai Lama regrese a Tíbet, pero tampoco se acabará el sueño de nación si muere en el exilio", asegura un colaborador. Aunque él se ha proclamado en semijubilación, sus seguidores no lo aceptan. "Será siempre nuestro líder", asegura la portavoz del Parlamento en el exilio, Dolma La. La representante dice que siempre acatan sus sugerencias no por imposición, "sino porque son las mejores", pero afirma que el líder ha creado un Gobierno tan democrático que podrían rechazar cualquier iniciativa que no les pareciera bien.
Al año siguiente del exilio, el Dalai Lama impulsó la formación de un régimen compuesto por tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial. En 1991 se redactó una Constitución, de la que nadie está por encima y que incluso habla de la posibilidad de destitución del Dalai Lama. Hay elecciones generales cada cinco años entre los exiliados y la participación llega al 70%.
En Dharamsala, conocida como "la pequeña Lhasa", una red de templos, museos, bibliotecas y escuelas preserva la cultura. A los niños se les enseña inglés, para conectar con el mundo moderno, pero también tibetano, por si algún día pudieran cruzar los Himalayas.
EL DALAI LAMA ES EL HOMBRE MAS BUENO QUE EXISTE, AUN HACIENDOLE MUCHOS DESPLANTES, "SIEMPRE" NOS ACOMPAÑA CON SU PRECIOSA SONRISA.
ResponderEliminarTIBET LIBRE.