"De un momento a otro se rayó, y los que estábamos más cerca no nos dimos cuenta"
"Se pensó presentar su curación como causa ante el Vaticano, para la beatificación del sacerdote Morales. Pero la misma gente de las Cruzadas de María lo desestimó porque Rocha les pareció extraño, algo loco y obsesivo".
Por Matías Infante M.
Las primeras monedas que Gerardo Rocha tuvo en sus manos las consiguió luego de ingresar escondido a la casa de unos vecinos que eran ricos, en Monte Grande, Argentina, donde vivió su primera infancia. Las sacaba de una gruta a la Virgen, y con eso compraba semillas que luego plantaba en su propio jardín. Eso sí, primero pedía permiso.
Rocha conversaba con la Virgen. De eso estaba seguro. Tenía sólo cuatro años.
La vida espiritual de Gerardo Rocha está marcada por una eterna búsqueda. Una búsqueda que nunca tuvo fin. Tampoco las carreras universitarias que siguió en su vida. Tampoco los cientos de libros que han pasado por sus manos y de los que se aburrió a las pocas páginas.
Y es que da la impresión que Gerardo Rocha es alguien que nunca pudo cumplir a cabalidad los grandes cometidos de su vida. Quizás por una ambición y ansiedad demasiado grande -pretendía abrir una universidad en cada país del mundo-; quizás porque, en el fondo, disparaba para todos lados y nunca hubo una persona que le sirviera como cable a tierra.
Así lo describen cercanos a él. Cuentan que el 90 por ciento suyo eran genialidades; y el restante 10 puras locuras. "O te ríes un poco, o lo admiras", señala una fuente que pide reserva de su identidad.
Dios y Rocha
La madre lo instruyó desde muy pequeño en las enseñanzas cristianas y en la vida de los santos. Rocha, de hecho, partía desde la base cristiana su búsqueda.
Reconocía en Jesús al hijo de Dios, asistía regularmente a misa, rezaba como cualquier creyente, pero no comulgaba. Se sentía en pecado por haberse separado de su primera mujer, Carla Haardt, y nunca haber anulado el vínculo para volver a emparejarse. Eso, a pesar de que hizo contactos y buenas migas con la mayoría de los obispos en Chile, América Latina, Europa y Asia.
De hecho, fruto de la relación con Verónica Espinoza tuvo tres hijos que, a ojos de la Iglesia, son considerados nacidos fuera del matrimonio. Extramaritales.
En su casa, eso sí, mantiene un prodigioso oratorio privado. Quienes entraron dicen que más parece una capilla cardenalicia.
Entre el Opus Dei y las Cruzadas de María
"A mí me consta que Gerardo es una persona de una transparencia total en su espíritu. Tiene un espíritu limpio, de una visión pacífica hasta más no poder", señala alguien a quien Rocha en más de una oportunidad le consultó de temas espirituales. "De él no vimos jamás algo que tuviera que ver con violencia, aunque la prensa quiera imputarle actualmente peleas que tuvo cuando joven", agrega.
Con el Opus Dei tuvo un acercamiento por una amiga de su primera señora, para salvar su matrimonio. Iba más frecuentemente a misa, pero más allá de eso no pasó.
A Santo Tomás de Aquino lo admiraba por su condición de filósofo, más que por su labor como teólogo. Nunca fue su devoto.
Conocida es su asombrosa recuperación del accidente sufrido en Barcelona luego de caer cinco metros. Se rompió ambas piernas, pero a los pocos meses estaba haciendo deporte. En ese momento se encomendó al sacerdote venezolano Tomás Morales, fundador de las Cruzadas de María, una pequeña congregación católica, quien murió en 1994. Morales se encontraba en proceso de beatificación y en ese tiempo se pensó presentar su curación como causa ante el Vaticano, pero la misma gente de las Cruzadas de María lo desestimó: no quisieron hacer un seguimiento porque Rocha les pareció extraño, algo loco y obsesivo. Alguien tomado de las mechas.
Rocha era un místico y su eterno silencio era su mejor aliado. Vivía pensando y calculando insistente, minuciosa y ansiosamente todo paso que iba a dar, aunque algunos lo confundieran con una timidez crónica de éste.
Una fuente consultada por "La Segunda" dice arrepentirse de haber conectado a Rocha con China: fue ahí donde conoció el budismo, y todo lo que éste implica, desde la dieta hasta las prácticas religiosas. Rocha se obsesionó con la idea y esta nueva espiritualidad: comenzó a meditar, aprendió disciplinas de autocontrol de la mente y del dolor, se hicieron más frecuentes los viajes y las reuniones con gente en el Oriente. Seguía a maestros budistas y visitaba sus templos alrededor del mundo.
"Gerardo se metía a fondo. Para él lo era todo".
Por estos días su madre (quien además es directora de un colegio que le "regaló" su hijo) ha salido a la luz pública. Aunque no hable, es ella probablemente quien más conozca a su reservado -reservadísimo- hijo Gerardo. Ni siquiera lo ha escrutado lo suficiente Rodrigo, su hermano, quien a juicio de cercanos es ordenadísimo y bastante más aterrizado, y que participa de la administración de varios centros de estudio del "holding" universitario.
Y si bien Rocha creció y se formó en la estricta enseñanza cristiana de su madre, nunca pudo estrechar la religión católica apostólica romana completamente. Le resultaba incómodo ceñirse a una religión única. Le resultaba incómodo ceñirse a cualquier única cosa.
Rocha mezclaba, hacía conexiones entre religiones y unía enseñanzas espirituales porque le quedaba chico el mundo, aseguran sus conocidos. "Cuando una persona no tiene las cosas muy claras en la mente, puede caer en estas mezclas", dice un cercano que cuenta una particular anécdota del empresario: "En un viaje a China me desperté y Gerardo ya no estaba. Eran las cuatro de la mañana y Gerardo ya se había ido a meditar. Resulta que se había encontrado con un monje tibetano, y en un par de horas había acordado un convenio entre las universidades para otorgar becas a alumnos de la región del Tíbet".
Otra de viajes: antes de llegar a Japón, en un viaje larguísimo, Rocha había conversado largo rato con su contraparte, quien lo acompañaba en el avión. Eso, hasta que en un momento pidió parar la charla y "desconectarse" por un momento. Luego se concentró, se puso a meditar y no volvió a abrir la boca en varias horas, las que restaban de vuelo.
Amigos tenía muy pocos. Pero a ellos solía aclararles que efectivamente eran sus amigos. Y aunque la mayoría de las veces tenía breves palabras para éstos, cuando necesitaba descargarse hablaba de corrido e in extenso.
Nadie, sin embargo, esperó jamás una cosa así de Gerardo Rocha. Dice uno a quien consideraba amigo: "A mí me da la impresión de que este hombre, de un momento a otro, se rayó, y que los que estábamos más cerca no nos dimos cuenta. En el último tiempo se le vio cada vez más obsesionado con las visiones de mundo que tenía, pero nosotros seguimos pensando que lo que hacía era una más de sus locuras de siempre... Nos equivocamos".
"Mi libro es un canto a las cicatrices. Son cicatrices que tengo", reconoció Gerardo Rocha hablando sobre su best seller "Todo está en ti". Y confesó: "Nunca conseguí ser feliz".
http://www.lasegunda.com/detalle_impreso/index.asp?idnoticia=0214032008301S0470065
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