Los acontecimientos de las dos últimas semanas precipitan la caída de Clinton, que sólo puede vencer a su rival tras una monumental sorpresa.
ANTONIO CAÑO - Washington - 27/03/2008. El País.
Recién vuelto a la actividad después de unos días de descanso en el Caribe, Barack Obama se apresta a recoger el premio de su candidatura presidencial con la serenidad de quien se sabe ya el elegido. Hillary Clinton ha prometido seguir luchando, y a buen seguro lo hará, hasta el último día. Pero tras lo ocurrido en las dos últimas semanas y con el calendario electoral aún pendiente, sólo una monumental sorpresa o una monumental maniobra política pueden todavía darle la victoria.
Lo ocurrido en las últimas semanas, superadas algunas dudas iniciales, embellece la candidatura de Obama y mancilla la de Clinton. Empezando por el episodio del pastor Jeremiah Wright, un predicador extremista como tantos otros que gobiernan las iglesias negras. Antes o después, Obama tenía que afrontar la realidad de su larga y estrecha vinculación espiritual con el reverendo Wright y responder por la enorme contradicción que representa el hecho de que un político partidario de la armonía racial rezara junto a un propagador del odio.
Son cosas de Iglesia no fáciles de entender. Pero lo cierto es que Obama, que había tratado de evitar hablar de racismo durante toda la campaña para que nadie se fijara más de la cuenta en el color de su piel, se vio a la defensiva y obligado a pronunciarse. Cogió el guante, se subió al estrado y no sólo habló de racismo sino que pronunció el discurso más importante desde su célebre intervención en la Convención demócrata de 2004, un discurso que la mayoría de los analistas han considerado una piedra angular sobre la que este país debe retomar el debate nacional sobre ese conflicto callado pero nunca resuelto.
De un plumazo, Obama desactivó, quizá para siempre, el affaire Wright, y, contra los ataques de la campaña de Clinton, reafirmó su papel presidencial con sus argumentos más fuertes, los del unificador, el conciliador, el iluminador, el hombre del futuro.
Mientras Obama hablaba, sus abogados conseguían otra victoria menos poética pero no menos importante, la de impedir nuevas elecciones en Florida y Michigan, cuyos delegados no serán aceptados en la Convención por haber sido elegidos violando las reglas del partido. Es posible que este asunto no esté aún completamente cerrado, pero el riesgo más importante para Obama, la repetición de las votaciones, ha sido ya eliminado.
Una victoria de similares proporciones es el respaldo hecho público por Bill Richardson, sobre todo por lo que representa que alguien tan unido a los Clinton -fue una de las figuras de la Administración de Bill Clinton- y tan preocupado por su futuro político abandone a la primera familia del partido para unirse a un novato.
Con esos éxitos en la maleta, Obama se fue a la playa. Hillary Clinton se quedó sola y, desprovista de sparring, se peleó contra su propia ansiedad. Atendió a la presión de los medios de comunicación para que hiciera públicos los documentos sobre su periodo como primera dama y se comprobó que su pretendida experiencia en asuntos de seguridad y política exterior no se ve reflejada en una agenda tan trivial como la función que ella desempeñaba en la Casa Blanca.
Insistió en maquillar su historial con un relato novelesco sobre una visita a Bosnia bajo el fuego de los francotiradores. Pero tardaron muy poco las cadenas de televisión en ofrecer las imágenes que probaban que, en realidad, todo fue muy tranquilo en aquel viaje, incluida una ceremonia de recepción en la que ella y su hija Chelsea fueron agasajadas con los tradicionales ramos de flores y poesías infantiles.
"Fue un error, soy humana, aunque algunos no lo crean", acabó admitiendo. Un error es equivocar la fecha de su visita a Bosnia. Pero cuesta aceptar que, por error, uno recuerde haber estado en peligro de muerte.
En medio de toda esta polémica, Obama dejó en el camino otro obstáculo difícil de saltar para Clinton. El senador de Illinois ha hecho públicas sus declaraciones de Hacienda, que no contienen más pimienta que la cifra cercana al millón y medio de dólares que obtuvo por sus dos libros autobiográficos. Clinton, que aportó a su campaña cinco millones de dólares de su propio bolsillo, se ha negado hasta ahora a repetir el gesto de su contrincante.
Con todo, la peor noticia para Clinton es el ciclo electoral pendiente. Quedan 10 elecciones. Ella es favorita en Pensilvania, Kentucky, Virginia Occidental y Puerto Rico. Obama puede ganar en cinco de los restantes y queda sin pronóstico Indiana. Matemáticamente, es casi imposible que, con este panorama, Clinton pueda superar la ventaja de unos 150 delegados que actualmente tiene Obama. Sólo destruyendo a Obama sería posible.
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