Por Alejandra Dandan, Página/12
Juan es un veterano militante peronista de los años ’70. Tiene a su padre y hermano desaparecidos. “Imaginate –dice– lo que significó para mí enterarme un día que mi hija era skinhead.” Así son las cosas. Ella forma parte de una de las hermandades que se hicieron conocidas públicamente en la última semana como consecuencia de los enfrentamientos protagonizados por cabezas rapadas. Hasta ahora se los suponía neonazis, adscriptos a advocaciones exclusivamente antisemitas. Pero en los últimos tiempos, el mapa local de los skinheads sumó otros grupos y se expandió incluso hacia latitudes contrarias. Entre cuatrocientos y quinientos jóvenes –según sus propios números– se presentan como skinheads antifascistas, ecologistas, anarquistas, comunistas, además de los clásicos neonazis. Tienen los weblogs como ámbitos privilegiado de encuentros privados en medio de una ciudad donde parecen perdidos y buscan territorios propios, como si formasen parte de pequeños y en ocasiones violentos ejércitos de gladiadores. Hasta ahora mantenidos en la oscuridad y el mundo subterráneo.
Tres fueron los casos que hicieron aparecer a la luz a estos grupos. El primero fue una pelea frente a un boliche en la Avenida de Mayo, donde un adolescente de 19 años, ajeno a ese submundo, terminó muerto de una cuchillada. Los otros dos ocurrieron en Belgrano: primero, dos cabezas rapadas hirieron en el ojo y en otras partes del cuerpo a un joven; luego, tres chicos de 16 y 17 años persiguieron a otro adolescente de 15 al que identificaron como judío porque llevaba puesta su kipá. Este último resultó ileso porque lo salvó un policía. Los tres terminaron presos.
El origen de estas tribus parece remontarse a la década del ’80 en Londres. Los grupos crecían alrededor de las bandas del RAC o Rock AntiComunista en una Europa erosionada por los migrantes de los países del Este. Acá se los conoció a mediados de los ’90 como skinheads NS o nacionalsocialistas. Parecían la única derivación local de un fenómeno aparentemente lejano. Unos cinco años atrás, cuentan los miembros de sus comunidades, algo de ese territorio unívoco se erosionó. Detrás de los skins clásicos con sus cabezas rapadas y cuerpos cubiertos de esvásticas aparecieron distintas bandas de jóvenes de espíritu libertario que parecen haber engendrado una violencia idéntica pero de signo contrario.
El caso de Iván terminó con la detención de cuatro jóvenes que formaban parte de estas noveles bandas: lo mataron por creerlo skinhead, como ellos, pero nazi. Y no era ni lo uno, ni lo otro.
La hija del veterano Juan pertenece a esa organización, la comunidad de los SHARP porteños. Los “Skinhead Against Racial Prejudice” son skinheads contra los prejuicios raciales. Originalmente reconocen un punto de origen común con los clásicos skins nacionalsocialistas. Nacieron ligados a las bandas locales nucleadas alrededor de los referentes de los dos principales brazos políticos de la extrema derecha: el PNT de Alejandro Biondini y la organización surgida en torno del más aggionardo Alejandro Franze, uno de los dirigentes que sedujo a sus jóvenes festejantes con un puesto de merchandising nazi en Parque Rivadavia, sus harapos militares, las botas de cuero negro y la estética de combate nazifascista.
Hace unos cinco años, un desmembramiento interno convirtió a una parte de la manada nacionalsocialista en antifascista, aunque igual de violenta. La ruptura le dio origen a un movimiento difuso, formado por jóvenes que se suben a la web para escribir protocolos contra grandiosos enemigos como si en verdad estuvieran preparándose para una guerra.
“Nunca fuimos pacifistas”, le dice uno de ellos a Página/12, transformado seriamente en un vocero de la organización. “Somos violentos, somos skinheads pero antinazis, no la jugamos de buenos. Si cruzamos a un nazi los boqueamos o en el caso nos peleamos.” Están para eso, sigue: “Para desenmascarar a los miles de fachos que andan por Buenos Aires. No sé quéquerés que te diga. ¿Si somos unos asesinos o algo así? No lo voy a decir porque no lo somos, somos violentos pero de violentos a asesinos hay un gran paso, me parece. Somos acción directa violenta igual que los primeros anarquistas europeos”.
La hija de Juan se conectó con ellos hace unos tres años. Como si fuera un club de amigos, entró a la organización sin permisos de nadie, ni entrenamientos ni misiones secretas por cumplir. “Los conocí por una amiga de una amiga, así”, dice para que las cosas queden claras. Como sucedió en Londres durante los ’80, el punto de contacto suelen ser las bandas de música, sus propios estilos y las celebraciones nocturnas en torno a una mesa de cerveza. Lo del “antifascismo” existe, pero para algunos se vuelve una cuestión tan difícil de explicar como las lecciones de una clase de historia en el colegio. “Soy apolítica, la política no me interesa –cuenta la hija de Juan–, de esas cosas te pueden hablar los otros chicos. Yo son antifascista simplemente porque un día me di cuenta de que estaba del otro lado.”
El otro lado
El otro lado de las bandas es un lugar errático, como tal vez lo es el lugar propio. Los miembros de cada organización parecen estar estructurados con la lógica de las clásicas tribus urbanas. Jóvenes nómades, de identidades mutantes, que en general se nuclean con los parámetros de los movimientos contraculturales. Con larga permanencia y edades que van desde la adolescencia hasta los treinta años. Siempre, lo que queda en primer plano es la violencia.
Desde la carrera de sociología de la UBA, Mario Margulis llevó adelante durante mucho tiempo estudios en el terreno de las culturas urbanas. Tras confrontar aquel primer caso de Iván con los otros dos casos de riñas callejeras conocidos durante los últimos días, se queda pensando. “La idea de las tribus, digamos, es una metáfora: son afiliaciones juveniles, de encuentros de identidad, lugares de pertenencia de poco tiempo que tienen un componente afectivo. Pero lo nuevo en este caso –advierte– es que la violencia juega un rol en la organización de la identidad y adquiere características reaccionarias.” Esto no es ni la Alemania de los años ’30, ni Austria, dice. No se dan las condiciones de la existencia de un Hitler, continúa, ni los reclamos del nacionalsocialismo. “Estos jóvenes están organizando su identidad sobre la base explícita de la violencia contra los otros.” Una intolerancia hacia lo otro en todas sus formas. Los otros pueden ser los que van con cordones colorados en las botas; o los que llevan cordones blancos, como los NS. Los que se visten de negro como los darks, los que se pintan de colores fuertes o los punk callejeros.
“Yo me pregunto –dice nuevamente Juan, el padre de la skin con voz de veterano pensativo–, ¿qué le está pasando a nuestros hijos?” Y sigue: “Porque yo vengo de una generación violenta, mi generación era violenta pero no era tan jodido, teníamos un enemigo común al menos, un proyecto político. Los pibes en cambio se están fagocitando, se están matando entre sí.”
La DAIA construyó en la última semana un mapa sobre esta polución juvenil. Mencionó un “recrudecimiento” de la violencia xenófoba entre los jóvenes, observada desde diciembre del año pasado. Según la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, esta evolución no sólo se observa en la Argentina, sino en buena parte de Latinoamérica, al proliferar una orden emanada de una suerte de célula madre localizada en Gran Bretaña con el nombre de “Acción y Honor”. Como si los jóvenes no fuesen solo adolescentes sino miembros de estas superestructuras nodrizas, los registros de la DAIA indican que las organizaciones de skins porteños se encuentran integradas por jóvenes de sectores medios y sus localizacionesmás frecuentes son San Telmo y en torno a la plaza de las calles Mendoza y Ciudad de La Paz, del barrio de Belgrano.
“El factor ideológico es objeto de puja entre ellos”, dice un integrante de la entidad. Ese factor estaría justificando “una violencia que es esencialmente discriminatoria, justifica la violencia sobre lo que es diferente en alguna de sus formas. No es una violencia porque sí, es hacia lo diferente”. Bajo la lógica de esa institución, las bandas atraviesan cierto proceso de formalización. Comienzan estructurándose con la lógica de grupos culturales, pero una parte de ellos se politiza en torno a esa cuestión fundante de la discriminación en alguno de sus variantes.
Variopinto
Tarántulo se presentó ante este diario hace unos días como un skin NS o nacionalsocialista. Es uno de los clásicos en su organización, capaz de firmar los mensajes con códigos cifrados porque se sabe perseguido. Y capaz de reclamar aún hoy la extinción de judíos, negros o “colorados”, en fin, todo lo que sea diferente. A poco de comenzar con los contactos, hizo una descripción detalladas de las bandas adscriptas a la filosofía skin que han polulado en los últimos años.
Aquí, la clasificación de los grupos según él:
- Skinhead antifasista: “Estos son pocos, o sea ya por el nombre te das cuenta que son reaccionarios, digamos que la única necesidad de existir de ellos somos nosotros (skin ns). Ellos hablan de la reivindicación del skinhead del ’69, que era apolítico, pero ellos son un movimiento surgido en los ’90”.
En sintonía con estos grupos, Tarántulo sitúa otros dos más:
- Los RASH, que son punks antifascistas, aunque ellos se definen como skinheads.
- Y los redskin, skinheads comunistas “que si uno se pone a pensar en esto es una pavada, porque decir que sos un red skin es, la verdad, como decir que uno es un judío nazi, por ejemplo. Estás mezclando dos cosas que son la contra, por eso nosotros pensamos que estos últimos no tienen personalidad”.
También están en el mapa que traza Tarántulo:
- Los skinhead apolíticos: “Estos son los que uno podría llamar los originales, no se meten en política ni se juntan con skins políticos. Acá en Argentina no hay, lo podés encontrar en Inglaterra, Alemania, EE.UU., etc, pero acá no. Arrancó en el año ’69, había negros en las bandas y esas cosas, se permitían las drogas, pero ya desde el ‘74 y ’75 había muchos problemas en los recitales ingleses por el gran número de skins nacionalistas o nazis. Por el momento, no estaban muy politizados, pero es curioso ver en los videos de la época cómo la mayoría blanca, en forma de chiste, molestaba a los negros”.
- Skinhead Straight Edge: “Estos son skins vegetarianos, acá podes encontrar de todas las influencias políticas, nazis, de izquierda, de derecha, pero no pinchan ni cortan. Son muy pocos y están muy unidos con los SHARP, Redskin y antifascistas en general, punk o lo que sea”.
Una vida normal
Antes de terminar, presenta a su comunidad. Los no integrados, los que se llaman nazis con todas las letras, los que reivindican como en un mal sueño a los derrotados de la Segunda Guerra Mundial. Los que, finalmente, deciden seguir manteniendo vivo al Führer imposible de nombrar. “Bueno, te vuelvo a repetir –dice–, los skin NS no somos hermanos de la caridad.” Pero “cuando vayas por la calle no pares a cualquier pelado que veas porque te puedo asegurar que somos más comunes de lo que imaginás, trabajamos, estudiamos, vivimos una vida normal”.
Tres fueron los casos que hicieron aparecer a la luz a estos grupos. El primero fue una pelea frente a un boliche en la Avenida de Mayo, donde un adolescente de 19 años, ajeno a ese submundo, terminó muerto de una cuchillada. Los otros dos ocurrieron en Belgrano: primero, dos cabezas rapadas hirieron en el ojo y en otras partes del cuerpo a un joven; luego, tres chicos de 16 y 17 años persiguieron a otro adolescente de 15 al que identificaron como judío porque llevaba puesta su kipá. Este último resultó ileso porque lo salvó un policía. Los tres terminaron presos.
El origen de estas tribus parece remontarse a la década del ’80 en Londres. Los grupos crecían alrededor de las bandas del RAC o Rock AntiComunista en una Europa erosionada por los migrantes de los países del Este. Acá se los conoció a mediados de los ’90 como skinheads NS o nacionalsocialistas. Parecían la única derivación local de un fenómeno aparentemente lejano. Unos cinco años atrás, cuentan los miembros de sus comunidades, algo de ese territorio unívoco se erosionó. Detrás de los skins clásicos con sus cabezas rapadas y cuerpos cubiertos de esvásticas aparecieron distintas bandas de jóvenes de espíritu libertario que parecen haber engendrado una violencia idéntica pero de signo contrario.
El caso de Iván terminó con la detención de cuatro jóvenes que formaban parte de estas noveles bandas: lo mataron por creerlo skinhead, como ellos, pero nazi. Y no era ni lo uno, ni lo otro.
La hija del veterano Juan pertenece a esa organización, la comunidad de los SHARP porteños. Los “Skinhead Against Racial Prejudice” son skinheads contra los prejuicios raciales. Originalmente reconocen un punto de origen común con los clásicos skins nacionalsocialistas. Nacieron ligados a las bandas locales nucleadas alrededor de los referentes de los dos principales brazos políticos de la extrema derecha: el PNT de Alejandro Biondini y la organización surgida en torno del más aggionardo Alejandro Franze, uno de los dirigentes que sedujo a sus jóvenes festejantes con un puesto de merchandising nazi en Parque Rivadavia, sus harapos militares, las botas de cuero negro y la estética de combate nazifascista.
Hace unos cinco años, un desmembramiento interno convirtió a una parte de la manada nacionalsocialista en antifascista, aunque igual de violenta. La ruptura le dio origen a un movimiento difuso, formado por jóvenes que se suben a la web para escribir protocolos contra grandiosos enemigos como si en verdad estuvieran preparándose para una guerra.
“Nunca fuimos pacifistas”, le dice uno de ellos a Página/12, transformado seriamente en un vocero de la organización. “Somos violentos, somos skinheads pero antinazis, no la jugamos de buenos. Si cruzamos a un nazi los boqueamos o en el caso nos peleamos.” Están para eso, sigue: “Para desenmascarar a los miles de fachos que andan por Buenos Aires. No sé quéquerés que te diga. ¿Si somos unos asesinos o algo así? No lo voy a decir porque no lo somos, somos violentos pero de violentos a asesinos hay un gran paso, me parece. Somos acción directa violenta igual que los primeros anarquistas europeos”.
La hija de Juan se conectó con ellos hace unos tres años. Como si fuera un club de amigos, entró a la organización sin permisos de nadie, ni entrenamientos ni misiones secretas por cumplir. “Los conocí por una amiga de una amiga, así”, dice para que las cosas queden claras. Como sucedió en Londres durante los ’80, el punto de contacto suelen ser las bandas de música, sus propios estilos y las celebraciones nocturnas en torno a una mesa de cerveza. Lo del “antifascismo” existe, pero para algunos se vuelve una cuestión tan difícil de explicar como las lecciones de una clase de historia en el colegio. “Soy apolítica, la política no me interesa –cuenta la hija de Juan–, de esas cosas te pueden hablar los otros chicos. Yo son antifascista simplemente porque un día me di cuenta de que estaba del otro lado.”
El otro lado
El otro lado de las bandas es un lugar errático, como tal vez lo es el lugar propio. Los miembros de cada organización parecen estar estructurados con la lógica de las clásicas tribus urbanas. Jóvenes nómades, de identidades mutantes, que en general se nuclean con los parámetros de los movimientos contraculturales. Con larga permanencia y edades que van desde la adolescencia hasta los treinta años. Siempre, lo que queda en primer plano es la violencia.
Desde la carrera de sociología de la UBA, Mario Margulis llevó adelante durante mucho tiempo estudios en el terreno de las culturas urbanas. Tras confrontar aquel primer caso de Iván con los otros dos casos de riñas callejeras conocidos durante los últimos días, se queda pensando. “La idea de las tribus, digamos, es una metáfora: son afiliaciones juveniles, de encuentros de identidad, lugares de pertenencia de poco tiempo que tienen un componente afectivo. Pero lo nuevo en este caso –advierte– es que la violencia juega un rol en la organización de la identidad y adquiere características reaccionarias.” Esto no es ni la Alemania de los años ’30, ni Austria, dice. No se dan las condiciones de la existencia de un Hitler, continúa, ni los reclamos del nacionalsocialismo. “Estos jóvenes están organizando su identidad sobre la base explícita de la violencia contra los otros.” Una intolerancia hacia lo otro en todas sus formas. Los otros pueden ser los que van con cordones colorados en las botas; o los que llevan cordones blancos, como los NS. Los que se visten de negro como los darks, los que se pintan de colores fuertes o los punk callejeros.
“Yo me pregunto –dice nuevamente Juan, el padre de la skin con voz de veterano pensativo–, ¿qué le está pasando a nuestros hijos?” Y sigue: “Porque yo vengo de una generación violenta, mi generación era violenta pero no era tan jodido, teníamos un enemigo común al menos, un proyecto político. Los pibes en cambio se están fagocitando, se están matando entre sí.”
La DAIA construyó en la última semana un mapa sobre esta polución juvenil. Mencionó un “recrudecimiento” de la violencia xenófoba entre los jóvenes, observada desde diciembre del año pasado. Según la Delegación de Asociaciones Israelitas Argentinas, esta evolución no sólo se observa en la Argentina, sino en buena parte de Latinoamérica, al proliferar una orden emanada de una suerte de célula madre localizada en Gran Bretaña con el nombre de “Acción y Honor”. Como si los jóvenes no fuesen solo adolescentes sino miembros de estas superestructuras nodrizas, los registros de la DAIA indican que las organizaciones de skins porteños se encuentran integradas por jóvenes de sectores medios y sus localizacionesmás frecuentes son San Telmo y en torno a la plaza de las calles Mendoza y Ciudad de La Paz, del barrio de Belgrano.
“El factor ideológico es objeto de puja entre ellos”, dice un integrante de la entidad. Ese factor estaría justificando “una violencia que es esencialmente discriminatoria, justifica la violencia sobre lo que es diferente en alguna de sus formas. No es una violencia porque sí, es hacia lo diferente”. Bajo la lógica de esa institución, las bandas atraviesan cierto proceso de formalización. Comienzan estructurándose con la lógica de grupos culturales, pero una parte de ellos se politiza en torno a esa cuestión fundante de la discriminación en alguno de sus variantes.
Variopinto
Tarántulo se presentó ante este diario hace unos días como un skin NS o nacionalsocialista. Es uno de los clásicos en su organización, capaz de firmar los mensajes con códigos cifrados porque se sabe perseguido. Y capaz de reclamar aún hoy la extinción de judíos, negros o “colorados”, en fin, todo lo que sea diferente. A poco de comenzar con los contactos, hizo una descripción detalladas de las bandas adscriptas a la filosofía skin que han polulado en los últimos años.
Aquí, la clasificación de los grupos según él:
- Skinhead antifasista: “Estos son pocos, o sea ya por el nombre te das cuenta que son reaccionarios, digamos que la única necesidad de existir de ellos somos nosotros (skin ns). Ellos hablan de la reivindicación del skinhead del ’69, que era apolítico, pero ellos son un movimiento surgido en los ’90”.
En sintonía con estos grupos, Tarántulo sitúa otros dos más:
- Los RASH, que son punks antifascistas, aunque ellos se definen como skinheads.
- Y los redskin, skinheads comunistas “que si uno se pone a pensar en esto es una pavada, porque decir que sos un red skin es, la verdad, como decir que uno es un judío nazi, por ejemplo. Estás mezclando dos cosas que son la contra, por eso nosotros pensamos que estos últimos no tienen personalidad”.
También están en el mapa que traza Tarántulo:
- Los skinhead apolíticos: “Estos son los que uno podría llamar los originales, no se meten en política ni se juntan con skins políticos. Acá en Argentina no hay, lo podés encontrar en Inglaterra, Alemania, EE.UU., etc, pero acá no. Arrancó en el año ’69, había negros en las bandas y esas cosas, se permitían las drogas, pero ya desde el ‘74 y ’75 había muchos problemas en los recitales ingleses por el gran número de skins nacionalistas o nazis. Por el momento, no estaban muy politizados, pero es curioso ver en los videos de la época cómo la mayoría blanca, en forma de chiste, molestaba a los negros”.
- Skinhead Straight Edge: “Estos son skins vegetarianos, acá podes encontrar de todas las influencias políticas, nazis, de izquierda, de derecha, pero no pinchan ni cortan. Son muy pocos y están muy unidos con los SHARP, Redskin y antifascistas en general, punk o lo que sea”.
Una vida normal
Antes de terminar, presenta a su comunidad. Los no integrados, los que se llaman nazis con todas las letras, los que reivindican como en un mal sueño a los derrotados de la Segunda Guerra Mundial. Los que, finalmente, deciden seguir manteniendo vivo al Führer imposible de nombrar. “Bueno, te vuelvo a repetir –dice–, los skin NS no somos hermanos de la caridad.” Pero “cuando vayas por la calle no pares a cualquier pelado que veas porque te puedo asegurar que somos más comunes de lo que imaginás, trabajamos, estudiamos, vivimos una vida normal”.
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