El triunfo del ex obispo Fernando Lugo en las elecciones de ayer pone fin a casi 61 años de predominio del Partido Colorado. La mayor parte de este período transcurrió bajo el signo de una de las más feroces y reaccionarias dictaduras de América latina, presidida por Alfredo Stroessner, quien se hizo del poder mediante un golpe de Estado en 1954 y permaneció en él hasta 1989. Luego de su derrocamiento el Partido Colorado retuvo el poder político, hasta ayer. A lo largo de esos años, Paraguay, un país que, como Bolivia, posee grandes recursos naturales y una población relativamente pequeña (no llega a los siete millones de habitantes), profundizó su atraso económico, político y cultural, condenando a la pobreza a la gran mayoría de sus hijos y reteniendo a aquellos que no emigraron bajo las tenazas de un sistema corrupto hasta la médula, en donde los más altos funcionarios del Estado eran, con muy pocas excepciones, los organizadores del saqueo practicado en contra de la nación guaraní.
Con el triunfo de Lugo cayó el último bastión de los despotismos que asolaron la región durante la segunda mitad del siglo pasado. El de Paraguay fue el más longevo; mudó de piel como una serpiente y se las ingenió para perpetuar la dictadura del mismo bloque dominante bajo un ropaje que apenas si formalmente podía parecer democrático. El transformismo del que hablaba Gramsci fue una verdadera escuela entre la clase política paraguaya y los cambios que ocurrieron luego de la partida de Stroessner sirvieron, como decía el Gatopardo, para que todo siguiera igual.
Con Lugo como presidente toda la estructura de la sociedad paraguaya se enfrentará a fuertes remezones. Por empezar, del aparato clientelístico montado desde hace seis décadas y alimentado permanentemente por la corrupción imperante. La oposición con que se enfrentará el ex obispo será inclemente e intratable: dueños absolutos de vidas y haciendas durante décadas y oportunistas e hipócritas adherentes a la norma del juego democrático no dejarán de emplear cualquier recurso para desestabilizar el proceso y provocar una situación similar a la que hoy sufre en Bolivia Evo Morales.
Por otra parte, como si la oposición interior fuera poca cosa, los ojos del imperio se clavarán de hoy en más en la hermana república paraguaya, que pasará a engrosar la lista de los gobiernos con “débiles credenciales democráticas”. La imperdonable miopía de los gobiernos de Brasil y Argentina, la misma que está empujando cada vez con más fuerza al Uruguay hacia los brazos de los Estados Unidos, hizo que Asunción terminara por conceder para uso de las fuerzas estadounidenses la base aérea de Mariscal Estigarribia. Situada en una zona prácticamente despoblada, a unos 200 kilómetros de la frontera de Argentina y unos 300 de Brasil, tiene la pista aérea más extensa del Paraguay, superior a la del aeropuerto internacional de Asunción y capacidad para albergar 20.000 tropas. Tropas que gozan de inmunidad bajo un supuesto “Acuerdo Militar de Entrenamiento” firmado entre gallos y medianoche en el 2005, mientras Itamaratí y la Cancillería argentina estaban distraídas en cuestiones menos relevantes.
Habrá que ver si ahora que Lugo es gobierno Argentina y Brasil pasan de la retórica de la solidaridad al apoyo efectivo a un gobierno que va a necesitar de mucha ayuda para poder sobrevivir a los embates ya diseñados para precipitar su fracaso y volver al Paraguay a su normalidad.
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