El capitalismo 2.0 no garantiza sino que limita la libertad de las personas. Esa es la consigna del último libro de la canadiense superventas y que sitúa como kilómetro cero de la globalización neoliberal la instauración del modelo económico bajo la bota de Pinochet en nuestro país. La próxima semana Klein estará de visita acá, donde comenzó todo.
Ana Rodríguez Silva, El Mostrador.
Ana Rodríguez Silva, El Mostrador.
La culpa de todo la tiene el “Doctor Shock”, dice Klein. Milton Friedman, un hombre carismático y ambicioso, perteneciente a la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, es posiblemente el único economista que pudo poner en práctica sus reformadores planteamientos, experimentando directamente con un país del Cono Sur.
Y ese país es Chile. Una nación que de recóndita y desconocida no tiene nada, pues ha estado bajo la mira de la potencia estadounidense desde 1965, año en que comenzó el denominado “Proyecto Chile”, un plan consistente en educar estudiantes cuidadosamente seleccionados de la Universidad Católica, en la Universidad de Chicago. Un concepto de “intercambio” mal entendido, destinado a resistir las ideas del desarrollismo latinoamericano que comenzaban a surgir en la época.
Naomi Klein sintetiza estas ideas en su libro “La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre”, diciendo: “Friedman soñaba con eliminar los patrones de las sociedades y devolverlas a un estado de capitalismo puro, purificado de toda interrupción como pudieran ser las regulaciones del gobierno, las barreras arancelarias o los intereses de ciertos grupos (…) Friedman creía que cuando la economía estaba muy distorsionada, la única manera de alcanzar el estado previo era infligir deliberadamente dolorosos shocks: sólo una ‘medicina amarga’ podía borrar todas esas distorsiones y pautas perjudiciales”.
Fue precisamente a través de un shock que se “corrigió” el modelo con que el Chile de Allende funcionaba. Un golpe eléctrico –a veces, literal- que instauró una dictadura militar, con un cabecilla que posaba para la foto de lentes oscuros, que nada sabía de economía y que escogió precisamente a los “Chicago Boys” para su asesoría en estas materias.
Cuando se examina en el aula la economía setentera chilena con microscopio y se desprecian los intentos del Estado por aliviar la pobreza, diseñar programas de nuevas estrategias económicas y trabajar en conjunto con los militares para mantener a la población aterrorizada y preparar el shock no resulta tan descabellado. El plan de Friedman iba sobre ruedas.
Al poco tiempo del Golpe, Friedman visitó Chile y fue recibido, según Klein, como un rock star. “A lo largo de toda su visita, Friedman machacó con un solo tema: la Junta había empezado bien, pero necesitaba abrazar el libre mercado sin ninguna reserva. En discursos y entrevistas utilizó un término que hasta entonces jamás se había aplicado a una crisis económica del mundo real: pidió un ‘tratamiento de choque’.
Afirmó que era ‘la única cura. Con certeza. No hay otra forma de hacerlo. No hay otra solución a largo plazo’”, cita la canadiense.
“La doctrina del shock requiere condiciones sociales en que haya un extendido temor, pánico e incertidumbre en la población. En esas condiciones es que dejan de operar las estructuras de las fuerzas sindicales, gremiales y otro tipo de asociaciones”, dice el director ejecutivo de la Asociación Chilena pro Naciones Unidas (ACHNU), Osvaldo Torres. ¿Es necesario recordar cómo se mantuvo el clima de temor?
Los resultados
“Una de las manifestaciones más puras del sistema económico imperante que indica Klein es justamente el modelo nacional, donde las variables de desarrollo solamente son medidas en función del crecimiento”, dice el académico del departamento de Sociología de la Universidad de Chile, Rodrigo Figueroa.
Para Osvaldo Torres, los argumentos de Naomi Klein van desnudando “el carácter ideológico de la ‘ciencia económica de la Escuela de Chicago’, quedando desenmascarado como un discurso que tiene tras de sí un proyecto político de carácter neoliberal, que no puso ninguna cortapisa para imponerse, aplastando las democracias formales que se daban tanto en América Latina como en otros lugares del mundo.
Desde esa perspectiva creo que ella muestra un panorama en que la globalización podría haber avanzado con otro rostro y otros caminos y no el del shock y la brutalidad”. “En Chile aún vivimos las secuelas de lo que fue esta doctrina, que lentamente se ha intentado reponer con un giro en la política económica, que no ha sido un giro muy radical, y con una lentísima recuperación del protagonismo de las instituciones y la participación democrática”, asegura Torres.
Según Figueroa, la nuestra es una sociedad en la que el modelo de desarrollo se aplica “a rajatabla en función de tener algunos parámetros que va a exigir el mercado como mecanismo de regulación social en distintas materias”. Esto es salud, educación, fondos de pensiones, acceso a protección social.
Para el académico de la Universidad de Chile, en el país ha predominado una visión fundamentalmente pensada en el mercado, en que el Estado asume un rol corporativista, en el sentido de cautelar el correcto desarrollo del modelo.
“No me cabe la menor duda de que el Estado y la forma en que se ha ejercido la voluntad general a partir de él supone una protección de la propiedad privada, y por lo tanto de las dimensiones sociales o de la sociedad civil son entendidas como situaciones que deben ser controladas, que es lo que hace el Estado en los últimos quince años en Chile”.
Además, y al igual que en muchos otros aspectos, el modelo neoliberal ha construido un sistema de relaciones laborales “donde se tiende a la individualización y a desvalorizar los elementos colectivos del mundo del trabajo. Esto significa reducir el trabajo a una pura y simple mercancía, sustentando relaciones laborales individualizadas como si se estuviera concurriendo a un mercado de bienes cualquiera.
Por eso nuestra legislación le da escaso valor a la negociación colectiva, tal como estamos viendo ahora con trabajadores que no pueden negociar colectivamente ni tampoco organizarse, como los subcontratados”, dice Figueroa.
Y ese país es Chile. Una nación que de recóndita y desconocida no tiene nada, pues ha estado bajo la mira de la potencia estadounidense desde 1965, año en que comenzó el denominado “Proyecto Chile”, un plan consistente en educar estudiantes cuidadosamente seleccionados de la Universidad Católica, en la Universidad de Chicago. Un concepto de “intercambio” mal entendido, destinado a resistir las ideas del desarrollismo latinoamericano que comenzaban a surgir en la época.
Naomi Klein sintetiza estas ideas en su libro “La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre”, diciendo: “Friedman soñaba con eliminar los patrones de las sociedades y devolverlas a un estado de capitalismo puro, purificado de toda interrupción como pudieran ser las regulaciones del gobierno, las barreras arancelarias o los intereses de ciertos grupos (…) Friedman creía que cuando la economía estaba muy distorsionada, la única manera de alcanzar el estado previo era infligir deliberadamente dolorosos shocks: sólo una ‘medicina amarga’ podía borrar todas esas distorsiones y pautas perjudiciales”.
Fue precisamente a través de un shock que se “corrigió” el modelo con que el Chile de Allende funcionaba. Un golpe eléctrico –a veces, literal- que instauró una dictadura militar, con un cabecilla que posaba para la foto de lentes oscuros, que nada sabía de economía y que escogió precisamente a los “Chicago Boys” para su asesoría en estas materias.
Cuando se examina en el aula la economía setentera chilena con microscopio y se desprecian los intentos del Estado por aliviar la pobreza, diseñar programas de nuevas estrategias económicas y trabajar en conjunto con los militares para mantener a la población aterrorizada y preparar el shock no resulta tan descabellado. El plan de Friedman iba sobre ruedas.
Al poco tiempo del Golpe, Friedman visitó Chile y fue recibido, según Klein, como un rock star. “A lo largo de toda su visita, Friedman machacó con un solo tema: la Junta había empezado bien, pero necesitaba abrazar el libre mercado sin ninguna reserva. En discursos y entrevistas utilizó un término que hasta entonces jamás se había aplicado a una crisis económica del mundo real: pidió un ‘tratamiento de choque’.
Afirmó que era ‘la única cura. Con certeza. No hay otra forma de hacerlo. No hay otra solución a largo plazo’”, cita la canadiense.
“La doctrina del shock requiere condiciones sociales en que haya un extendido temor, pánico e incertidumbre en la población. En esas condiciones es que dejan de operar las estructuras de las fuerzas sindicales, gremiales y otro tipo de asociaciones”, dice el director ejecutivo de la Asociación Chilena pro Naciones Unidas (ACHNU), Osvaldo Torres. ¿Es necesario recordar cómo se mantuvo el clima de temor?
Los resultados
“Una de las manifestaciones más puras del sistema económico imperante que indica Klein es justamente el modelo nacional, donde las variables de desarrollo solamente son medidas en función del crecimiento”, dice el académico del departamento de Sociología de la Universidad de Chile, Rodrigo Figueroa.
Para Osvaldo Torres, los argumentos de Naomi Klein van desnudando “el carácter ideológico de la ‘ciencia económica de la Escuela de Chicago’, quedando desenmascarado como un discurso que tiene tras de sí un proyecto político de carácter neoliberal, que no puso ninguna cortapisa para imponerse, aplastando las democracias formales que se daban tanto en América Latina como en otros lugares del mundo.
Desde esa perspectiva creo que ella muestra un panorama en que la globalización podría haber avanzado con otro rostro y otros caminos y no el del shock y la brutalidad”. “En Chile aún vivimos las secuelas de lo que fue esta doctrina, que lentamente se ha intentado reponer con un giro en la política económica, que no ha sido un giro muy radical, y con una lentísima recuperación del protagonismo de las instituciones y la participación democrática”, asegura Torres.
Según Figueroa, la nuestra es una sociedad en la que el modelo de desarrollo se aplica “a rajatabla en función de tener algunos parámetros que va a exigir el mercado como mecanismo de regulación social en distintas materias”. Esto es salud, educación, fondos de pensiones, acceso a protección social.
Para el académico de la Universidad de Chile, en el país ha predominado una visión fundamentalmente pensada en el mercado, en que el Estado asume un rol corporativista, en el sentido de cautelar el correcto desarrollo del modelo.
“No me cabe la menor duda de que el Estado y la forma en que se ha ejercido la voluntad general a partir de él supone una protección de la propiedad privada, y por lo tanto de las dimensiones sociales o de la sociedad civil son entendidas como situaciones que deben ser controladas, que es lo que hace el Estado en los últimos quince años en Chile”.
Además, y al igual que en muchos otros aspectos, el modelo neoliberal ha construido un sistema de relaciones laborales “donde se tiende a la individualización y a desvalorizar los elementos colectivos del mundo del trabajo. Esto significa reducir el trabajo a una pura y simple mercancía, sustentando relaciones laborales individualizadas como si se estuviera concurriendo a un mercado de bienes cualquiera.
Por eso nuestra legislación le da escaso valor a la negociación colectiva, tal como estamos viendo ahora con trabajadores que no pueden negociar colectivamente ni tampoco organizarse, como los subcontratados”, dice Figueroa.
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