6 de abril de 2008

¿Cambiará un demócrata la política de EE.UU.?, N. Chomsky

Invitamos a leer este artículo de N. Chomsky, que sin duda ayuda a desmistificar roles eventuales de los candidatos demócratas en la carrera presidencial norteamericana, y a adoptar expectativas más realistas al respecto, especialmente en lo referente a la política de EEUU hacia el Medio Oriente. En esta misma línea publicamos hace unas semanas en este Blog un breve comentario sobre el tema, que alude también la posición de los candidatos demócratas hacia América Latina. E.A.


Por Noam Chomsky*, La Nación.cl

Hillary Clinton y Barack Obama han realizado una campaña en base a plataformas de “esperanza” y “cambio”, pero esa retórica no parece apuntar a un cambio de importancia en la política exterior de Washington. Este artículo, adaptado de un diálogo entre el autor y Gilbert Achcar, entrega algunas claves de ello.

Hace poco, cuando el vicepresidente Dick Cheney fue consultado por la corresponsal de ABC News Martha Raddatz acerca de encuestas que demostraban que una abrumadora mayoría de los ciudadanos de Estados Unidos se oponían a la guerra en Irak, éste respondió: "¿Y qué?".

Raddatz insistió: "¿No le preocupa lo que piensa el pueblo de Estados Unidos?".

"No", respondió Cheney. "No puede cambiarse el curso de una política debido a las fluctuaciones en las encuestas de opinión pública", explicó.

Después, la vocera de la Casa Blanca Dana Perino recordó que el pueblo de Estados Unidos decide el curso de su política "cada cuatro años. Y esa es la manera en que se ha establecido en nuestro sistema".

Eso es correcto. Cada cuatro años, Estados Unidos puede elegir entre candidatos cuyos puntos de vista rechaza, y luego debe callarse la boca. Pero como el pueblo no entiende bien esa teoría de la democracia, suele expresar su desacuerdo con vigor.

"Un 81% de los entrevistados dicen que cuando adopta una ‘decisión importante’, los líderes deben prestar atención a las encuestas de opinión pública", señala el Programa de Actitudes Políticas Internacionales (PIPA, por sus siglas en inglés), con sede en Washington.

Y cuando se les preguntó "si creen que ‘las elecciones son el único momento en que los puntos de vista del pueblo deben tener algún tipo de influencia’, un extraordinario 94% dijo que los líderes del Gobierno deben prestar atención a los puntos de vista del pueblo entre una y otra elección".

La misma encuesta reveló que el público tiene escasas ilusiones acerca de cuánto valen sus deseos. Un 80% dijo que "este país está controlado por escasos intereses de gran magnitud que sólo se preocupan por sí mismos", y no "por el bienestar del pueblo".

Con su desprecio sin límites por la opinión pública, el Gobierno de George W. Bush ha estado en el extremo aventurero y radical nacionalista del espectro político. Es posible que un candidato demócrata vire más hacia el centro. Sin embargo, el espectro es angosto.

Las declaraciones y registros de Hillary Clinton y Barack Obama hacen difícil esperar cambios significativos en la política hacia el Medio Oriente.

¿RETIRADA? NI HABLAR

Ninguno de los candidatos demócratas ha expresado una objeción de principio a la invasión de Irak, como ocurrió cuando los rusos invadieron Afganistán, o cuando Saddam Husein invadió Kuwait. Una condena en el sentido de que la agresión es un crimen, "el crimen supremo a nivel internacional", como lo determinó el Tribunal de Nuremberg.

A lo más criticaron "un error garrafal a nivel estratégico" (Obama), o la participación en "otra guerra civil, una guerra que no se puede ganar" (Clinton).

Se critica la guerra en Irak en base al costo y al fracaso, una posición considerada pragmática, sobria, moderada. Lo que se dice habitualmente cuando se trata de crímenes cometidos por Occidente.

Las intenciones del Gobierno de Bush y posiblemente del senador John McCain fueron subrayadas en una declaración de principios divulgada por la Casa Blanca en noviembre de 2007.

Se trata de un acuerdo entre Bush y el Primer Ministro iraquí, Nuri Al Maliki, que permite a las fuerzas de EEUU continuar allí de manera indefinida "para frenar la agresión extranjera" y por razones de seguridad interna. Aunque no sea, por cierto, la seguridad interna de un Gobierno que rechace la dominación de Estados Unidos.

La declaración también exige a Irak facilitar y alentar "el flujo de inversiones extranjeras, especialmente norteamericanas". Una expresión inusitadamente descarada de voluntad imperial.

En resumidas cuentas, Irak continuará siendo un Estado cliente, aceptará instalaciones militares permanentes de EEUU y asegurará a los inversionistas acceso a sus grandes recursos petroleros. Una declaración razonablemente clara de los objetivos de la invasión, que eran evidentes para todos aquellos no cegados por la doctrina oficial.

¿Cuáles son las alternativas? Fueron expuestas en marzo de 2007, cuando la Cámara de Representantes y el Senado aprobaron propuestas de los demócratas estableciendo fechas de retirada. El general retirado Kevin Ryan, profesor de Asuntos Internacionales de la Universidad de Harvard, analizó las propuestas en el diario "The Boston Globe".

Éstas permiten al Presidente anular las restricciones en nombre de la "seguridad nacional", lo que, según Ryan, deja la puerta muy abierta, pues se permite a los soldados quedarse en Irak "en tanto y en cuanto realicen tres misiones específicas: proteger las instalaciones de Estados Unidos, sus ciudadanos o fuerzas; combatir terroristas de Al Qaeda o internacionales, y adiestrar a fuerzas de seguridad iraquíes".

Entre dichas instalaciones figuran las grandes bases militares norteamericanas y la Embajada de Estados Unidos, una ciudad dentro de una ciudad, que no se parece a ninguna otra sede diplomática en el mundo.

"Las propuestas consisten en dar una nueva misión a nuestras tropas. Tal vez se trate de una buena estrategia, pero esto no es una retirada", dice Ryan. Y es difícil ver mucha diferencia entre las propuestas hechas por los demócratas aquel 7 de marzo y las ideas de Obama o de Clinton.

OBJETIVO IRÁN

En relación a Irán, Obama es considerado más moderado que Clinton, y su lema principal es "cambio". Por lo tanto, nos concentraremos en sus planes. El senador pide una mayor disposición a negociar con Irán, pero dentro de las restricciones habituales.

Dice que podrían "ofrecerse incentivos económicos y una posible promesa de no buscar ‘cambio de régimen’ si Irán cesa de entrometerse en Irak y coopera en tópicos de terrorismo y en asuntos nucleares", y si cesa de "actuar de manera irresponsable" al respaldar a grupos militantes chiitas en Irak.

Algunas obvias cuestiones vienen a la mente. ¿Cómo reaccionaríamos nosotros si el Presidente de Irán, Mahmud Ahmadinejad, prometiera "no buscar cambio de régimen" en Israel a cambio de que ese Estado cesara sus actividades ilegales en los territorios ocupados a los palestinos?

El enfoque moderado de Obama se acomoda a la opinión pública. Como los otros candidatos viables, Obama ha insistido que EEUU debe amenazar con atacar a Irán. La frase estándar es "debemos mantener todas las opciones abiertas". Eso, por cierto, es una violación de la carta de las Naciones Unidas, por si a alguien le preocupa saberlo. Pero una gran mayoría de estadounidenses ha expresado su desacuerdo.

Un 75% está en favor de mejores relaciones con Irán, y apenas un 22% propicia "amenazas implícitas", de acuerdo al PIPA. Por lo tanto, todos los precandidatos presidenciales se oponen a unas tres cuartas partes de la opinión pública en este asunto.

La opinión de norteamericanos e iraníes sobre la política nuclear ha sido estudiada con cuidado. En ambos países, una gran mayoría señala que Irán tiene el mismo derecho de cualquier otro firmante del Tratado de No Proliferación: desarrollar energía atómica, pero no armas nucleares.

Una mayoría similar está a favor de establecer una "zona libre de armas nucleares en el Medio Oriente que incluiría a los países islámicos e Israel". Y más de un 80% de los norteamericanos entrevistados respaldan la eliminación total de las armas atómicas, algo que rechaza el Gobierno de Bush.

Seguramente los iraníes están de acuerdo con los norteamericanos que Washington debe poner fin a sus amenazas militares e iniciar relaciones diplomáticas normales.

En un foro en Washington, luego que fueron divulgadas las encuestas del PIPA, Joseph Cirincione, vicepresidente para Seguridad Nacional y Política Internacional del Centro por el Progreso de Estados Unidos (y asesor de Obama), dijo que las encuestas demostraban "el sentido común de los pueblos de Estados Unidos y de Irán, que es capaz de situarse por encima de la retórica de sus líderes y encontrar soluciones de sentido común para algunas de las cuestiones más cruciales" para ambas naciones.

Aunque carecemos de registros internos, existen razones para suponer que el Pentágono se opone a un ataque contra Irán. La reciente renuncia del almirante William Fallon como jefe del Comando Central responsable de las tropas en el Medio Oriente , fue interpretada como señal de su oposición a un ataque, y es posible que ello sea compartido por el comando militar en su conjunto. Y la Estimación de Inteligencia Nacional de diciembre de 2007, informando que Irán frenó su programa de armas nucleares en 2003, tal vez refleje la oposición de la comunidad de inteligencia a la acción militar.

Hay muchas incertidumbres. Pero es difícil ver señales concretas de que un Presidente demócrata pueda mejorar la situación, o que su política refleje la opinión pública de los estadounidenses o del resto del mundo.

ISRAEL-PALESTINA

Tampoco en la cuestión entre Israel y Palestina los candidatos han ofrecido esperanzas de algún cambio constructivo.

En su portal en internet, Obama señala que "respalda con vigor la relación de Estados Unidos con Israel" y cree que "nuestro primer e innegable compromiso debe ser con la seguridad de Israel, el aliado más vigoroso de Estados Unidos en Medio Oriente".

Resulta claro que son los palestinos quienes enfrentan el problema de seguridad más grave. De hecho, un problema de supervivencia. Pero los palestinos no son un "vigoroso aliado" de EEUU.

Y, en la mejor de las circunstancias, serían un aliado muy débil, por lo que sus aflicciones merecen escasa preocupación, según el principio operativo de que los derechos humanos son en buena parte decididos por contribuciones al poder, a las ganancias y a las necesidades ideológicas.

Obama se presenta como un súper halcón con respecto a Israel. "Él cree que el derecho de Israel a existir como un Estado judío jamás debe ser puesto en entredicho", dice su programa. Pero en ningún momento ha dicho que el derecho de los países a existir como Estados musulmanes (o cristianos, o blancos) "jamás debe ser puesto en entredicho".

Obama pide un aumento de la ayuda exterior "para asegurar que se satisfagan las prioridades de financiamiento" a Israel. E insiste en que Estados Unidos no debe "reconocer a Hamas a menos que renuncie a su misión fundamental de eliminar a Israel".

Ningún Estado puede reconocer a Hamas, que es un partido político. Tal vez se refiera al Gobierno que formó Hamas luego de elecciones libres, cuyos resultados no fueron los esperados, y por lo tanto resultan ilegítimos, siguiendo el criterio de "democracia" que prevalece en la elite.

También se considera irrelevante que Hamas haya pedido en numerosas ocasiones un acuerdo de dos Estados, acatando el consenso internacional, algo rechazado por Estados Unidos e Israel.

El candidato tampoco ignora a los palestinos. "Obama cree que una mejor vida para las familias palestinas es buena tanto para los israelíes como para los palestinos". Y añade una alusión a dos Estados viviendo lado a lado de manera pacífica; una alusión lo bastante vaga para que los halcones de Estados Unidos e Israel la acepten sin problemas.

En cuanto a los palestinos, tienen ahora dos opciones. Una es que Estados Unidos e Israel acepten el consenso internacional de dos Estados, de acuerdo a la ley internacional.

Una segunda posibilidad es una que ya están implementando: consignar a los palestinos a su prisión en Gaza y a sus cantones en la Cisjordania, separados por asentamientos judíos y grandes proyectos de infraestructura, mientras Israel se apodera del valle del río Jordán.

Pero las circunstancias podrían cambiar, y quizá los candidatos junto con ellas, para beneficio de Estados Unidos y de la región. La opinión pública no puede quedar para siempre marginada e ignorada.

Tal vez el poder económico interno que en buena parte modela la política reconozca que sus intereses son mejor servidos si se acata la opinión del público, y del resto del mundo, en lugar de seguir aceptando la línea dura de Washington.

*The New York Times Syndicate

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