(Otro texto para un debate sobre las Tribus Urbanas)
Rodrigo Larraín, Universidad Central
El fenómeno de las “tribus urbanas” pertenece al ámbito de la Sociología de la Cultura y hace referencia a temas de sentido e identidad de algún grupo o micro grupo, habitualmente juvenil. Una manera sencilla es entenderlo como un conglomerado que tiene un estilo de vida urbano diferente a lo habitual. El culpable de haber inventado el concepto es un sociólogo francés, Michel Mafessoli, cuando escribió “El Tiempo de las Tribus: El Declinamiento del Individualismo en las Sociedades de Masas”, todo un título optimista. Para él, las tribus son grupos basados en emociones compartidas opuestos a la pasividad de los sujetos, es decir, desarrollan una cuota de rebeldía anti-sistema, por lo que no ven televisión ni siguen la farándula. Lo que comparten los integrantes de las tribus son códigos, especialmente códigos estéticos, musicales y de apariencia –ropas y accesorios. Ello es lo que los hace diferentes al resto de la sociedad.
Pero, ¿son las así llamadas tribus urbanas chilenas, propiamente tribus? No parecen nuestros pokemones y pelolais resultado de alguna clase de adaptación social, económica o cultural; al contrario, no parecen jóvenes o niños que estén en algún proceso de reacción a nuestra modernidad “jurel tipo salmón”, modernidad periférica que se llama. No hay aquí una alternativa a la comunicación hegemónica ni un modo diferente de establecer relaciones económicas, menos una cultura. No dudo que algunos colegas encontrarán en estos chiquillos toda una nueva cultura, quizás si una fuerza transformadora de la sociedad, el resultado de la industria cultural o, al menos, la aparición de nuevos códigos de consumo. Hay bastante material para elaborar alguna disparatada tesis posmoderna haciendo referencia a Foucault, Derrida u otro semejante. Lo que está claro es que hallarán una “nueva juventud” con una nueva resignificación y una nueva sensibilidad. Quizás una reminiscencia a Heidegger podría hacerse: los jóvenes “andan”, es decir, devienen, pues no hay utopías ni fines, todo es vagabundear en un mudo desencantado.
Las tribus son búsquedas de identidad, por lo que los jóvenes tribeños tienen que tener alguna clase de ideología, un aquí estamos y un allá queremos ir. Y son asociaciones que están basadas en un mismo estilo de vida o actividades. Entonces, ¿puede espontáneamente crecer una ideología asociada al tipo de cabello? porque eso es lo que se sostiene, que una niña rubia, castaña clara, delgada y algo cool, es una pelolais, pertenece a la tribu pelolais. En rigor, lo más probable es que pertenezca al sector socioeconómico más alto y más que tribu lo que hay es una clase, incluso una moda impuesta por una clase. El “caso pokemón” es más patético.
Los pokemones son adolescentes jóvenes –de 13 a 18 y quizás más años– que van a las discos por la tarde; han denominado al tradicional “atraque” “ponceo”, con lo cual han contribuido al lenguaje nacional. Lo más distintivo en ellos es su presentación personal, piercings, colores incombinables –rosado, verde, naranjo, lila, azul– y a la mayoría le gusta el reggaetón, son generalmente pacíficos. Pokemón es un apodo de origen japonés debido a sus des-peinados.
Pero lo cierto es que los pokemones son un nombre genérico pues corresponde a los adolescentes de una clase social media baja, con cabello negro e hirsuto, con chiquillas poco longilíneas y algo inmaduras y, en general, se trata de un grupo poco moderno. Se trata de chiquillos avalados por sus padres, cuyas madres les ayudan a preparar el ropaje –como declaran en la TV– lo que muestra una “rebeldía funcional” a los medios y a la sociedad de consumo y sus modas. En ese sentido no son modernos pues su interés no es la emancipación personal ni social. Más aún, la misma condición de “poseur”, posero que imita a los integrantes de una tribu y se hace pasar por uno de ellos (o sea, en chileno es el siútico, el arribista), no significa que se incorporó a la tribu de marras. Así las cosas, los pokemones serían una tribu compuesta de “poseurs”, una contradicción, un verdadero círculo cuadrado,… una no-tribu.
Las tribus urbanas no solamente tienen una estética propia, también tienen convicciones cuasi religiosas o místicas, semipolíticas y viven un estilo de vida fuera de los cánones de sus sociedades; no es ese el caso de pokemones que son conducidos a los sets de televisión por sus madres y padres aspiracionales que, como no han vivido las condiciones de rebeldía propias de las generaciones anteriores (debido a la dictadura, recesiones y otros) y al provenir de estratos bajos o de zonas rurales, proyectan en sus hijos lo que consideran es una manera glamorosa de ser jóvenes. Algunos grupos derivados o en la periferia de los pokemones son absolutamente poseurs: emos, góticos, otakus, harcoritos, etcétera; pero los une el ser una moda, una absorción de lo ajeno. Y con permiso, pues se portan bien, beben bebidas a media tarde, usan el fotolog y poncean.
En suma, entre pokemones, pelolais, hippies, thrashers, punkies, tecnos, skinheads, unders, artesas y otros, está la vieja distinción de clases cuico/flaite. Las barras bravas, ciertos skins fascistas, los pokeflaites corresponden a una clase especial de subculturas semidelictuales, es el pandillerismo clásico y no el tribalismo urbano, aunque ocupen nombres de tribus skins: los “Peñi” para vincularse a lo mapuche o los PinReb (Pintana Rebelde), pero no son propiamente tribus, tienen aspecto de grupo, mas no así un traje propiamente (aunque ciertos hip-hoperos parecen uniformados).
El pandillerismo corresponde a una protesta contra la hegemonía cultural de la clase dominante con rasgos que cruzan la envidia, el resentimiento y la distinción. El abuso, las raterías se justifican como actos de envidia y delitos más grandes como una especie de “robinhoodismo” restitutivo desde los ricos a los pobres; pero, también hay una distinción que permite mantener la identidad, vestirse, hablar y moverse como “pato malo”. Esto es lo más llamativo de las tribus y bandas, el cultivo del feísmo, el gesto como orgulloso de ser discriminado, una ostentación de algo de tontería e inmadurez como si fuera una opción, sumada a la falta de respeto, desprecio de los modales y algo de “frescura de nalgas” o desfachatez.
Pero hay en Chile algunos grupos con características de tribus urbanas. Los “artesas”, que son no tan jóvenes todos, alternativos a la sociedad, que viven de artesanías y otros trabajos informales, sin duda con una estética diferente y un modo de vivir alternativo, su bandera, claramente, tiene un elemento de libertad; los “rastas”, que son un proyecto socioreligiosos y viven comunitariamente; la versión criolla que mezcla skins con punk y que produce neonazis u okupas. Quizás ciertas bandas metaleras y su área de influencia como son circuitos de festivales, viajes, tocatas varias, puedan ser consideradas tribus, siempre y siempre que no estén incorporados a la sociedad.
El resto de las así llamadas tribus urbanas, por lo menos en Chile, no lo son. ¿Cómo hacer un grupo a partir del gusto por Kudai, Daddy Yankee o Bauhaus? si así fuera hubiera habido tribus urbanas a partir de Axé Bahía, Chayanne o Luis Miguel, y no pasó. En verdad algunas tribus son un fan club de niños que alargan la etapa intermedia entre niñez y adolescencia, y como las hormonas ya están activas poncean. En todo caso, es difícil que se pueda construir una ideología a partir de Picachú y menos un modo de vida. Si un joven se creyera Batman o Pedro Picapiedra a los 18 años lo llevaríamos al psicólogo rápidamente.
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