En la década del noventa se agudizó el proceso de extranjerización, que continuó en los últimos años, con la particularidad de que firmas brasileñas y mexicanas asumieron una actuación destacada en la compra de empresas argentinas.
Por Gustavo Burachik *
Suele decirse que las empresas transnacionales (ET) constituyen la columna vertebral de los flujos mundiales de comercio e inversión. Sería muy extraño que no ocuparan también un papel central en el interior de los sistemas económicos nacionales. El llamado “capital nacional” de los países de industrialización tardía mantiene con las ET de las naciones líderes una relación contradictoria. Depende de la tecnología y las marcas generadas por las ET y del financiamiento al que éstas tienen un acceso privilegiado. A la vez que compite con ellas, desde esta posición de dependencia e inferioridad, por la apropiación de los frutos del trabajo nacional.
La inversión directa en el exterior (adquisición de firmas locales existentes, construcción de nuevas empresas) constituye uno de los canales de expansión de las ET. El término extranjerización suele aludir al aumento del peso de las ET en la facturación y activos del conjunto de las grandes empresas del país. Como estas corrientes de inversión fluctúan en el tiempo, lo mismo ocurre con la intensidad de la extranjerización. Con todo, hay que distinguir lo cuantitativo de lo cualitativo; cambios en el grado de control extranjero sobre los activos nacionales no alteran la esencia del vínculo entre capital nacional y extranjero.
En los ’90 y hasta 2002 se observó un avance de la extranjerización entre las grandes empresas de nuestro país. Uno de sus principales impulsos fue el elevado endeudamiento externo de las firmas nacionales, cuya refinanciación se volvió cada vez más difícil a partir de 1997. El resultado fue la suspensión de inversiones, disminución de la producción, cesación de pagos, cesión de partes del capital a acreedores o a “socios estratégicos” (que muchas veces terminaron adquiriendo la totalidad de la empresa en dificultades), venta parcial o total de activos fijos, etc.
Respecto de la extranjerización desde la devaluación hay tres aspectos de interés:
1. Las nuevas inversiones de las ET se detuvieron y con ello la extranjerización de la propiedad tendió a estabilizarse. Más aún, las filiales ya instaladas tienden a girar al exterior la mayor parte de sus utilidades. Hubo, incluso, algunos casos de desinversión en sectores muy afectados por la crisis y la pesificación como el financiero y el de servicios privatizados. Sin embargo, también puede decirse que la extranjerización siguió en aumento ya que, tras la devaluación, se incrementó el peso del capital extranjero en la captación de los beneficios apropiados por el conjunto de las grandes empresas.
2. Como consecuencia, se verificó una cierta “renacionalización” de la propiedad, de modestas dimensiones, en algunos de los negocios que las ET decidieron abandonar. La esencia de estas experiencias reside en la desvalorización de los activos por la crisis y el elevado endeudamiento de las compañías transferidas. Los “inversores” locales ingresan aportando montos reducidos de capital fresco y con la mira puesta en una futura reventa. Aunque ningún empresario lo admitirá públicamente, es una apuesta a la revalorización de los activos adquiridos, resultante del propio rebote y posterior recomposición de la situación económica general y, en el caso de las empresas privatizadas, de la recuperación del valor real de las tarifas.
3. Varias empresas grandes se vendieron a capitalistas de otros países de América latina. Este fenómeno es conceptualmente distinto de la “extranjerización” liderada por las ET de los países desarrollados. Los inversores latinoamericanos tienen apenas y en el mejor de los casos una proyección regional y compiten con las ET también desde una posición de inferioridad. Resulta apresurado interpretar estas inversiones como expresión de pujanza competitiva; al menos una parte corresponde a un mero arbitraje inducido por el desfase financiero (boom de crédito externo en México y Brasil y sequedad en Argentina) y cambiario (las firmas locales están baratas en dólares y las mexicanas y brasileñas están caras) que existe actualmente entre Argentina y el resto de la región. Habrá que ver cuántas de estas decisiones sobreviven a un eventual agravamiento de la crisis internacional y cuántas se revierten, tal como ocurrió con varias inversiones directas argentinas en Brasil a fines de los ’90.
* Departamento de Economía, Universidad Nacional del Sur.
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