13 de julio de 2008

EL TREN DESCONTROLADO DEL MUNDO, por Kenneth Rogoff


La economía mundial es un tren descontrolado que empieza a frenar, pero no con suficiente rapidez. Eso es lo que nos grita el extraordinario aumento de precios del petróleo, los metales y los alimentos al que estamos asistiendo. La espectacular e histórica prosperidad económica mundial de los últimos seis años está a punto de estrellarse contra una pared. Por desgracia, nadie, desde luego no en Asia o en Estados Unidos, parece estar por la labor de hacer de tripas corazón y ayudar a idear el necesario repliegue coordinado hacia un crecimiento sostenido por debajo de la tendencia, lo cual es necesario para que nuevos suministros y alternativas de materias primas puedan ponerse a la altura de la demanda.

Sin embargo, los gobiernos se empeñan en estirar unos auges insostenibles, impulsando aún más los precios de las materias primas y aumentando el riesgo de que se produzca uno de esos caos financieros y económicos que sólo se viven una vez. Todo esto no tiene por qué acabar de manera horrible, pero los políticos de la mayoría de las regiones del mundo tienen que empezar a pisar con fuerza los frenos, no el acelerador.

No miren hacia Estados Unidos en busca de liderazgo en un año de elecciones presidenciales. Por el contrario, el Gobierno estadounidense ha estado entregando cheques de devoluciones fiscales para que los estadounidenses compren hasta la extenuación, y ahora el Congreso habla de seguir.

No miren tampoco hacia los nuevos mercados. Desesperados por mantener el tirón político y económico, casi todos han tomado una serie de medidas para evitar que sus economías sufran de lleno el golpe de las fuertes subidas de precio de los productos básicos. A consecuencia de ello, estos precios están consumiendo los colchones fiscales en lugar de reducir la demanda.

Me desconcierta que tantos expertos económicos parezcan pensar que la solución es que todos los gobiernos, ricos y pobres, repartan más cheques y subvenciones para que siga la expansión económica. La política keynesiana de estímulos podría contribuir a aliviar un poco a algún país que actúe por su cuenta. Pero si todos los países intentan estimular el consumo al mismo tiempo, no funcionará.

Un aumento general de la demanda mundial se traducirá sencillamente en una subida de precios de las materias primas, y tendrá poco efecto útil para el consumo. ¿No es esto evidente? Sí, sigue habiendo crisis financiera en Estados Unidos, pero cebar la inflación es un modo increíblemente injusto e ineficaz de enfrentarse a ella.

Algunos gobernadores de bancos centrales nos dicen que no nos preocupemos, porque serán mucho más disciplinados que los bancos centrales de la década de 1970, cuando el mundo afrontó una subida de precios similar de los productos básicos. Pero esta vez es distinto. El problema de las materias primas nos ha pillado por sorpresa, a pesar de las notables reformas institucionales de la política macroeconómica en todo el mundo.

La afluencia histórica de nuevos participantes en la población activa mundial, todos los cuales aspiran a los niveles de consumo occidentales, está llevando el crecimiento mundial más allá del marcador de seguridad del velocímetro. En consecuencia, la limitación de los recursos naturales que antes esperábamos que terminara hacia mediados del actual siglo XXI nos está golpeando ahora.

Espere un segundo, dirán ustedes. ¿Por qué no pueden nuestras economías de mercado tan maravillosamente flexibles capear el temporal? ¿No harán los precios elevados que las personas limiten el consumo y busquen nuevas fuentes de suministro?

Sí, y eso es lo que acabó ocurriendo con los suministros de energía en la década de los años ochenta del pasado siglo. Pero el proceso lleva tiempo, y, debido al peso creciente en el consumo mundial de unas economías de mercado emergentes relativamente inflexibles, el ajuste probablemente llevará más tiempo que hace unas décadas.

Por diversas razones, la mayoría relacionadas con la intervención estatal, no se puede decir que muchas economías de mercado emergentes tengan una demanda de recursos flexible, de modo que los picos de los precios no están teniendo consecuencias especialmente apreciables sobre la demanda.

Los gobernadores de bancos centrales que nos dicen que no nos preocupemos por la inflación señalan la relativa estabilidad de los salarios. Por lo general las expansiones empiezan a paralizarse cuando la mano de obra se vuelve demasiado escasa y demasiado cara. Pero la actual expansión se sale de lo normal porque, debido a circunstancias únicas (en la época moderna), las restricciones del trabajo no son el problema. Por el contrario, la población activa real del planeta sigue aumentando.

No, esta vez, los recursos de materias primas son la principal restricción, y no un problema secundario, como en el pasado. Por eso los precios de estas mercancías seguirán subiendo hasta que el crecimiento mundial se ralentice durante el tiempo suficiente como para que nuevas ofertas y nuevas opciones de ahorro se pongan a la altura de la demanda.

Esta economía mundial convertida en tren descontrolado tiene todos los visos de una gigantesca crisis -financiera, política y económica- en ciernes. ¿Encontrarán los políticos un modo de alcanzar la coordinación internacional necesaria? Hay que empezar por hacer un diagnóstico correcto. El mundo en su totalidad debe endurecer su política monetaria y fiscal. Es hora de pisar el freno de este tren descontrolado, antes de que sea demasiado tarde.

Kenneth Rogoff es catedrático de Economía y Política Pública de la Universidad de Harvard y ex jefe de economistas del Fondo Monetario Internacional. © Project Syndicate, 2008.

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