Entrevista a TONI NEGRI, por Mariana Canavese y Bruno Fornillo
publicado en Clarín, diciembre 2007
Suele decirse que la Italia de fines de los años 60 y gran parte de los 70 estuvo inmersa en un grado de movilización colectiva que operó como una suerte de laboratorio de las políticas de emancipación. En Argentina, tras visitar Bolivia y Venezuela, el filósofo Antonio Negri -uno de los animadores de aquel ciclo y de la renovación de ese discurso-, enuncia el tiempo de una nueva narración de las prácticas políticas. Sujeto a múltiples lecturas, interpreta que la recepción local de su obra ha sido "negativa y limitada" respecto de las discusiones que detonó en otras regiones del continente.
-Hay un grado de vitalismo que usted expresa fuertemente y que contrasta con quienes subrayan la discontinuidad de la política. ¿En qué se funda ese optimismo?
-No tengo optimismo como tampoco vitalismo. Si usted dice que en la filosofía contemporánea hay posiciones mortuorias en vez de vitalistas, diría que son las fundamentales. Basta pensar en Heidegger, que es la filosofía de la muerte. La actitud represiva sólo puede organizarse sobre la muerte y el miedo. Por otra parte, es lo que siempre han enseñado los curas: la muerte como fin de la vida y el pecado como organización de la vida. Veamos, en cambio, cuál es la pasión fundamental que está en la base... Yo considero que el ser, esta cuestión de la que tanto la filosofía como la política deben ocuparse, es un ser productivo. Es una posición que tiene una historicidad, de Maquiavelo, a Spinoza, Marx y el posestructuralismo. Es una línea respecto de la cual apostamos como apostamos siempre en la vida. Pienso que la vida es una cosa malditamente pesada, dura, pero que es construida. Pensemos en un bebé que nace, si no fuéramos un poco optimistas y no lo amáramos, moriría de inmediato, y, en general, debemos tomar ese ejemplo para todo lo que sucede en la vida. Es sólo el amor, la solidaridad, la reciprocidad, lo que permite que la vida se reproduzca y pasar de las fases más elementales -la asistencia a un bebé- a lo que está hecho de ayudarse, de enseñarse el lenguaje, de trabajar -cosa que nunca hacemos solos-, y así sucesivamente. Es este amor, en sentido ontológico -no tiene nada que ver con Freud ni con la pornografía-, amor verdadero, sólido, el que construye la vida. ¿A eso lo quiere llamar optimismo? Llámelo optimismo. Ciertamente, si no existiera este optimismo -que no es optimismo sino simple realismo-, la vida no existiría.
-Respecto de las pasiones, ¿cuál ha sido la influencia de Spinoza en su pensamiento?
-Perdón si hago un poco de cronología de mi vida. Nací bajo el fascismo y viví mis primeros años durante la guerra, hasta los 12 o 13 años. Y la guerra me marcó muchísimo, la guerra, la miseria, el esfuerzo de vivir. Fui comunista antes de ser marxista. Cuando tenía 20 años, trabajé en un kibutz en Israel, y allí me hice comunista, sobre la exigencia de una vida en común,Experimenté esa fase de Israel que fue muy bella. Después me puse a trabajar en política y me volví marxista. Me inserté sobre todo en un proceso de lucha, entre los años 60 y 70, que fue creativo, realmente formidable, y que permitió desarrollar una crítica extremadamente fuerte. En Italia, el 68 no fue un mayo, no fue un mes, fueron 10 años que nos permitieron, a mí, a miles, a millones de compañeros, desplegar una crítica del capitalismo como crítica, justamente, del modo en que el capitalismo maneja las pasiones. Luego de lo cual fui a la cárcel, y ahí releí a Spinoza interpretando, criticando, mi viejo marxismo, pero recuperando al mismo tiempo esa capacidad spinoziana de fundar sobre el mecanismo conatus vivente, el conatus de vida, el conatus sensible, el amor o la cupiditas, como el momento de asociación constructiva y constituyente. Y después, el amor racional, ontológicamente constructivo, que me permitió reconquistar no sólo el sentido del trabajo, de la actividad, que el marxismo me había enseñado, sino ese sentido de la pasión que debe cubrir los conceptos y permitirles desarrollarse. Cuando, por otros motivos, me encontraba frente a un análisis constitucional positivo, aprendí de esa manera, por ejemplo, a evaluar si detrás de cada fórmula jurídica existía un conjunto de pasiones que era cultivado. Y cuando, posteriormente, en la etapa que siguió a la prisión, me encontré con la temática de la crítica de las instituciones, del globalismo, del desarrollo de la biopolítica, el desarrollo foucaultiano, esas cosas se unieron y se dio esa síntesis que fue más o menos correcta. No creo que la historia de la filosofía nos enseñe mucho, al contrario. Deleuze decía: "Espero ser el primero que no fue castrado por la historia de la filosofía".
-¿Por qué decidió que su vida esté trazada por la política?
-La política, o sea, la elección de los conocimientos y las actividades que llevamos sobre la cosa común, sobre el Commonwealth, sobre la riqueza común, es fundamental. En general, la política, es decir, este conocimiento, esta experiencia ampliada del saber común para la reproducción del común, de la libertad, está en la base de todo saber.
-Recientemente dio en la Argentina una charla sobre "Commonwealth"...
-"Commonwealth" es el tercer volumen, escrito junto con Michael Hardt, de la serie que iniciamos con "Imperio" y que continuó con "Multitud". Es un texto probablemente más filosófico y, por ende, más político, en el sentido de que nos hacemos preguntas absolutamente esenciales: ¿Qué es lo político? ¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué es el odio o la guerra? El libro empieza con una reivindicación de la pobreza como elemento fundamental de caracterización de la multitud: encontramos que alrededor del 1600, con la Revolución inglesa, el término "multitud" desaparece del vocabulario político y es sustituido por el término "pueblo". Este se distingue de la multitud en tanto es propietario. Tenemos, entonces, la exclusión de los pobres del pueblo, la multitud excluida del pueblo, la pobreza excluida de la construcción de lo político. La pobreza es un elemento oscuro fundamental que no puede ser recuperado dentro de las categorías de lo político moderno; queda siempre afuera, y queda como resistente. A menudo nos han acusado de eurocentristas y de haber dejado de lado, por ejemplo, lo colonial. Aquí hicimos un esfuerzo enorme por recuperar ese tipo de literatura dentro de la problemática actual bajo la categoría de pobreza. Nos interesaban los aspectos de antagonismo indígena que organizaban y mantenían la autonomía. Luego, un tercer capítulo enfrenta el problema de qué es hoy el capitalismo. Una hipótesis central es que asistimos a una ruptura del proceso capitalista: la acumulación de esas resistencias -la pobreza, el anticolonialismo- unida a la transformación de la fuerza de trabajo en los países centrales, que se presenta en términos cada vez más cognitivos, inmateriales, socialmente conectados y cooperantes, llevan a una ruptura en la historia del capital. Este quiebre produce una forma cada vez más parasitaria, más abstractamente dominante del desarrollo capitalista, tornando vacía la relación capitalista. El obrero ya no se encuentra frente al capitalista como organizador de la fuerza de trabajo sino que esa organización se transforma cada vez más en un proceso autónomo que el trabajador conduce. Este, sin embargo, se encuentra frente a mecanismos de renta (inmobiliaria, financiera, de acumulación), fenómenos que remiten a un elemento barbárico de la organización capitalista del trabajo. Y, por otra parte, está el éxodo de la fuerza de trabajo, que significa la capacidad de desarrollar contracultura pero sobre todo nuevas institucionalidades. La relación de gobierno es cada vez más una relación que ya no es para nada algo gerencial sino una relación de fuerzas; es gobierno sobre una red viva. Existe, además, una tentativa de empezar a narrar, a describir, ese éxodo. Estoy convencido de que hay que salir de lo posmoderno y del miedo de hacer una gran narración. Hoy recomienza el tiempo de una narración del proceso de liberación, porque todos estos elementos construyen ese mosaico sobre cuya base se puede volver a contar una historia de liberación que es absolutamente necesaria.
-Tanto en Génova como en la Argentina de 2001 hubo una irrupción de masas que, en principio, no llegó a plasmarse en una nueva institucionalidad. En Bolivia hay un grado mayor de potencialidad, pero así y todo la Asamblea Constituyente está debilitada. ¿Qué obstáculos identifica?
-El éxodo significa capacidad constituyente. El gran problema pasa a ser la difracción de los poderes constituyentes. Dentro de las teorías jurídicas, el poder constituyente siempre ha sido considerado como un poder extra-legal; actúa de una sola vez, erige el ordenamiento y no existe más. Debemos empezar a imaginar el poder constituyente como un poder que se despliega en esa relación dual. Este año en Bolivia, por ejemplo, las discusiones que tuvimos estaban referidas, justamente, a nuevas formas constitucionales que no necesariamente ven el poder constituido como negación del poder constituyente, sino como estructuras de nuevos ordenamientos totalmente abiertas a un poder constituyente. Es decir, un nuevo modelo de constitución. Respecto de la Argentina , es claro que aquellos movimientos específicos se acabaron, pero la acumulación de estos procesos es algo que se debe tener muy en cuenta. Y estos son fenómenos completamente irreversibles. Estoy convencido de que cuando se habla de constitución -la relación entre constitución material y formal, entendiendo por constitución material el conjunto de las relaciones de fuerza que constituyen la sociedad- se debe tener presente esa composición política latente. Por otra parte, las corrientes actuales más vivas del derecho, post-Luhmann, hablan incluso de constitución sin Estado. También lo posmoderno en toda la fase de aleatoriedad y de matiz está terminando. Entramos en una nueva época donde lo contemporáneo vuelve a mostrar su solidez.
-En cierta ocasión mencionó que el movimiento de resistencia global está en crisis. ¿Cómo piensa la organización política post-partido?
-Cuando se habla de la crisis de la forma partido se habla de la crisis de la representación política, de todo un sistema de formación y transmisión de la voluntad política que, justamente, caracteriza actualmente a la democracia. Por lo tanto, plantearse el problema más allá de los partidos significa plantearse también si existe otra forma de democracia. ¿Qué es, cómo puede concretarse el ideal de democracia absoluta? Creo que todavía se trata de moverse en el terreno de la investigación. Es evidente que la definición de partido -cuando era una definición seria y no puramente ideológica- se organizaba sobre la relación que existía entre composición técnica y social de la fuerza de trabajo, la composición política en general, y la forma política, ligada a una tentativa de reapropiarse del ciclo productivo, en la expresión de los consejos obreros, por ejemplo. Hoy todo eso es muy difícil de determinar: dentro de la composición técnica del trabajo está esa composición social, cognitiva, abstracta, móvil, precaria. Por eso tenemos un auténtico tejido en el cual la institucionalidad debe, muy probablemente, plantearse como problema no de representación sino de presentación. Siempre consideré que no son los intelectuales los que inventan las formas en las que se organizan las masas o las multitudes; son ellas las que proponen a la reflexión las formas bajo las cuales actuar. Creo que el gran paso que viene a través del capitalismo es el hecho de que, lejos de profundizarse lo individual, se profundiza la singularidad y la participación de cada individuo en el común. Es la inmanencia de la singularidad en el común. Esta inmanencia y esa autonomía común se dan como base tanto más institucional cuanto que si hay algo anárquico en este momento es el individualismo. Nunca he sido anarquista.
-¿Cuáles serían las características del trabajo precario?
-Obrero precario es una definición sociológica o económica para referir, ante todo, a una forma de salario. Se trata de un trabajador esencialmente móvil, flexible, que ya no está ligado a un espacio determinado como tampoco a una estructura temporal específica, la jornada laboral de ocho horas. Mientras, desde el punto de vista salarial, al trabajador-masa lo llamábamos fordista, a este trabajador flexible lo llamamos precario. Estamos, en términos macroeconómicos, en una situación global, ya no nacional. El inmigrante, por ejemplo, es fundamental dentro de esta figura del precario. Saben que cuando hacemos las manifestaciones por San Precario, este santo reúne a centenares de miles de personas en Milán el 1ø de mayo. Es un proceso muy bello, se hacen santos que se llevan en procesión, hay música y coros... "San Precario: ayúdanos". La imagen es la de un joven, una persona cualquiera, no con cara de santo sino una más astuta, porque ésa es su cualidad fundamental: ser vivo, hábil... Ahora, por un lado, el trabajador precario está mal pago y en una situación inestable, pero, por otro, alguien puede preferir trabajar así. La figura del precario es sobre todo la del trabajo femenino: hoy, ir a trabajar a la fábrica o a la oficina puede significar no tener hijos, porque si tenés un hijo te echan. Entonces, el trabajador precario es, por ejemplo, una mujer que prefiere quedarse en su casa y trabajar allí según sus tiempos.
-Han mencionado, con Hardt, la idea de guerra global permanente, que podría pensarse concatenada, al menos en América latina, a un proceso cada vez más intenso de militarización, de criminalización y judicialización de la protesta social, de miedo y fuerte presencia de un discurso que reclama seguridad...
-En cuanto al discurso sobre la guerra permanente, como en general sobre el estado de excepción -son estados de excepción permanentes-, vale tanto más hoy cuando la centralización de ese proceso termina. Estados Unidos intentó el golpe de Estado sobre la mundialización, ser el poder soberano que dominaba el campo. En la medida en que ese poder soberano unilateral cesa, en que se afirman ámbitos multilaterales de regulación, toda una serie de instrumentos pasan a ser de criminalización interna, de excepcionalidad difusa. Todo eso se relaciona con la separación del comando capitalista de la organización del trabajo: en la medida en que el capital se despega de la organización del trabajo asume ese recurso a la fuerza; la violencia se convierte en la clave del mando.
Toni Negri
Padua, 1933. Filosofo
Fue profesor en las universidades de Paris VIII y de Padua, donde dictó Teoría del Estado. En los años 60, entre la universidad y el activismo, participó en la revista Quaderni Rossi y luego en el grupo Potere Operaio. En 1979 fue detenido bajo la acusación de ser el jefe de las Brigadas Rojas y de haber asesinado al presidente Aldo Moro y a otras 17 personas. Aunque los cargos no fueron probados, fue condenado a 30 años. Permaneció en la cárcel hasta que, en 1983, fue elegido diputado. Al negársele la inmunidad parlamentaria, se exilió en Francia durante 14 años, donde fue invitado al Collège International de Philosophie. En 1997 regresó a Italia -y a la cárcel hasta 2003- con la expectativa de instar a un debate sobre la situación de cientos de exiliados o condenados por hechos ocurridos en los llamados "años de plomo". Es autor, entre otros, de "La anomalía salvaje", "El poder constituyente", "El tren de Finlandia", "Marx más allá de Marx", y también de tres piezas teatrales que, los domingos de enero, se emitirán por France Culture.
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