Leonardo Padura Fuentes (*)
LA HABANA, Jul (IPS) Con el rabioso calor del verano las expectativas de los cubanos suelen dispararse, como el mercurio de los termómetros. La apuesta que últimamente hacen algunos, esperanzados en la materialización de ciertos anhelos o convencidos de su segura frustración, tiene marcada una fecha cercana: el 26 de julio, día en que se celebra el inicio de la lucha armada de Fidel Castro y sus seguidores con el asalto, en igual fecha de 1953, del entonces llamado Cuartel Moncada, el segundo más importante del ejército de la época.
El año anterior el todavía presidente interino Raúl Castro avivó las esperanzas de cambios en el breve discurso que pronunció precisamente en el acto de celebración del 26 de julio. Entonces, con un lenguaje conciso, casi inusual en la política cubana, anunció la necesidad de cambios conceptuales y estructurales en la sociedad y la economía del país y, además, lanzó un reto de buena voluntad a la esperada nueva administración norteamericana.
En los doce meses transcurridos desde entonces, luego del nerviosismo y hasta la euforia inicial, varios de los cambios posibles se han concretado: nuevos repartos de tierras estatales que permanecían improductivas; tarifas salariales más altas y sin topes superiores; posibilidad de acceso de los ciudadanos cubanos a la telefonía móvil, a los hoteles hasta entonces dedicados solo al turismo internacional y a la compra de equipos de computación y DVDs; y hasta la aprobación de las operaciones de cambio de sexo. Todo esto ha estado acompañado por la presencia de una tímida pero persistente apertura crítica dentro de los medios informativos cubanos, aquejados por años de inmovilismo, silencio y triunfalismo oficialista.
Sin embargo, resulta evidente que la sociedad y la economía cubanas esperan nuevos y más profundos movimientos. Más aún: los necesitan. Pero lo cierto es que pasan las semanas y los meses y siguen sin llegar la muy comentada liberalización económica que permita la creación de pequeñas empresas privadas, la ansiada venta de autos e inmuebles, la eliminación del lastrante permiso de salida sin el cual ningún ciudadano cubano puede viajar al exterior, entre otros cambios comentados y posibles (pero que parecen cada vez menos deseados por las altas esferas de decisión).
Lo más preocupante es que esa sociedad cubana que vive a la expectativa sigue dando muestras (reconocidas por sus dirigentes) de un estado de descomposición y de un escepticismo que, a juicio de muchos, solo podría frenar o desviar una aplicación de cambios que la movilicen en otros y nuevos sentidos.
No es un secreto, por ejemplo, que la alternativa del exilio sigue siendo la más atractiva para muchos miles de personas. Así lo patentiza el hecho de que cada semana decenas de cubanos se lancen a la peligrosa aventura de viajes clandestinos sobre las aguas del Golfo de México y el Estrecho de la Florida, en embarcaciones no siempre seguras y pagando precios que rondan los diez mil dólares.
También resulta cuando menos curioso -para muchos es en verdad alarmante- la relación que una parte de la ciudadanía establece con su realidad inmediata. Entre las reacciones más significativas está la que se ha producido a partir de la reciente y visible mejora del transporte urbano en la ciudad de La Habana, la cual ha generado el surgimiento del "deporte" de apedrear y romper los nuevos ómnibus, al extremo de que hace una semana la cifra de los vehículos afectados por actos vandálicos y violentos, cometidos casi siempre por jóvenes, superaba las seis decenas (y hablamos de unos cientos, no de miles de autobuses).
Algo semejante ocurre -aunque con una remota justificación económica- con la mejoría en la señalización vial o con la recogida de desperdicios sólidos: mientras las señales del tránsito son robadas para utilizar el metal en los más diversos implementos, los tanques para la recolección de basura son sustraídos para utilizar sus ruedas en la construcción de carretillas rústicas y su plástico en la fabricación de los más disímiles objetos.
En lo que ha dado en llamarse el "combate a las ilegalidades y conductas delictivas" que parecen florecer en el país, recientemente la policía ha demostrado fábricas clandestinas de leche condensada (enlatada y etiquetada: y hasta dicen que de buena calidad), de refrescos, café de marcas selectas, de cigarrillos, de adornos plásticos, de venta de combustible, etc., etc., etc.
Las líneas que marcan una sostenida verticalidad política y económica oficial, por un lado, y las horizontales de una extendida marginalidad, corrupción, ansias de fuga y de búsqueda de una vida mejor, por otro, han conseguido dibujar el mapa de la sociedad cubana de hoy con la forma de un gigantesco signo de interrogación. En un ámbito donde el dinero que ganan honradamente los ciudadanos es insuficiente para vivir, donde las estructuras productivas estatales han mostrado muchas veces su ineficiencia y en donde la indolencia, el robo de todo lo robable y las estrategias de supervivencia marcan éticamente los comportamientos diarios de un porciento considerable de la población, se imponen verdaderas revisiones conceptuales y estructurales que redefinan esa sociedad.
Con esas y otras expectativas, muchos cubanos enfrentan el agobiante calor del verano, otean el horizonte en busca de venideros huracanes y calman su escepticismo practicando la supervivencia o apostando ilusionados a los cambios que, quizás (solo quizás), se anuncien en próximas fechas. (FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela policial en español de 2005.
Hace 4 años
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