por Leopoldo Lavín Mujica
El movimiento estudiantil chileno, que sigue ocupando las mentes ciudadanas, los medios y las calles desde 2006 con sus movilizaciones contra la LOCE y ahora contra su sucedánea neoliberal la LGE, es estudiado y comentado por especialistas internacionales (1). Contrasta la atención que se le ha otorgado al promisorio movimiento estudiantil secundario y universitario chileno en el exterior con el tratamiento que en los medios chilenos le han dedicado connotados periodistas como Ascanio Cavallo, de larga trayectoria en el género de investigación periodística.
Cavallo, un especialista en “comunicación estratégica” y corporativa, miembro de la consultora Tironi, publicó un artículo el domingo 20 de julio en la sección de reportajes de la 3a. donde destila todos sus prejuicios sobre el movimiento social por una educación pública de calidad (2). Pero no se detiene ahí. El columnista demócratacristiano busca además demoler la integridad política de los jóvenes que constituyen la columna vertebral del movimiento estudiantil.
Los comentarios vertidos por el columnista de la 3a., impregnados de una suerte de rencor y resentimiento que le obnubila la razón, le dan pábulo para atacar a la militancia de izquierda de los años 60 y muy particularmente a la generación de los 80.
Desde una concepción metafísica de la violencia social e ignorando sus resortes sociales, políticos, culturales y económicos, Cavallo, busca desvirtuar: 1) la vitalidad del proyecto transformador de una generación de luchadores antidictatoriales, democráticos y de inspiración socialista, que continúan, según él (¡Oh, qué delito!), soñando con una “democracia expandida e inclusiva” y, 2) el que el proyecto de transformación social antineoliberal resista a la ideología consensualista y que haya logrado proyectarse al presente y encarnarse en el movimiento de los estudiantes secundarios y universitarios.
Ahí está la madre del cordero. Por ahí va la cosa. Tanta retórica vana y estólida (sin razón ni argumentos) para evitar decir de frente lo que tienen en mente tantos intelectuales y políticos que, como Cavallo tiraron la toalla al renunciar a su función social de pensadores críticos. Aquellos que privilegian lo cuantitativo y el saber que se vende, al conocimiento cualitativo que orienta la actividad reflexiva.
Tanta seudo teoría o hipótesis insostenible (“Cada generación es hija de la violencia de sus padres” o, “El yo se define por su destreza con la violencia”) para evitar ser un analista serio y poner en evidencia, pese a la complejidad, el encadenamiento de las causalidades sociales e históricas.
Cavallo busca separar la violencia social de las condiciones estructurales de desigualdad y concentración de la riqueza que la originan. Será para agradar a los poderosos y a tanto político que le tiene miedo al sistema proporcional y que exige se le reverencie más por su linaje que por su compromiso con la práctica concreta y la consecuencia con los principios humanistas y democráticos. Será para reiterar su fe en el sacrosanto mercado y en su operador ideológico el neoliberalismo, hoy a mal traer en el plano teórico a nivel planetario.
No es extraño que en el texto de Cavallo no haya ni un atisbo de reflexión honesta acerca de los efectos perversos y explosivos en el plano sociopolítico del régimen postpinochetista y del modelo económico acoplado al capitalismo global. Que cuando se refiere a la peor de las violencias de la historia de Chile hable en términos ambiguos de aquella “que rodeó al golpe de Estado de 1973” para evitar pronunciarse acerca de la responsabilidad directa de la dirigencia demócratacristiana en el golpe y la incapacidad de ésta en haber previsto la barbarie militar que se preparaba meticulosamente ante sus ojos.
En el fondo, lo que molesta a Cavallo es lo inesperado en la historia. Aquello que Hegel llamaba la “astucia de la historia”, que Sloterdijk designa por el impulso kúnico o, más cercano a sus referencias culturales, lo que Alain Touraine designaba como “el retorno del actor” (surgido del conflicto). Y, aquello que pese a tanto florilegio para ocultarlos, Marx describió como los antagonismos de clase.
Así es, lo que da pánico a la oligarquía, a los comunicadores de su proyecto y las elites intelectuales mediáticas, en este siglo XXI de riesgos sistémicos globales, es que el movimiento estudiantil, se plantee como en los 60 y en los 80, la necesidad de luchar por cambios estructurales.
No sólo esto, sino que además la joven generación constate, a partir de su propia experiencia y en carne propia, la falta de voluntad política democrática, la retórica hueca, el gusto por la represión y el déficit de legitimidad de un régimen cuya institucionalidad no es producto de una ruptura democrática sino que es y ha sido consensuada con los herederos del pinochetismo, la Alianza derechista.
A Cavallo y su gente les aterra pensar que muchos de estos jóvenes militantes secundarios y universitarios se transformen en una nueva camada generacional de militantes comprometidos con el cambio social. Esto descoloca a los intelectuales “integrados” porque sus escenarios y pronósticos no contemplaban la vuelta del conflicto social como motor de la dinámica social y política.
Salidos de las ONG de los 80, transitólogos, hoy apoltronados en sus oficinas de consultores de empresas o incluso de empresarios “renovados”, no imaginaron que este tipo de actor social o movimiento volvería a surgir para ser portador de reivindicaciones democráticas y para retomar posiblemente las luchas inconclusas. Y si lo hicieron, pensaron que se trataría de grupúsculos. No quisieron ni imaginarse que las nuevas generaciones darían la pelea donde tanto les duele. Puesto que en tanto que elites ilustradas les es difícil argumentar en contra de una evidencia: la educación pública y gratuita es una condición sine qua non para el despegue de las sociedades desiguales, premodernas, oligárquicas y políticamente subdesarrolladas.
Al actor que vuelve transformado en movimiento social estudiantil se lo creía muerto. El fin de la historia era el régimen postdictadura; binominalismo y neoliberalismo incluidos. Al estudiante “tipo”, los consultores en comunicación estratégica lo veían paseando como robots por los malls y shoppings del capitalismo global, haciendo zapping delante de la tele, anestesiado por el farandulismo de los medias, recitando como un credo los valores del individualismo solipsista o en los clichés de las páginas delictuales de la prensa que posa de seria (El Mercurio y sus titulares sobre la droga en los liceos).
Así pues, muchos gurúes, programadores de opinión pública, lobbystas-políticos, empresarios-renovados y académicos orgánicos del capital tienen que haberse tirado los cabellos cuando leyeron que algunos militantes y líderes estudiantiles plantean la creación de “comandos comunales” para unir las fuerzas estudiantiles con las de los sectores populares zonales para luchar por el derecho a una educación pública sin lucro y para todos. Será un sueño, pero es un hermoso sueño.
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(1)Mauricio Santoro, periodista, Licenciado en Ciencias Políticas, investigador del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (IBASE) y Profesor de posgrado en Relaciones internacionales de la Universidad Cándido Mendes de Río de Janeiro escribe: “Fue en Chile donde la demanda por la educación apareció de forma más intensa, de la mano del movimiento de estudiantes secundarios conocido como “Rebelión de los Pingüinos”. [...] Cerca de 800 mil jóvenes chilenos ocuparon colegios y salieron a las calles a cuestionar el presupuesto de la ley educativa del país, elaborada durante la dictadura de Pinochet, y a reivindicar mejoras en la calidad de la enseñanza, gratuidad en el transporte público, comedores y exención de los altos aranceles que se pagan para rendir el examen de ingreso a la universidad. El impacto fue enorme, como evalúan los propios participantes [...] Los “pingüinos” organizaron su movimiento de forma horizontal, criticando a las organizaciones jerárquicas por la distancia entre representantes y representados. Así, adoptaron innovaciones, tales como cargos rotativos y portavoces elegidos para circunstancias muy específicas, como una entrevista a un diario o a una emisora de televisión. [...] El desafío que tales instituciones y el Estado deben enfrentar es cómo responder a las demandas juveniles con acciones que tengan en cuenta sus especificidades.
Los comentarios vertidos por el columnista de la 3a., impregnados de una suerte de rencor y resentimiento que le obnubila la razón, le dan pábulo para atacar a la militancia de izquierda de los años 60 y muy particularmente a la generación de los 80.
Desde una concepción metafísica de la violencia social e ignorando sus resortes sociales, políticos, culturales y económicos, Cavallo, busca desvirtuar: 1) la vitalidad del proyecto transformador de una generación de luchadores antidictatoriales, democráticos y de inspiración socialista, que continúan, según él (¡Oh, qué delito!), soñando con una “democracia expandida e inclusiva” y, 2) el que el proyecto de transformación social antineoliberal resista a la ideología consensualista y que haya logrado proyectarse al presente y encarnarse en el movimiento de los estudiantes secundarios y universitarios.
Ahí está la madre del cordero. Por ahí va la cosa. Tanta retórica vana y estólida (sin razón ni argumentos) para evitar decir de frente lo que tienen en mente tantos intelectuales y políticos que, como Cavallo tiraron la toalla al renunciar a su función social de pensadores críticos. Aquellos que privilegian lo cuantitativo y el saber que se vende, al conocimiento cualitativo que orienta la actividad reflexiva.
Tanta seudo teoría o hipótesis insostenible (“Cada generación es hija de la violencia de sus padres” o, “El yo se define por su destreza con la violencia”) para evitar ser un analista serio y poner en evidencia, pese a la complejidad, el encadenamiento de las causalidades sociales e históricas.
Cavallo busca separar la violencia social de las condiciones estructurales de desigualdad y concentración de la riqueza que la originan. Será para agradar a los poderosos y a tanto político que le tiene miedo al sistema proporcional y que exige se le reverencie más por su linaje que por su compromiso con la práctica concreta y la consecuencia con los principios humanistas y democráticos. Será para reiterar su fe en el sacrosanto mercado y en su operador ideológico el neoliberalismo, hoy a mal traer en el plano teórico a nivel planetario.
No es extraño que en el texto de Cavallo no haya ni un atisbo de reflexión honesta acerca de los efectos perversos y explosivos en el plano sociopolítico del régimen postpinochetista y del modelo económico acoplado al capitalismo global. Que cuando se refiere a la peor de las violencias de la historia de Chile hable en términos ambiguos de aquella “que rodeó al golpe de Estado de 1973” para evitar pronunciarse acerca de la responsabilidad directa de la dirigencia demócratacristiana en el golpe y la incapacidad de ésta en haber previsto la barbarie militar que se preparaba meticulosamente ante sus ojos.
En el fondo, lo que molesta a Cavallo es lo inesperado en la historia. Aquello que Hegel llamaba la “astucia de la historia”, que Sloterdijk designa por el impulso kúnico o, más cercano a sus referencias culturales, lo que Alain Touraine designaba como “el retorno del actor” (surgido del conflicto). Y, aquello que pese a tanto florilegio para ocultarlos, Marx describió como los antagonismos de clase.
Así es, lo que da pánico a la oligarquía, a los comunicadores de su proyecto y las elites intelectuales mediáticas, en este siglo XXI de riesgos sistémicos globales, es que el movimiento estudiantil, se plantee como en los 60 y en los 80, la necesidad de luchar por cambios estructurales.
No sólo esto, sino que además la joven generación constate, a partir de su propia experiencia y en carne propia, la falta de voluntad política democrática, la retórica hueca, el gusto por la represión y el déficit de legitimidad de un régimen cuya institucionalidad no es producto de una ruptura democrática sino que es y ha sido consensuada con los herederos del pinochetismo, la Alianza derechista.
A Cavallo y su gente les aterra pensar que muchos de estos jóvenes militantes secundarios y universitarios se transformen en una nueva camada generacional de militantes comprometidos con el cambio social. Esto descoloca a los intelectuales “integrados” porque sus escenarios y pronósticos no contemplaban la vuelta del conflicto social como motor de la dinámica social y política.
Salidos de las ONG de los 80, transitólogos, hoy apoltronados en sus oficinas de consultores de empresas o incluso de empresarios “renovados”, no imaginaron que este tipo de actor social o movimiento volvería a surgir para ser portador de reivindicaciones democráticas y para retomar posiblemente las luchas inconclusas. Y si lo hicieron, pensaron que se trataría de grupúsculos. No quisieron ni imaginarse que las nuevas generaciones darían la pelea donde tanto les duele. Puesto que en tanto que elites ilustradas les es difícil argumentar en contra de una evidencia: la educación pública y gratuita es una condición sine qua non para el despegue de las sociedades desiguales, premodernas, oligárquicas y políticamente subdesarrolladas.
Al actor que vuelve transformado en movimiento social estudiantil se lo creía muerto. El fin de la historia era el régimen postdictadura; binominalismo y neoliberalismo incluidos. Al estudiante “tipo”, los consultores en comunicación estratégica lo veían paseando como robots por los malls y shoppings del capitalismo global, haciendo zapping delante de la tele, anestesiado por el farandulismo de los medias, recitando como un credo los valores del individualismo solipsista o en los clichés de las páginas delictuales de la prensa que posa de seria (El Mercurio y sus titulares sobre la droga en los liceos).
Así pues, muchos gurúes, programadores de opinión pública, lobbystas-políticos, empresarios-renovados y académicos orgánicos del capital tienen que haberse tirado los cabellos cuando leyeron que algunos militantes y líderes estudiantiles plantean la creación de “comandos comunales” para unir las fuerzas estudiantiles con las de los sectores populares zonales para luchar por el derecho a una educación pública sin lucro y para todos. Será un sueño, pero es un hermoso sueño.
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(1)Mauricio Santoro, periodista, Licenciado en Ciencias Políticas, investigador del Instituto Brasileño de Análisis Sociales y Económicos (IBASE) y Profesor de posgrado en Relaciones internacionales de la Universidad Cándido Mendes de Río de Janeiro escribe: “Fue en Chile donde la demanda por la educación apareció de forma más intensa, de la mano del movimiento de estudiantes secundarios conocido como “Rebelión de los Pingüinos”. [...] Cerca de 800 mil jóvenes chilenos ocuparon colegios y salieron a las calles a cuestionar el presupuesto de la ley educativa del país, elaborada durante la dictadura de Pinochet, y a reivindicar mejoras en la calidad de la enseñanza, gratuidad en el transporte público, comedores y exención de los altos aranceles que se pagan para rendir el examen de ingreso a la universidad. El impacto fue enorme, como evalúan los propios participantes [...] Los “pingüinos” organizaron su movimiento de forma horizontal, criticando a las organizaciones jerárquicas por la distancia entre representantes y representados. Así, adoptaron innovaciones, tales como cargos rotativos y portavoces elegidos para circunstancias muy específicas, como una entrevista a un diario o a una emisora de televisión. [...] El desafío que tales instituciones y el Estado deben enfrentar es cómo responder a las demandas juveniles con acciones que tengan en cuenta sus especificidades.
(2) el artículo de Ascanio Cavallo publicado en la 3ª. Puede leerse aquí: http://www.tironi.cl/inicio/columnas_detalle.php?id_columna=310
Leopoldo Lavín Mujica es profesor del Département de philosophie du Collège de Limoilou, Québec, Canadá.
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