17 de febrero de 2008

LA UNIVERSIDAD EUROPEA, J.J. BRUNNER


Domingo 17 de febrero de 2008, EL MERCURIO






Pese a su larga historia, las universidades europeas siguen teniendo una vitalidad que las instituciones chilenas debieran mirar con atención.


Vestidos con sus togas y birretes, los catedráticos caminan hacia Pieterskerk, la principal y antigua iglesia de la ciudad. Ya instalados en la austera nave central, el rector magnificus abre la solemne sesión, informando al claustro y la comunidad presentes -en este dies natalis (aniversario) número 433- sobre los progresos de la institución. Sólo su imagen en las pantallas electrónicas recuerda el presente.

¿Dónde estamos? En la Universidad de Leiden, Holanda, una de las 100 mejores del mundo según el Academic World Ranking of Universities. Fundada el año 1575, fue ofrecida al pueblo de Leiden por Guillermo de Orange como una entre dos opciones (la otra era abolir los impuestos de la ciudad), en reconocimiento de su resistencia frente al asedio español. El pueblo eligió tener una universidad.

Su tamaño actual es modesto: 18 mil alumnos. En cambio, edificios, bibliotecas y laboratorios, así como el presupuesto anual (420 millones de euros en 2007), son cuantiosos. Anualmente, mil estudiantes se gradúan en más de 50 bachilleratos (3 años de duración), cerca de mil en programas de maestría (1 o 2 años de duración) y 1.200 en el nivel de doctorado (5 veces más que el total de graduados doctores en Chile).

¿De qué informa el rector a su audiencia? Sobre todo, de los avances logrados en el campo de la investigación. Efectivamente, cualquier institución considerada "top 100" es, ante todo, una research university: una urdimbre de institutos, centros y programas disciplinarios e interdisciplinarios de investigación.

Aquí existen decenas y cubren una variedad de asuntos: instituto del cerebro y la cognición; identidades étnicas y religiones de las poblaciones inmigrantes; ciencias del medio ambiente; idiomas menores en riesgo de extinción; medicina regenerativa; estudios del niño y la familia; países del este asiático; análisis de los materiales empleados por la pintura holandesa de los siglos XV al XVII; LURIS, la oficina de transferencia tecnológica, etcétera.

Durante la ceremonia, las asociaciones estudiantiles premian también al mejor profesor del año 2007. Mientras la presidenta de los alumnos reconoce los méritos del profesor laureado, se revela el distendido clima característico de esta universidad. En efecto, docentes y alumnos se trasladan en bicicleta, visten sin formalidad, trabajan habitualmente en pequeños grupos y comparten el mismo casino universitario.

Nada evoca aquí esos otros ambientes académicos donde la falta de densidad cultural se compensa con ritualismo burocrático, la ausencia de tradiciones con mitos institucionales y la falta de innovación con aparatosas posturas de sujeción a la última moda.

En fin, no es cierto que la vieja Europa esté condenada a transformarse en el museo de la humanidad. Aún tienen vitalidad sus universidades, que han aprendido a renovar sus tradiciones y a innovar.


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