6 de febrero de 2008

COORDENADAS DE FIN DE SIGLO..., por Eduardo Aquevedo

COORDENADAS DE FIN DE SIGLO...

(Elementos para una discusión sobre las condiciones internacionales de los desequilibrios locales [1])



Dr. J. Eduardo Aquevedo Soto


La realidad o escenario que se construye hoy estan marcados por profundos procesos que, globalmente, designan un real virage histórico[2], es decir, un tránsito hacia una nueva etapa del desarrollo capitalista. En las líneas que siguen[3] se tratará entonces, primero, de identificar la principales tendencias (o mega-tendencias) que marcan o dominan la dinámica histórica en curso; y segundo, se intentará extraer de ello ciertas conclusiones al menos provisorias.


OCHO TENDENCIAS PRINCIPALES


I] El desarrollo de una de las más importantes revoluciones científico-tecnológicas de la historia[4], basada en la micro-electrónica y en las tecnologías de la información (informática, telecomunicaciones, etc.).

En torno a estas nuevas matrices tecno-científicas se articulan actividades de investigación, descubrimientos y aplicaciones cada vez más amplias y decisivas en diversos dominios (nuevos materiales, biotecnologías, nuevas fuentes energéticas, etc.). Esta revolución científico-tecnológica (RCT), empujada y catalizada principalmente por procesos económicos crecientemente exigentes y complejos a partir de la segunda guerra, retroactuó a la vez sobre dicha dinámica económica, incorporando nuevos vectores o fuentes de productividad y otorgándole niveles aún más altos de complejidad.

Pero este inmenso proceso es ambiguo, contradictorio, ambivalente. Su aspecto positivo o « liberador » dice relación con las gigantescas posibilidades de crecimiento material y de desarrollo social que él implica. Dicha RCT, en efecto, consolida la (relativamente) nueva simbiosis entre economía, ciencia y técnica, que comienza a desencadenar en determinadas áreas una dinámica de crecimiento – concentrador, excluyente y desigual – pero, en todo caso, extremadamente importante y virtualmente ilimitada de las fuerzas productivas a escala mundial[5]. Ahora bien, en virtud de dicha RCT, no sólo la ciencia y la tecnología en general, sino que específicamente el conocimiento y la información se transforman en factores decisivos de los procesos productivos[6], tanto en los países centrales como en los países semi-periféricos de mayor dinamismo (Corea del Sur y Taiwan, por ejemplo).

Este hecho crucial tiene ya y tendrá en el futuro múltiples repercusiones potencialmente positivas – es decir, condicionadas política, social y culturalmente – que sobrepasan ampliamente la esfera económica[7]. Entre ellas puede señalarse la perspectiva o posibilidad a mediano plazo de una reducción considerable del tiempo de trabajo en los países de mayor desarrollo capitalista, así como la transformación del trabajo productivo, tanto en el centro como en la periferia, en una dirección relativamente menos embrutecedora y alienante (Cf. J.P. Durand [1993]; B.Coriat [1990]).

Este mismo proceso supone también, sin embargo, un aspecto opuesto, problemático, que en el período actual es sin duda preponderante. Una expresión central de este « lado obscuro » es que la práctica científico-tecnológica, transformada y consolidada ya en las últimas décadas como tecno-ciencia, tiende a subordinar todas las demás actividades científicas o cognoscitivas. Edgar Morin [1991: 228] subraya al respecto que « la tecno-ciencia se forma, se ramifica, se institucionaliza en las universidades, luego en las empresas industriales y después en el Estado. En dos siglos, ella pasa desde la periferia al corazón de la sociedad ».

Así, por el peso cada vez mayor de la actividad tecno-científica en el ámbito socio-económico, ella se transforma igualmente en criterio director en el mundo académico, intelectual y cultural. La tecnologización del conocimiento y la emergencia de un verdadero paradigma o modelo tecnocrático constituyen pues procesos de fuerte intensidad orientados a invadir dominios cada vez más amplios del saber y de la cultura. Pero tanto o más grave que este « imperialismo » disciplinario es el hecho que el predominio de la tecno-ciencia y, por consiguiente, de la razón tecnocrática o instrumental, implica riesgos brutales de regresión moral y cultural, así como de nuevas catástrofes ecológicas y humanas [8].


II] La generalización avasalladora del reino de la mercancía (o del mercado) a escala mundial.

El desarrollo histórico del capitalismo se caracteriza por una constante extensión de la actividad mercantil, así como de la salarización. Sin embargo, nunca este proceso de mercantilización avanzó con tanta rapidez y profundidad como durante las últimas décadas. Poco o nada ha escapado a su vertiginoso avance: el agua, el aire, la salud, la cultura, el arte, el deporte, las entretenciones, la información, el medio ambiente, los órganos humanos, etc. El hombre, la sociedad y el propio planeta tienden pues a subordinarse rápidamente a la lógica mercantil, al punto que no pocos pretenden que las relaciones de mercado son « inherentes a la naturaleza humana ».

Como lo indica Polanyi [1983], la sociedad se transforma progresivamente en un simple « auxiliar del mercado ». En consecuencia, el mercado – principalmente en la región occidental del planeta – no sólo se convierte a grandes zancadas en el único regulador de la economía, sino también en el regulador central de la sociedad. Constituido así en «la fuente y matriz del sistema», el mercado reduce inexorablemente las relaciones humanas, ambientales y sociales a relaciones estrictamente económicas o monetarias.

La jerarquía entre los componentes de la dinámica social sufre pues profundos trastrocamientos. Las actividades económico-mercantiles tienden a la vez a autonomizarse de los demás componentes (políticos, religiosos, culturales, etc.), y a subordinarlos. Y al interior del espacio económico, el sector industrial pierde terreno en beneficio del sector servicios, y las actividades directamente productivas son dominadas por las de tipo monetario-financiero[9]. En este sentido, la fuerte hegemonía de las políticas monetaristas o librecambistas de inspiración neoliberal[10] en zonas importantes del planeta, por un lado se explica por su gran coherencia e identificación con esta tendencia mercantilista de fondo, profunda, que marca la realidad contemporánea de las últimas décadas, y por el otro no hacen sino propagar y profundizar dicha tendencia.


III] La constitución acelerada de una economía global.


En efecto, no sólo los mercados, sino también el capital, la producción, la gestión, la fuerza de trabajo, la información y la tecnología se organizan en flujos que atraviesan las fronteras nacionales. Si bien la actividad productiva (medida en volúmenes de producción e intercambio) de las empresas de los países centrales continúa orientada, en lo fundamental, hacia sus respectivos mercados internos, es indiscutible que la mundialización (o la denominada « globalización », según la jerga norteamericana en boga...) de los procesos productivos aparece ya como el parámetro director[11].

No obstante los volúmenes preponderantes de intercambio asumidos en el marco de los Estado-Nación y el peso creciente de los procesos de integración regional, lo concreto es que las economías nacionales son cada vez menos unidades pertinentes de contabilidad económica (M.Castells [1991]). La competencia y las estrategias económicas, tanto de las grandes como de las pequeñas y medianas empresas, tienden a definirse y a decidirse en un espacio regional, mundial o global. La globalización puede entonces definirse como un proceso de extensión de la interdependencia a la escala del planeta.

Esta es consecuencia tanto de los procesos de mercantilización indicados antes, como del efecto de la revolución informacional sobre la conducción de los asuntos humanos, locales e internacionales. Así, bajo la influencia del progreso técnico y de los imperativos de rentabilidad, la mundialización empuja las empresas y los mercados a organizarse en redes estrechamente imbricadas a nivel de todo el planeta. Esta lógica de red, transnacional por esencia, contradice la lógica territorial que anima la acción de los Estados (Commissariat du Plan [1993]). La globalización es pues una resultante esencial, al mismo tiempo que la forma o modalidad concreta asumida por el proceso de mercantilización indicado antes.

La mercancía y su intercambio – auténtico y complejo fenómeno socio-económico de autorregulación y auto-organización[12] –, traspasa pues las fronteras, horada ideologías, echa abajo muros, modifica conciencias y comportamientos, estimula e incorpora el progreso técnico, hace crecer simultáneamente la riqueza y la pobreza, integra minorías y excluye mayorías, unifica (y a veces también divide) países, regiones y territorios y, por último, después de no pocos rodeos y tergiversaciones, tiende a imponer su ley al planeta entero, en cada una de sus dimensiones.


IV] La emergencia de un nuevo “orden” económico internacional aún más desigual y polarizado.


Pero ese proceso de mundialización o globalización del mundo moderno y de sus estructuras económicas en particular se acompaña simultáneamente de otra tendencia, referida más específicamente a su contenido. Ella tiene que ver con la configuración de un nuevo orden económico mundial.

Aproximadamente veinte años de crisis, de integración masiva del progreso técnico en los procesos productivos, de reestructuración y modernización, de cambios notables en la división internacional del trabajo y de mundialización de los procesos productivos, etc., han hecho posible en efecto la emergencia progresiva de un sistema u « orden » económico internacional profundamente transfigurado, caracterizado esencialmente por tres sub-tendencias: a) cuasi estagnación persistente y, simultáneamente, creación de condiciones de una nueva dinámica de crecimiento; b) aumento considerable de la brecha entre países y poblaciones pobres y ricas a nivel mundial; y c) una nueva configuración de la estructura jerárquica de la economía-mundo.


¿De la estagnación al crecimiento?

Las mencionadas reestructuraciones y modernizaciones, permitidas y estimuladas en una importante medida por la revolución tecnológica en marcha, y el consiguiente mejoramiento de las posiciones del gran capital internacional en términos de productividad y rentabilidad, han permitido a los países desarrollados crear algunas condiciones indispensables – tecnológicas y socio-económicas – de una nueva onda larga de crecimiento. El restablecimiento de la rentabilidad del capital (especialmente de sus segmentos monopolistas y más internacionalizados) a escala mundial, y la concomitante reducción de los costos de producción, son en efecto hechos indiscutibles.

La crisis abierta a fines de la década del 60 se ha acompañado de intensos procesos de reestructuración y de "modernización" (vía incorporación del progreso técnico, en particular) de los capitalismos centrales y de sectores de la periferia, así como del desarrollo simultáneo de brutales procesos de internacionalización (y globalización) de los mercados y de los procesos productivos, y en fin de integración creciente de importantes espacios regionales (en Europa, en América del Norte y del Sur, en Asia).

Todo ello ha permitido al gran capital, y particularmente a sus fracciones más transnacionalizadas, inclinar significativamente en su favor la “relación de fuerzas” frente al factor trabajo, recuperar ampliamente sus « márgenes » de ganancia, y, en fin, como ya se ha dicho, crear algunas de las condiciones indispensables de una nueva dinámica de crecimiento. Lo que precede merece sin embargo algunas precisiones. La primera es que dicha nueva dinámica de crecimiento tarda en efecto bastante en materializarse. La realidad actual es, globalmente, la de una cuasi estagnación, que puede prolongarse aun. Se observará en efecto que en los años sesenta el ritmo de crecimiento de la economía mundial fue de 5% anual ; en los años setenta se redujo ya al 3,6% ; en la década del ochenta fue sólo del 2,8% ; y en la primera mitad de la década del 90 alcanza apenas a algo más del 2% (Cf. CEPII, 1992, 1996 ; L. Thurow, 1996).

En cuanto a las perspectivas de mediano plazo, ellas siguen resultando inciertas y problemáticas (Cf. CEPII, 1992, 1996). Una segunda precisión dice relación con las condiciones sociales de una sólida recuperación. Una de ellas es sin duda el importante debilitamiento de la organización política y sindical de las clases populares a nivel internacional, como consecuencia de una larga y poderosa ofensiva del gran capital en tal sentido. Las políticas de “austeridad” y de “ajuste estructural” resultaron en este aspecto particularmente “eficaces”, tanto para reducir costos salariales como para, más en general, situar a los trabajadores en posiciones de vulnerabilidad y de defensiva.

Sin embargo, la vía hacia el crecimiento no estará del todo despejada mientras que en los principales países centrales no sean superadas y reemplazadas las rígidas estructuras tayloristas/fordistas en el ámbito de la división técnica del trabajo. Al parecer, los destacadísimos avances logrados en los últimos años en materia de flexibilización del mercado laboral están lejos de resultar suficientes, dado el carácter eminentemente defensivo que ella ha adoptado. Se trata, como se sabe, de una flexibilización más centrada en la liquidación pura y simple de las conquistas laborales logradas en materia de empleo, salarios y protección social, que de una flexibilidad con un carácter más ofensivo basada en el desarrollo de la formación, de la polivalencia, de la iniciativa laboral y de contratos salariales estables (Cf. D.Laborgne y A. Lipietz [1992b]).

Pero los difíciles y todavía inciertos comienzos de un nuevo ciclo de crecimiento, que – de concretarse – será probablemente al menos tan prolongado como los precedentes, parece ya mostrar una tendencia a acentuar los clásicos rasgos polarizadores y concentradores del desarrollo capitalista. Es decir, los beneficios de la acumulación mundial del capital recaen y muy probablemente seguirán recayendo sobre sectores sociales y geográficos tanto o más reducidos que en periodos anteriores[13] . Esto sugiere que si bien el capitalismo, como sistema mundial, pone en evidencia un potencial formidable de desarrollo histórico, su existencia concreta seguirá sin duda atravesada por la contradicción y el conflicto (más aún si se considera que a las «viejas» contradicciones se suman ahora otras de vigencia más reciente: principalmente, las que conciernen las relaciones de género y las referidas a la sustentabilidad ecológica del crecimiento).

Dicho potencial de desarrollo no implica entonces estabilidad. Contra todo determinismo tecnológico o fatalismo histórico, se recordará que precisamente lo propio del devenir de la historia – como lo ha evidenciado una vez más la experiencia de los últimos diez años – es su carácter facultativo, incierto y abierto (obviamente, dentro de ciertos límites o condiciones), lo que hace posible un número importante de bifurcaciones... [14] .


Una polarización creciente.

Una expresión de dicha tendencia a la polarización/concentración es el hecho que los países desarrollados continúan mejorando en su favor – de manera más que chocante – la distribución de la renta mundial (G. Arrighi, 1991). Ello se traduce en el hecho de que, según el Informe del PNUD del año 1992, entre 1960 y 1989, los países donde habita el 20% más rico de la población del planeta hayan registrado un crecimiento de su participación en el PNB mundial del 70,2%, al 82,7%. Recíprocamente, los países del Sur, donde se encuentra precisamente el 20% más pobre, han visto disminuir su participación en el PNB mundial de un ya magro 2,3% en 1960, a un 1,4% en 1989.

Esto ha implicado obviamente una agravación de las desigualdades, de la pobreza y de la exclusión en amplias zonas de la periferia, así como la virtual liquidación del tercer mundo en tanto que unidad socio-económica y política internacional. Su realidad es ahora la de un espacio extremadamente heterogéneo, desarticulado, dividido y en gran medida marginalizado. La manifestación más elocuente, dramática e impresionante de ello es la marginalización económica, tecnológica y política de la casi totalidad del continente africano.

Por lo demás, conforme al carácter desigual del desarrollo capitalista, en el interior mismo de muchos países industrializados tienden a constituirse bolsones de pobreza cada vez más amplios, particularmente en aquellos donde – desde comienzos de la década reciente – se implementaron políticas económicas de corte más ortodoxo o neoliberal (los casos más destacados son sin duda Estados Unidos, Inglaterra, Francia y España). La Comunidad Económica Europea, que habitualmente se señala como ejemplo de desarrollo o equidad social, muestra en efecto un crecimiento constante de la pobreza durante los últimos veinte años, periodo durante el cual las políticas monetaristas de corte neoliberal muestran un fuerte auge: 38 millones de pobres en 1975; 44 millones en 1985; 53 millones en 1992...

Se observará a este respecto, en todo caso, que el concepto de «pobreza» en Europa tiene un sentido bastante más relativo que en nuestros países latinoamericanos. Según la definición vigente en la Comunidad Europea, es considerada «pobre» toda persona que dispone de menos de la mitad del ingreso medio del país concernido. Como el ingreso medio es del orden de los 1500 dólares mensuales aproximadamente y la protección social garantiza en todo caso ciertos ingresos monetarios mínimos, el nivel material de subsistencia de la población pobre europea es por lo menos 4 veces superior al de su equivalente latinoamericana.


Un “Apartheid” planetario.

Por otro lado, la configuración de la nueva estructura (u «orden») mundial parece adoptar la forma de un inmenso sistema de Apartheid planetario[15], organizado de manera piramidal[16]. En la cúspide superior, un reducido grupo de países centrales (principalmente, Japón, Alemania, regiones de USA y probablemente Suecia en el mediano plazo), asegurando niveles superiores de productividad, el control de la producción de productos intensivos en tecnologías de punta, y garantizando altos estándares de vida a sus poblaciones respectivas; en el centro de la pirámide, una importante semi-periferia constituida por antiguos o recientes países centrales (Inglaterra, Francia, e incluso zonas o regiones de Estados Unidos) y recientes naciones/países periféricos o semi-periféricos (Corea del Sur, Taiwan, España, Portugal, Grecia, etc.), con dinamismos productivos desiguales y polarizaciones/exclusiones sociales internas significativas; y en fin, en la base de la pirámide, la gran mayoría de los países del planeta, integrando al menos dos tercios de la población mundial, con bajísimos grados de productividad, con índices brutales y crecientes de miseria y exclusión, y con fuertes dinámicas de conflictividad social.

Como lo indican diversos autores, los nuevos centros y semi-centros (o semi-periferias) tienden globalmente al repliegue y al «atrincheramiento» ideológico, cultural, económico y político frente a los «nuevos bárbaros» representados por la inmensa periferia subdesarrollada. Por razones no ajenas al predominio de la ideología de libremercado y al derrumbe de los regímenes del Este, la tesis individualista-conservadora según la cual la seguridad, la paz y la prosperidad pueden disociarse de la solidaridad y de la justicia social, parece haberse impuesto ya ampliamente en aquellas regiones industrializadas. Así, GATT, Banco Mundial, FMI, ONU, OTAN, legislaciones anti-inmigratorias, bloques económicos regionales, proteccionismos tecnológicos, etc., no obedecen en general a otra lógica: « diabolización » del Sur (so pretexto de integrismos, narco-tráfico, violencia, dictaduras, etc.) y «atrincheramiento».

El tratamiento global otorgado al Sur en el nuevo orden internacional es pues, en definitiva, el de un gigantesco Apartheid, el de un férreo sistema de separación/segregación cultural y material, en virtud del cual la «minoría blanca» mundial asegura su protección, seguridad y tranquilidad mediante un sólido y extenso “cinturón sanitario” ideológico, geopolítico, socio-económico y militar[17]. En tal contexto general, las perspectivas del crecimiento/desarrollo capitalista en la periferia (es decir, “desarrollo” crecientemente desregulado e integrado a los mercados internacionales) se hacen sin duda aún más estrechas, más difíciles, más conflictuales, más concentrados y polarizados, puesto que dicho desarrollo supone la incorporación creciente de nuevos (y caros) procesos tecnológicos, e incrementos masivos de la productividad (lo que las clases dominantes de dicha periferia tienden a buscar principalmente vía sobreexplotación de la fuerza de trabajo).

Ello es particularmente evidente en América Latina. Las experiencias recientes o en curso en Chile, Argentina, Bolivia, Perú, Venezuela, México, etc., son en efecto “botones de muestra” harto elocuentes de las nuevas modalidades del desarrollo capitalista en las regiones periféricas del planeta. Parece entonces bastante improbable que, en el contexto actual, se repitan o reproduzcan “espontáneamente” las experiencias de los denominados nuevos países industrializados (Corea del Sur, Taiwan, Hong-Kong, Singapur, etc.), iniciadas hace más de tres décadas en un marco económico internacional bastante distinto. Hoy, a diferencia del periodo en que se implementaron esos procesos, las estrategias de desarrollo nacional resultan en efecto particularmente incongruentes con las dinámicas que buscan imponer – y que han impuesto en gran medida – los principales actores económicos y financieros internacionales (empresas multinacionales, organismos de crédito, Estados y Gobiernos, etc.).



V.- Del derrumbe de los “socialismos reales” al agotamiento de los proyectos socio-políticos tradicionales de izquierda.


Mientras el mundo se transformó profundamente durante las últimas décadas, sectores decisivos de la izquierda internacional (en particular aquel más vinculado al modelo soviético y al denominado “movimiento obrero y comunista internacional”) permanecieron aferrados a discursos y a prácticas simplemente erróneas, o en el mejor de los casos anacrónicas. Una razón central de ello fue la pesada influencia lograda en su seno por la ideología marxista-leninista [18] (de origen soviético o estalinista), que bloqueó en esa izquierda toda posibilidad de desarrollo teórico independiente, crítico y creador.

En virtud de ello la izquierda tradicional no pudo comprender los nuevos procesos históricos en curso, ni intervenir para modificar su curso de manera progresista, ni incluso adaptarse oportunamente a ellos. Un producto concreto de la práctica histórica de esa izquierda fueron los denominados “socialismos reales”, a cuyo significado y destino ella asoció fuertemente su existencia. El colapso brutal y generalizado de la mayoría de dichos regímenes no sólo afectó profundamente su influencia política específica, sino que objetivamente señaló tanto el fin de su ciclo de desarrollo (al menos en su forma actual o “clásica”), como el agotamiento real del proyecto ideológico y programático de emancipación social e individual representado por dicho sector de la izquierda tradicional.

Dichos regímenes despóticos y burocráticos, ¿eran pues otra cosa que una «tergiversación» histórica? Independientemente de las esperanzas e ilusiones depositadas por millones de seres humanos en esas experiencias, y de los ideales de libertad y emancipación enarbolados en sus inicios, las estructuras edificadas allí no eran otra cosa que formas específicas pero anacrónicas de capitalismo[19], con aparatos estatales todopoderosos e hipercentralizados, incapaces estructuralmente de desencadenar dinamismos productivos y tecnológicos coherentes y de largo plazo. Y sobre todo, incapaces también estructuralmente de desencadenar ningún proceso real de emancipación humana.

Corroídos entonces por sus contradicciones e incoherencias internas, y situados desde décadas en posiciones defensivas en los ámbitos económico, social, político, tecnológico y cultural, la aceleración impresionante de los procesos de desarrollo tecno-productivo, de mercantilización y de globalización de las últimas dos décadas hizo el resto. Las precarias estructuras «socialistas» no pudieron seguir resistiendo la poderosa «onda de choque» capitalista-mercantilista (de origen principalmente norteamericano-europeo-japonés) en curso.

Ningún anacronismo o tergiversación podía en efecto seguir de pies: ni las economías semi-protegidas orientadas hacia el mercado interno de Europa del Sur, de Africa o de América Latina, ni tampoco las economías hiper-protegidas y centralizadas de Europa del Este. Ninguna protección o frontera era por lo demás suficiente para poner atajo a la formidable presión mercantil, financiera, tecnológica, ideológica y cultural de las multinacionales y de las grandes potencias imperialistas. Así, bastó sólo una década (1980-1990) para que dichas regiones, «socialismos reales» incluidos, se pusiesen «al día » y diesen por fin el difícil salto hacia la modernidad...

Pero la dinámica histórica reciente también ha erosionado profundamente el proyecto socio-político sostenido por el otro componente importante de la izquierda internacional: la socialdemocracia, de base esencialmente europea. En virtud del pacto social que le servía de apoyo, su renuncia temprana a una estrategia de “ruptura” con el sistema capitalista era al menos compensada con su fidelidad a una cierta forma de democracia política y social. En efecto, tanto su resguardo del pluralismo político-cultural y del Estado de Derecho, como la defensa y resguardo de los derechos socioeconómicos esenciales de los trabajadores (mediante políticas activas de pleno empleo, de distribución progresiva de ingresos, de servicios públicos gratuitos de educación y salud, etc.) podían considerarse al mismo tiempo como su honra y como la fuente principal de su legitimidad política y social.

Ahora bien, ¿cuanto queda de tal proyecto, después de la neo-liberalización acelerada de algunos de los principales bastiones de la socialdemocracia europea? ¿Sus sucesivas capitulaciones frente a las exigencias desreguladoras, privatizadoras y desnacionalizadoras del gran capital transnacional en países como España, Gran Bretaña y Francia, representan sólo fracasos y retrocesos graves pero sólo provisorios, o también el fin de su ciclo de desarrollo histórico?

Lo menos que puede decirse en todo caso es que los viejos “paradigmas” (marxista-leninistas y socialdemócratas) de la izquierda internacional han sufrido reveses colosales durante las últimas décadas y que evidencian un real agotamiento. El proyecto de izquierda requiere pues de una auténtica refundación, que asuma autocriticamente su historia, sus victorias y sus fracasos, y que busque efectivamente construir una nueva capacidad de comprensión y de práctica histórica en función de las realidades de hoy y de mañana.



VI] La agravación de los desequilibrios eco-sistémicos y medioambientales.


Es fácil constatar en efecto la tendencia crecientemente depredatoria (de la naturaleza y del medio ambiente) que caracteriza la dinámica socioeconómica en curso. El modelo de desarrollo capitalista dominante (productivista/ industrialista), basado en el crecimiento ilimitado de las fuerzas productivas, no podía menos que romper los delicados equilibrios eco-sistémicos del planeta y arruinar poco a poco el medio ambiente natural y socio-económico de los asentamientos humanos.

Este deterioro, que fue progresivo desde al menos los inicios de la revolución industrial hasta la segunda guerra [20], ha experimentado una notable aceleración durante las últimas tres o cuatro décadas [21]. La universalización de dicho modelo de desarrollo, la generalización e intensificación del intercambio mercantil (políticas neo-liberales mediante....), la revolución científico-tecnológica en marcha, la mundialización de los procesos económicos, etc., explican en gran medida este fenómeno. La reciente Conferencia de Río hizo un balance dramático del estado de la situación ambiental del planeta y formuló exigencias morales y reglamentarias a todos los pueblos y gobiernos de la tierra, pero los duros hechos muestran que la depredación/degradación continúan. El caso chileno es un elocuente botón de muestra...



VII] La extensión/generalización de una democracia formal y restringida.


No dejan de tener razón aquellos autores (F. Fukuyama [1992]) que sostienen que la democracia liberal y la economía de mercado no han cesado de extenderse durante los últimos cien años [22], hasta ocupar hoy – sobre todo después del derrumbe de las dictaduras de tipo soviético –, una posición absolutamente hegemónica a escala internacional. Pero junto a tal proceso de extensión de la democracia liberal – y del consiguiente retroceso de las modalidades extremas o clásicas de totalitarismo – puede constatarse igualmente que ésta tiende simultáneamente a asumir un carácter eminentemente formal [23] y crecientemente restringido.

Estas tendencias parecen derivarse de dos factores vinculados a los procesos globales señalados antes. El primero de ellos es su fuerte inter-relación con la economía de mercado, y en definitiva su subordinación cada vez más neta a la lógica de esta última. Es decir, la lógica del mercado opera en el sentido de asegurar el establecimiento de democracias restringidas, autolimitadas, incapaces de poner en cuestión el poder dirigente de los verdaderos « héroes » o sujetos históricos modernos: los grandes empresarios. Las democracias liberales deben ser pues coherentes, en primer lugar, con la propia economía de mercado y con sus principales expresiones de clase.

En los países centrales y periféricos, la preponderancia del mercado y la intervención creciente del dinero y de las grandes empresas en la política ha tenido en la última década al menos dos expresiones básicas: aumento o generalización de los casos de corrupción del personal político (Francia, España, Italia, Japón, en particular, entre los países industrializados), y, lo que nos parece todavía más decisivo en este sentido, un control cada vez más importante de los medios de comunicación por parte de los grandes grupos financieros (N. Chomsky [1992]).

Esto último hace posible las formas más grotescas de manipulación. En EE.UU esta relación entre grandes empresas y política es orgánica y, por decirlo así, « institucional » [24]. En ese país, en efecto, puede concebirse la democracia como “un sistema de control empresarial de las instituciones políticas”, y su estructura o situación en la materia aparece cada vez más claramente como «modelo» para las restantes democracias liberales del mundo[25].

El segundo factor que parece explicar el carácter restringido o el debilitamiento de la vida democrática está referido a los procesos de tecnocratización de las actividades sociales ya indicados, así como a la emergencia y desarrollo de poderosos grupos o sectores tecno-burocráticos, tanto en el mundo industrializado como periférico o semi-periférico. La esfera política, en efecto, al crecer en complejidad y « tecnicidad », escapa progresivamente al control de los ciudadanos en beneficio de « expertos », « especialistas » o tecno-burócratas (E. Morin [1993]).

Los aspectos o problemas técnicos de la actividad socio-política son muchas veces exagerados, acentuados o manipulados por la tecno-burocracia, al mismo tiempo que la conciencia ciudadana tiende al parecer a retroceder (como consecuencia, entre otros factores, del conformismo inducido en general por los sistemas educacionales y a la manipulación [26] sistemática y creciente de los medios de comunicación), o en el mejor de los casos progresa lentamente [27]. La restricción de la democracia es por lo demás el punto de vista adoptado por la Comisión Trilateral en 1975 al problematizar la «gobernabilidad de las democracias», al subrayar sus dañinos «excesos», y al destacar la necesidad de una efectiva “moderación” en su ejercicio (Cf. N. Chomsky [1992]).



VIII.- La crisis del modelo clásico de “modernidad” y la impasse postmoderna.

El período actual, entendido entonces como una transición hacia una modalidad diferente de desarrollo capitalista, pone también en evidencia un “resquebrajamiento” severo del ethos cultural en el que se ha movido la sociedad occidental durante al menos los últimos dos siglos. Desde la segunda guerra mundial, en efecto, es patente la crisis de la modernidad en tanto que meta-proyecto ideológico y cultural. Fundada en una razón que ha mostrado y que muestra todos los días sus límites como garante del progreso humano y social, la “modernidad”, tanto en sus versiones de derecha o de izquierda, ya no moviliza los espíritus en las sociedades capitalistas desarrolladas.

En la periferia (América Latina, en particular), en cambio, tiende a ser utilizado por las clases dominantes para camuflar o legitimar ideológicamente los procesos de mercantilización. Como lo escuchamos en Chile todos los días, modernización equivale a privatización, desregulación y desreglamentación. Es decir, modernización es aquí sinónimo, no de auto-emancipación individual y colectiva de un sujeto razonante, sino simplemente de mercado. Lo cual, obviamente, es una tergiversación más que abusiva de su sentido fundamental.

El discurso postmoderno, especialmente en su versión más conservadora (como crítica nihilista de la razón; como prioridad absoluta al “aquí” y al “ahora”, así como también a lo superficial y efímero; como rechazo de los llamados “meta-relatos”, es decir, de utopías o proyectos histórico-culturales emancipadores; etc.), aparece en este contexto simultáneamente – tanto en los países centrales como periféricos – como una expresión de dicha crisis del proyecto modernista, como un proyecto de lógica cultural alternativa, y sobre todo como una impasse. Es decir, como proyecto, discurso o actitud identificables con lo que tiende a ser la dinámica cultural de las nuevas formas del desarrollo capitalista.



LA DINAMICA GLOBAL


El viraje histórico aludido, determinado por la convergencia de los mencionados procesos o macro tendencias en curso, apunta en efecto hacia una nueva etapa del desarrollo capitalista. Esta nueva etapa será probablemente al menos tan caótica, conflictiva y polarizante que la precedente. Resumamos algunos elementos básicos de la dinámica global que, dadas las tendencias actualmente en desarrollo, tienden a nuestro entender a diseñarse:


1] Un crecimiento extraordinario, aunque desigual y focalizado, de las fuerzas o capacidades productivas a escala mundial – apoyado en el nuevo rol de la ciencia y del conocimiento –, proceso que beneficiará o seguirá beneficiando muy probablemente sólo a sectores minoritarios de la población mundial;

2] Una agravación de contradicciones y conflictos de todo orden. En el contexto de fondo de la gran contradicción en desarrollo entre el Norte y el Sur del planeta, tenderán en efecto a acentuarse los actuales desequilibrios – y, en consecuencia, las luchas y conflictos – socio-económicos, políticos, étnicos, culturales y ecológico-ambientales; y paralelamente, tenderán seguramente a reforzarse las actuales dinámicas fuertemente alienantes y deshumanizantes, basadas en la extensión y profundización de las prácticas mercantilistas, consumistas, individualistas y nihilistas en sectores sociales crecientes del mundo occidental y más allá... ;

3] La nueva etapa histórica en la que la humanidad comienza a entrar está y estará, en suma, más marcada por una tendencia global a la regresión social, política y cultural, que por una real tendencia al progreso (excepto para pequeñas minorías -- esto es, para menos de un quinto de la población mundial -- y en el plano estrictamente tecno-material). De ahí que la construcción o re-construcción de un nuevo proyecto y movimiento emancipador no sólo está “a la orden del día”, sino que representa una necesidad urgente e imperiosa para todas las fuerzas y clases subalternas del planeta. Sólo su constitución, desarrollo y fortalecimiento, junto a la acción de otras fuerzas progresistas que operen en la misma dirección, podría aún permitir a mediano plazo revertir dichas tendencias en curso.

Concepción, Agosto de 1999


BIBLIOGRAFIA

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NOTAS


[1] Este trabajo forma parte de los resultados preliminares de la Investigación financiada por el Fondecyt (Proyecto N° 1990383) sobre “Trabajo temporero, flexibilidad laboral y productividad en la empresa subcontratista de la VIII Región. Un estudio sobre los rezagos en la modernización socio-económica de la actividad forestal”.
[2] Cf. M.Beaud [1994].
[3] Agradecemos los valiosos comentarios, críticas y sugerencias formulados por numerosos amigos a una versión preliminar de este texto.
[4] Cf. J. Robin [1992], M.Castells [1991], [1992]; J. Lojkine [1992]; G.Lafay, C.Herzog [1989]; A. Toffler [1990]; B. Coriat [1990].
[5] K. Kosik [1994] ubica los comienzos de este « entrecruzamiento » estratégico entre economía, ciencia y técnica en las primeras décadas de este siglo. Pero es indudable que ese proceso se consolida e intensifica a partir de la segunda guerra y del auge fordista. El mismo Kosik [1994:36] describe este proceso en los términos siguientes: « Tres ámbitos de la realidad humana, que tradicionalmente existen de un modo independiente (la economía, la técnica y la ciencia), se entrecruzan en una formación simbiótica que, junto con la masificación, se convierte en el fenómeno determinante de la época moderna. Este entrecruzamiento se realiza como un crecimiento ilimitado, como la superación de todos los límites, como una inmensa intensificación y un inmenso incremento ».
[6] Al respecto, cf. en particular M. Castells [1991]. Para un examen crítico del rol de la ciencia y de la técnica en tanto que fuerza productiva, cf. en especial B. Coriat [1976].
[7] Cf. en particular J. Lojkine [1992]; F. Guattari [1994].
[8] Al respecto, cf. en particular E. Morin [1990], [1991], [1993]; M. G. de la Huerta [1990]; H. Marcuse [1990]; J. Habermas [1973], [1985]. Se recordará que, después de M. Weber, la Escuela de Frankfurt y su Teoría Crítica han estado en la vanguardia del tratamiento de esta problemática.
[9] Para un mayor desarrollo, cf. M.Beaud [1994]. Sobre la importancia de la finanza en el ámbito internacional, cf. en particular G. Lafay y C.Herzog [1989].
[10] El “modelo chileno” es en este sentido más caricatural que paradigmático: la diferencia es en efecto considerable entre la aplicación de las orientaciones neoliberales en este país y, por ejemplo, en cualquier país europeo.
[11] Cf. C.A. Michalet [1985]; S. Amin [1991], [1992].
[12] Ver al respecto E. Morin [1993]. [13] Al respecto, cf. en particular CEPII [1992].
[14] Dado lo cual la política « realista » de « bajar los brazos y acomodarse lo mejor posible » (a la nueva realidad mundial), que se refleja en las más diversas formas de pragmatismo, no tiene en realidad ninguna base teórica sólida...
[15] Cf. J.-C. Rufin [1991]; Commissariat Général du Plan [1993].
[16] Al respecto, cf. en particular D.Leborgne y A. Lipietz [1992].
[17] Para un mayor desarrollo, cf. J.-C. Rufin [1991] y Commissariat du Plan [1993].
[18] Ideología marxista-leninista que no debe confundirse con investigaciones de inspiración marxista que, en diferentes planos (sociología, antropología, historiografía, economía, etc.), han implicado a mi entender auténticos aportes al desarrollo del conocimiento científico. Acerca del marxismo entendido como “programa de investigación”, cf. en particular L. Paramio [1993].
[19] A respecto, cf. en particular los decisivos aportes de Ch. Bettelheim [1974-1983] y B. Chavance [1980].
[20] Sobre la historia del conflicto hombre-naturaleza, cf. en particular J.-P. Deléage [1991] y E. Drewermann [1993].
[21] Sobre el estado de la situación ambiental del mundo, véase el excelente informe anual State of de World dirigido por L. Brown [1993].
[22] F. Fukuyama [1992: 72] subraya en efecto que « el crecimiento de la democracia liberal y del liberalismo económico que lo acompaña ha sido el fenómeno macropolítico más notable de los cien últimos años ». Para un examen crítico del trabajo de Fukuyama, cf. C. Castoriadis y otros [1992].
[23] El propio F. Fukuyama [1992: 68-69] reconoce utilizar una definición « estrictamente formal » de la democracia cuando él determina cuales son los países democráticos, asumiendo igualmente que « la democracia formal sola no garantiza siempre una participación y derechos iguales. Los procedimientos democráticos pueden ser manipulados por las élites y no reflejan siempre con exactitud la voluntad o los verdaderos intereses del pueblo ».
[24] N. Chomsky [1992: 27] subraya en efecto que « de acuerdo con los conceptos prevalecientes en EEUU, no existe violación de la democracia si unas pocas grandes empresas controlan el sistema de información; de hecho, esa es la esencia de la democracia ».
[25] Respecto al « modelo democrático » norteamericano, cf. en particular N. Chomsky [1992]. [26] Sobre modalidades y experiencias de manipulación, cf. en particular N. Chomsky [1992] [27] Sobre estos diversos aspectos, cf. en particular N. Bobbio [1992] y N. Chomsky [1992].

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