5 de febrero de 2008

DOS CARTAS A HEIDEGGER, DE H. MARCUSE

Herbert Marcuse
Dos cartas a
Martin Heidegger


28 de agosto, de 1947

4609 Chevy Chase Berd.

Washington 15, D. C.

Querido señor Heidegger:

He reflexionado largamente sobre las palabras que usted me dijo en mi visita a Todtnauberg, y deseo escribirle abiertamente sobre ellas.

Usted me decía que desde 1934 se había distanciado completamente del régimen nazi; que usted en sus clases y conferencias realizaba contra él especiales observaciones críticas e, incluso, usted se lamentaba de ser “vigilado” por la Gestapo. No quiero dudar de sus palabras, pero los hechos están ahí: usted se identificó tanto con el régimen nazi que todavía hoy es considerado a los ojos de muchos como uno de los más firmes apoyos espirituales que tuvo el nazismo. Algunas de sus manifestaciones, escritos y acciones en ese tiempo son la prueba de Io que digo. Usted nunca se ha retractado de ello abiertamente, tampoco después de 1945. Usted nunca ha explicado abiertamente que ha llegado a otro pensamiento diferente de aquel que en 1933-34 ha declarado y realizado en sus acciones. Permaneció después de 1934 en Alemania, a pesar de que usted antes que otros habría encontrado un lugar de trabajo. Usted no ha denunciado públicamente jamás los hechos ni la ideología del régimen. Por todas estas circunstancias, todavía hoy se le continúa identificando con el régimen nazi.

Muchos de nosotros hemos esperado una palabra de usted, una palabra con la que pudiese liberarse clara y definitivamente de esa identificación con el régimen nazi; una palabra que expresara su actitud real y actual frente al pasado. No ha pronunciado esa palabra —y si lo ha hecho no ha salido de la esfera privada—. Yo y muchos otros que lo hemos apreciado como filósofo y hemos aprendido muchísimo de usted, no podemos, sin embargo, hacer una separación entre el filósofo Heidegger y el hombre Heidegger —ello contradice su propia filosofía—. Un filósofo se puede confundir en política y puede mostrar su error públicamente, pero él no se puede confundir sobre un régimen que ha asesinado a millones de judíos sólo porque ellos eran judíos, que ha hecho del terror un estado normal, y todo lo que estaba realmente vinculado con el concepto de espíritu, libertad y verdad lo ha vuelto en sus contrarios sangrientos. Un régimen que en cualquier caso fue la caricatura mortal de aquella tradición occidental que usted mismo tan penetrantemente ha mirado y defendido. Y si el régimen nazi no era la caricatura sino la encarnación real de ésa tradición —tampoco cabían engaños, pues—, tenía usted necesariamente que condenar toda esa tradición y abjurar de ella... ¿Debería usted realmente entrar así en la historia del espíritu? Cualquier intento para luchar contra esa confusión cósmica, fracasa en la resistencia general si se enfrenta seriamente con un ideólogo nazi. El sentido común (también el del espíritu) que manifiesta esa resistencia se niega a ver en usted un filósofo porque considera incompatible filosofía y nazismo. Con esa convicción estoy de acuerdo. En otras palabras: usted puede sólo luchar contra la identificación de su persona y de su obra con el nazismo (y con ello contra la extinción de su filosofía) si usted hace una confesión pública de su cambio y conversión (y sólo así podemos luchar nosotros contra esa identificación).

Le he enviado esta semana un paquete. Mis amigos estaban contra usted y me han reprochado: que yo ayudo a un hombre que se ha identificado con un régimen que ha enviado a millones de compañeros de creencias a las cámaras de gas (para evitar confusiones deseo observarle que yo era anti-nazi desde el principio no sólo por ser judío sino también por razones políticas, sociales e intelectuales, también hubiera sido de esa convicción aunque perteneciese a los Vollarier —ario de tercera generación—). Contra ese “reproche” (argumentado) nada hay que decir. Me disculpo por eso ante mi conciencia y le envío un paquete al hombre con el que he aprendido filosofía de 1928 a 1932. Yo mismo soy consciente de que esto es una pésima excusa. El filósofo de 1933-34 no puede ser completamente otro que el de antes de 1933, tanto menos cuando usted ha fundamentado filosóficamente y ha dado expresión con su defensa entusiasta del Estado nazi y del dictador.

Con mis mejores saludos

H. MARCUSE

13 de mayo de 1948

4609 Chevy Chase Blvd.

Washington 15, D. C.

Querido señor Heidegger:

Durante largo tiempo no supe si debería contestar a su carta del 20 de enero de 1948. Tiene usted razón: una conversación con hombres que desde 1933 no han estado en Alemania es evidentemente muy difícil. Sólo, así lo creo yo, que la razón de eso no hay que buscarla en nuestro desconocimiento de las relaciones alemanas bajo el nazismo. Conocíamos de modo muy exacto esas relaciones; quizás por eso, por estar fuera, mejor que los hombres que vivían en Alemania. El contacto inmediato que tuve con muchos de esos hombres en 1947 me ha convencido de ello. Tampoco depende de que nosotros al comienzo del movimiento nacional socialista enjuiciásemos su fin. Sabíamos, yo mismo todavía lo ví, que el comienzo ya contenía el fin, el fin estaba dado. La dificultad del diálogo se muestra y se sitúa para mí en otro lugar, los hombres en Alemania estaban expuestos a una total perversión de todos los conceptos y sentimientos, que muchos aceptaron gustosamente. De otra manera no se explica que usted, que ha sido capaz como ningún otro de comprender el pensamiento occidental, pudiese ver en el nazismo una “renovación espiritual de la vida entera” y “una salvación: del Da-sein occidental de los peligros del comunismo” (que es ciertamente para mí una parte esencial de ese Dasein). Esto no es un problema político sino intelectual, yo diría casi un problema del conocimiento, de la verdad. ¿Usted, el filósofo, ha confundido la liquidación del Dasein occidental con su renovación? ¿No era ya evidente esa liquidación en cada palabra del Führer, en cada gesto y actuación de las SA mucho antes de 1932?

Pero sólo deseo entrar en una parte de su carta porque mi silencio quizás pudiera ser interpretado como aceptación.

Usted escribe que todo lo que yo digo sobre el exterminio de los judíos vale exactamente igual para los aliados si en vez de “judíos” ponemos “alemanes del este”. ¿No está usted con esa frase fuera de la dimensión en que es posible todavía un diálogo entre los hombres, es decir, fuera del lógos? Pues, sólo totalmente fuera de esta dimensión “lógica” cabe explicar, comparar y “comprender” un crimen, que “el otro” hubiera podido llevar a cabo también. Más aún: ¿cómo es posible, situar en un mismo nivel la tortura, mutilación y aniquilación de millones de hombres con una transplantación (“extrapolación”) forzada de grupos de pueblos en los cuales no han sucedido ninguno de esos crímenes atroces (quizás dejando aparte algunos casos excepcionales)? El mundo aparece hoy de modo que sitúa en la diferencia entre los campos de concentración y de depuración nazi y los campos de internamiento de la postguerra la gran diferencia entre la inhumanidad y la humanidad. En la base de su argumento deberían haber conservado los aliados Auschwitz y Buchenwald con todo lo que sucedió, para aquellos alemanes del este y los nazis. ¡Así se habría dado un ajuste de cuentas! Pero si es reducida la diferencia entre inhumanidad y humanidad, en esa omisión se encuentra la culpa en la historia occidental del sistema nazi, que ha demostrado al mundo lo que se puede hacer “en función” de dos mil años de Dasein occidental con los hombres. Parece como si la siembra hubiera caído en suelo fértil: quizás vivimos todavía la terminación de lo que fue comenzado en 1933. Si usted continúa reivindicando eso como una renovación es algo que yo no sé.

Con mis mejores saludos.

H. MARCUSE

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Eduardo Aquevedo S., Ph.D.

Profesor Titular

Universidad Academia de Humanismo Cristiano

Asociación Latinoamericana de Sociología (ALAS)

E-Mail: jaquevedo@academia.cl; jeaqueve@vtr.net

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