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Lo que comenzó como un acto de candidatura con un gran abrigo negro en Springfield, Illinois, la ciudad de Lincoln, después tomó vuelo en las grandes planicies e hizo que se fundieran las nieves de Iowa, se infló en Carolina, Georgia, Missouri e Idaho y ha ido tomando la dimensión de un gran levantamiento colectivo de un país recuperado, razas y edades mezcladas, mamás blancas, mamás negras, sindicalistas, raperos, izquierda caviar... en fin, ese vasto movimiento ha dejado a algunos al borde del camino. Nada es más vergonzoso en este país, que se jacta de su individualismo, que esos grandes momentos de fervor colectivo aparte, claro, del Super Bowl de fútbol americano , donde todo espíritu crítico parece suspendido en provecho del entusiasmo general. El otro día, un blogger comparaba el fenómeno Obama con la aplanadora político-mediática que hace cinco años condujo a la guerra en Irak. Lejos de nosotros semejante idea: si aquí hay ceguera es, a lo más, con respecto del color, de la raza trascendida. Pero los medios de comunicación transmiten la misma impresión de ineluctabilidad que aquella vez, como si conocieran el final de la película antes de que termine de ser proyectada. Es privilegio de esta periodista escapar a las restricciones de la objetividad. Así pues, esta es una nota desplazada en el concierto de Obama Superestrella. Más vale precisarlo: encontrar críticos a la nueva esperanza de la política estadounidense requiere de cierta perseverancia. Incluso entre los republicanos no hay más que alabanzas para él. No hablemos de los neoconservadores, que parecen ver en las declaraciones internacionalistas de Barack Obama una revalidación de sus teorías sobre la democracia en el mundo. Para hacerlo hay que rebuscárselas. Escarbar en los análisis en los blogs, o en la crónica del economista de izquierda Paul Krugman, quien considera que el senador por Illinois se equivoca si piensa que podrá negociar por las buenas el precio de los servicios de salud con las compañías aseguradoras. O también en los escritos de algunos intelectuales negros, que reprochan a Obama acreditar la idea de que el racismo no es más que un problema individual en una sociedad que, supuestamente, ya lo rebasó en el plano colectivo. La "obamanía", por ejemplo, tampoco ha afectado al escritor Kai Wright. Para él, Barack Obama "ha comprendido la enfermedad de los blancos", que sufren de un sincero deseo de igualdad. Pero "el verdadero cuento de hadas", dice, es creer que éstos estarán "dispuestos a renunciar a todos sus privilegios" para alcanzar aquella igualdad. A Glen Ford, uno de los fundadores de Black Comentator, no le cayó bien que Barack Obama haya podido decir que los negros ya han recorrido "el 90% del camino que lleva a la igualdad", cuando el ingreso medio de una familia negra es todavía la décima parte del de una blanca. "Hay dos ámbitos en los que encontramos una igualdad al 90%: en los torneos de básquetbol y en las prisiones", advierte. La verdad es que la izquierda no es tonta. Uno de los heraldos del movimiento antibélico, Markos Moulitas, apoya a Barack Obama sin mayor efusión: "Su discurso es bonito, pero una hora después uno se pregunta si dijo algo que tuviera sustancia. Y generalmente la respuesta es no". Los militantes, en general, han apreciado su postura antibélica desde 2002, pero, una vez electo senador, en 2004, no se puede decir que haya inflamado a la cámara alta con sus discursos sobre Irak. De hecho, Obama votó en favor de la reautorización de la Patriot Act, de la ley de 2006 para levantar un muro en la frontera con México, y eligió como mentor al halcón Joe Lieberman. En fin, también están los no creyentes, los ateos de la política. A éstos les preocupan sus referencias a las escrituras religiosas, su "mesianismo de masas", según la expresión de Joe Klein, de la revista "Time", así como su lenguaje de predicador evangélico televisivo, con frases como "somos los que estábamos esperando" o "nuestro tiempo ha llegado". En sus mítines se escuchan invitaciones a "creer" y a "tener fe", y sus militantes, como los cristianos "renacidos", pero esta vez de la política, relatan cómo llegaron a Obama. "Cuando los dos militantes tocaron a mi puerta me pregunté si habían tomado éxtasis. Tenía miedo de que me fueran a abrazar", bromeaba recientemente Joel Stein en "Los Angeles Times". Dos días antes del supermartes, en Los Angeles, Maria Shriver, esposa del gobernador Arnold Schwarzenegger, explicó que esa mañana se había despertado y había escuchado un "llamado", que la hizo correr, aún vestida con su traje de equitación, a un mitin de Barack Obama. "Discúlpenme, pero eso me parece más un culto religioso que una campaña electoral", advierte Kathleen Geier, una simpatizante del joven senador. En las sesiones de capacitación de los voluntarios de Obama se recomienda sobre todo no hablar de política ("remitir a quien pregunte al sitio web" es la consigna), sino más bien hablar de su experiencia. Conmoviendo a los demás es como logran su adhesión. No en balde el senador por Illinois trabajó como "organizador comunitario". Ahora, Barack Obama llena estadios con 20 mil personas. Fascina. Para el escritor Shelby Steele, él les da a los blancos la sensación de una redención posible. "Con Jesse Jackson y Al Sharpton, los blancos se sienten blancos. Obama suprime la ansiedad de ser blanco". Salvador, redentor. Estados Unidos le pide mucho. Pero, después de todo, Barack Obama no es más que un hombre. Le Monde. (The New York Times Syndicate) |
Hace 4 años
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